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Texto de Raquel Carrillo
Oso es un hombre de 45 años y vive en una furgoneta. Su hija de seis años, a la que tiene en custodia compartida, también cuando le toca. Pero gracias a su imaginación, consigue llevar a la niña a paraísos de fantasía.
«Lo mejor de vivir en una furgo es que podemos ir donde queramos».
Nacida de un cómic publicado en El Jueves, creado por el ilustrador Martín Tognola y el guionista Ramón Pardina, la historia está contada a modo de comedia con originales elementos de animación. Toda la peli está impregnada de la personalidad del protagonista: un niño grande, tierno y sensible, que no ha sabido adaptarse a la vorágine de la sociedad en la que vivimos.
Oso (Pol López) no tiene un trabajo del que pueda vivir. Nadie que que haga peligrar la custodia compartida— ni su ex (Paula Vives) ni en el cole de la niña (Martina Lleida)—, sabe que está en una situación de máxima precariedad y que por mucho que intenta salir adelante, nada le sale a derechas.
La furgo es una reflexión sobre las segundas oportunidades más allá de los cuarenta, en la que una serie de decisiones nos puede llevar a estar en riesgo de exclusión social. Sobre todo, en una generación que no lo ha tenido precisamente fácil. Es interesante también la reflexión que hace la historia sobre la importancia de saber pedir ayuda, sobre todo cuando hablamos de un protagonista rebelde y orgulloso.
Eloy Calvo explica: «En la película conocemos a Oso en una etapa complicada de su vida, agravada por no haber sabido (o podido) gestionar una mala racha con muchos frentes abiertos: problemas laborales, crisis de pareja, responsabilidades familiares, conflictos no resueltos con su familia… Todo ello le ha llevado a encerrarse en sí mismo ya reducir su mundo. Vivir en la furgoneta es su último refugio, el único espacio en el que aún siente que tiene el control. Pero este control empieza a tambalearse, y cada día que pasa se hace más evidente que la situación es insostenible».
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Toques de animación en una ópera prima:
«Ha sido un proceso realmente fascinante y al mismo tiempo muy exigente —afirma Eloy Calvo—. La animación empezó a trabajarse desde la preproducción, mucho antes de cerrar todos los detalles del rodaje de ficción. Esto nos permitió crear artes conceptuales y storyboards que nos ayudaban a entender las necesidades que tendríamos durante el rodaje para conseguir casar bien los dos mundos: el de la animación 2D tradicional y el de la imagen real. Es un trabajo de imaginación muy preciso. Tienes que visualizar cómo convivirán elementos que todavía no existen físicamente con escenas que estás a punto de rodar. De hecho, durante el rodaje, había planos que rodamos pensando específicamente en cómo añadiríamos la animación después en postproducción. Esto, en ocasiones, generaba dudas en el equipo de rodaje, porque teníamos que rodarlas de una manera muy concreta, con directrices que tenían sentido si conocías lo que vendría posteriormente».
Rodar con una niña
«Encontrar a Martina Lleida fue un proceso muy mágico y, a la vez, muy importante: ¡tenía que dar la réplica al Pol López! Fue un trabajo conjunto entre la directora de casting, las productoras, mi visión del personaje de Violeta y el propio Pol. La ilusión de Martina por el rodaje era enorme, pero evidentemente, un set de rodaje no es un entorno natural para una niña de su edad. Por eso conté con el apoyo de una coach de actores infantiles con la que trabajamos durante los ensayos, acercándonos a las escenas de Martina a través de la improvisación. Poco a poco, fuimos puliendo detalles e incorporando elementos propios de Martina para definir la personalidad de Violeta».