Texto: RAQUEL GONZÁLEZ
Fotografías: RAQUEL GONZÁLEZ y MIRIAM ORTEGA
Una de las ventajas indiscutibles de viajar a Tokio es el alejamiento irrefutable de un mundo cada vez mas globalizado, la ventaja de recuperar el placer de viajar en busca de una realidad diferente, que, en los tiempos que corren, no es de escatimar.
Tokio es mucho más que lo que aparece en una guía turística, es mucho más que un metro repleto o un montón de templos o rascacielos entrelazándose para compartir una pequeña porción de espacio, es una ciudad que hay que experimentar y digo experimentar no de forma literaria, sino literal.
Los tokiotas componen una sociedad inclasificable para un occidental en general y para un español en particular. Es un complejo entramado de cuadriculas perfectamente alineadas y separadas en las que cada uno tiene asignada su función y la realiza con un cuidado y una perfección exquisitos, asimilándola como el discurrir natural. Es una sociedad en la que el orden y la homogeneidad priman por encima de todo: un orden que lleva a los peatones a hacer una perfecta fila india para cruzar un semáforo y una homogeneidad que inculcada a los estudiantes, todos ellos uniformados, perdura en los adultos. Todo ello es aderezado con un toque de aparentes contradicciones y no es difícil ver señales en la acera que prohíben fumar en la calle y puntos de fuma-dores abarrotados de hombres —las mujeres no fuman o no lo hacen en publico— apurando sus cigarrillos bajo el mismo aire libre que se intenta no contaminar. También es habitual ver a los serios hombres de negocios con algún Doraemon colgado del móvil o descubrir que las bocas de riego de los bomberos están señalizadas con divertidos muñequitos al más puro estilo dibujo animado japonés.
Pero ante todo Tokio es un punto de encuentro entre la tradición más ancestral y la modernidad absoluta. Uno de los sitios que no quería perderme estando en Tokio era el Hotel Hyatt Park. Así dicho, tal vez no suene a nada conocido pero si digo que fue donde se rodó Lost in traslation quizás la cosa cambie. Del hotel solo pude ver la entrada del edificio —ocupa los últimos pisos de un rascacielos— pero me dio la oportunidad de subir al mirador de la torre sur del Gobierno Metropolitano de Tokio que está en un piso 54. El acceso es gratuito y únicamente hay que pasar un control de seguridad. Allí mismo, a los pies de este gigante, en el barrio de los rascacielos, en Shinjuku — donde se encuentra la mayor estación por tránsito de pasajeros de Tokio, de Japón y del mundo: se calcula que pasan por sus estaciones, andenes, pasillos, galerías, comercios y restaurantes alrededor de dos millones de personas al día— está el Shinjuku Gyoen, un enorme jardín de 58 hectáreas que se convirtió en parque público tras la Segunda Guerra Mundial. En él hay secciones dedicadas al jardín de estilo occidental y al de estilo japonés. El jardín japonés (mino-maru) está concebido como recreación de la naturaleza, una planificación exhaustiva permite recrear la belleza de cada uno de sus elementos en todas las circuns-tancias posibles: cada árbol, cada piedra, cada río o estanque están colocados siguiendo un ritual que permite admirarlos tanto bajo el sol como bajo la lluvia, en verano, en otoño… no queda nada al azar.
Otro jardín admirable está alrededor del Palacio Imperial, en el centro de la ciudad, hoy convertido en zona de negocios y finanzas. Para visitar el Palacio hay que solicitar un permiso especial ya que sólo se puede acceder mediante visita guiada, que únicamente es en japonés.
Cerca del Palacio Imperial encontramos la Torre de Tokio, una torre Eiffel construida en la década de los 50 que se diseñó para las trasmisiones de radio y televisión. Tiene una altura de 333 m (13 m más que la archiconocida parisina) y merece la pena visitarla por la noche, no sólo por ver la iluminación nocturna sino para admirar las vistas del Tokio más futurista.
Las principiales zonas comerciales están en Ginza. Allí encontramos todo tipo de grandes almacenes y la mayoría de las grandes firmas occidentales. También podemos ir a omotesando-dori, muy cerca de la estación de Harajuku, donde los sábados se reúnen los cosplayers, personas disfrazadas de algún personaje (real o inspirado) de un manga, anime, película, libro, cómic, video-juegos… al cual inter-pretan en la medida de lo posible. También es un buen sitio para comprar souvenirs a muy buen precio. En el Bazar Oriental, se puede adquirir casi de todo.
Los que busquen componentes electrónicos, ordenadores, video-juegos, manga… deben ir a Akihabara, el paraíso de la electrónica, un entramado de callejuelas repletas de gigantescas tiendas de electrónica —algunas Duty Free. No es difícil encontrar a alguien que hable castellano. Los Cafés meido o «cafés de sirvientas» son otro atractivo de la zona. Las camareras van vestidas de sirvientas y tratan a sus clientes como si fueran los señores de una casa del siglo XIX.
Uno de los lugares favoritos de los tokiotas para disfrutar del hanami — la observación de los cerezos en flor— es el parque Ueno. Es el primer parque público de Tokio y en él encontramos, entre otros, el Museo Nacional de la Ciencia o el Museo Nacional de Tokio — con la mejor colección de arte japonés del mundo—, un zoo y el santuario Tosho-gu, uno de los más antiguos de la ciudad, construído en 1651 y conservado en perfecto estado.
Un buen medio de transporte entre Ueno y Asakusa, el distrito más tradicional de Tokio, es el Meg-rin, un pequeño autobús turístico para el que se puede adquirir un billete de un día y subir y bajar tantas veces como se quiera. Asakusa es un barrio tremendamente concurrido donde podemos encontrar el templo budista Senso-ji al que se accede a través de Kaminarimon o Puerta del Trueno. Ésta es famosa por las temibles divinidades apostadas a cada uno de los lados. Allí nos uniremos a los miles de turistas que acuden a este punto para fotografiarse junto al incensario del templo o para comprar en alguna de las tiendas y galerías comerciales de la zona.
La mejor opción para disfrutar de un periodo de tranquilidad después del concurrido Asakusa es hacer un crucero por el río Sumida hasta la Bahía de Tokio, un trayecto de 35 minutos en el que una guía cuenta un montón de curiosidades. La lástima es que lo hace solamente en japonés. El regalo a la llegada es poder disfrutar del Rainbow Bridge, el puente colgante tendido sobre la parte norte de la bahía.
Para viajar a Japón es imprescindible estar abierto a nuevas ideas y experiencias, la comunicación es bastante sencilla a pesar de que es difícil encontrar a alguien que hable inglés. Suplen esta carencia con toda la amabilidad y paciencia del mundo.