Texto de Amaya Asiaín
Lo que hace a las morsas tan simpáticas es que son muy fáciles de reconocer: grandes colmillos, cuerpos gigantescos y la sospecha de que tienen que oler -y mucho- a pescado. Entre otras cosas porque su vida gira en torno a la comida. Además son sociables, amables y hasta les gusta tomar el sol en grupo.
Durante la primavera ártica las hembras y las crías se separan del grupo de los machos y nadan hacia el Norte, hacia las zonas de hielo permanente, mientras las morsas machos se quedan de Rodríguez en el Sur. Así se dividen las zonas de comida y dan una opción de conquista a las morsas que están más creciditos, pero no llegan a ser hombres, y que acompañan a las hembras en este largo viaje estival. Si intentaran la conquista cuando el grupo está reunido con los machos adultos, tendrían que enfrentarse -y seguramente perderían- para poder optar a algún acercamiento con las hembras. Acompañándolas durante este viaje el éxito no está asegurado, pero se mantiene alta la moral de la juventud.
La separación sirve también para que no haya problemas de comida: un macho morsa puede comer al año 20 toneladas de molusco que rebusca entre los fondos marinos con sus largos bigotes (para eso sirven, sí). No sólo come moluscos, así que imaginad cuánto espacio necesita para conseguir toda esa cantidad de comida.
Me gustan las morsas, la verdad. Parece que forman una sociedad con dos ideas claras: comer y tomar el sol. Tienen la suerte de que su tamaño les protege de los grandes depredadores de la zona, como los osos polares. Sus grandes enemigos ahora son los cazadores furtivos de colmillos, los tóxicos que se acumulan en las aguas del Ártico arrastradas por las corrientes marinas y el deshielo. La base de sus despla-zamientos y de los momentos de cría son las grandes banquisas de hielo. Para aguantar su peso el hielo tiene que tener un grosor de al menos 70 cm, pensad que una morsa macho puede pesar 2 toneladas, lo que cada vez es más difícil de encontrar porque se están derritiendo. Quizá es una comparación fácil, pero encuentro varias similitudes entre los humanos y las morsas. Lo que de verdad nos inquieta es comer y tener tiempo de relax y si es tumbados al sol, mejor. Nuestros enemigos son los que nos chupan la sangre, o nos quitan los colmillos, es casi lo mismo, y nos supone un problema no encontrar una vivienda digna, de 70 cm de grosor o de 70 metros cuadrados, también parecido. Pensaréis que se me ha ido la cabeza, o que estoy bajo los influjos de unas vacaciones glaciales, pero es que dedicarle un minuto a las morsas me ha parecido la única manera de evitar opinar sobre los primos de los políticos, los premios Nobel o los coches ecológicos. Es una pena que las morsas no puedan darnos su opinión sobre todos estos temas.