Texto y entrevista de Fernando de Torres Valenti
Fotografías cortesía de Rock Estatal Records ©
Dice la RAE del término castizo: «típico, puro y genuino de cualquier país, región o localidad». Si especificamos la localidad como Madrid, pocas cosas calzan mejor en la definición de castizo como los propios Porretas.
Con permiso del barrio de Hortaleza, los madrileños han trazado a lo largo de los años un camino sin desviaciones, leales a su estilo y principios. Ajenos a las modas y demás vaivenes como el palo mayor de un barco en tormenta, pero siempre fieles a la calle, se reafirman en sus trece con su último disco Al enemigo ni agua, y aunque sea ya el decimocuarto, cuando nos reunimos con ellos para hablar un rato, no parecen haberse cansado de todo el lío que es sacar un álbum, «la verdad es que se echaba de menos».
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Independientemente del desentendimiento de nuestros políticos frente a las protestas, Porretas recuerdan la importancia de “poner las cosas encima de la mesa”. Incluso ahora, con la calle vedada de prohibiciones y ajena a la realidad. Sobre esto nos dicen: “es una forma que tienen para cubrirse ellos, de controlar y de aborregar. Aunque ya veremos dónde acaba esto».
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Porretas nunca han sido de cortarse un pelo, y tal como está la cosa uno siempre espera ver la realidad plasmada en sus letras. Ya en el anterior disco, El gran engaño, se desahogaban, pero en este último trabajo encañonan sin tapujos desde el comienzo con «Bankiarrota», «es algo inevitable, lo tenemos tan en la sopa que teníamos que exponerlo, que mostrarlo».
Sigue habiendo humor, eso nunca les falta. Así en «Atrapa a un ladrón» reparten con ganas y cierran el tema con una versión sardónica de la coletilla de Raphael en el famoso anuncio de la Lotería. Aún así, se percibe una resignación más hundida y desencantada. «Más de mala hostia» me corta Luis el batería, «es que es de la que nos ponen, más aún cuando no te queda otra y te están dando sopas con honda».
En «En las cunetas» abandonan todo humor como corresponde, para lanzar una vez más, un mensaje directo y claro, con alegato incluido, «el derecho de las familias a enterrar a sus seres queridos, no entendemos porque hay gente a quien le molesta tanto, mientras se gasta dinero y medios en cosas más absurdas» reivindican.
«…nosotros llevamos el cachondeo siempre, es el espíritu porreta, que sale solo»
Pero volvemos a la faceta más ruidosa de los de Hortaleza y los himnos de bar que tampoco faltan entre los cortes del disco. Si les preguntamos cómo se consigue eso en el estudio, nos responden «nosotros llevamos el cachondeo siempre, es el espíritu porreta, que sale solo». Los himnos forman parte de sus conciertos, y aunque hayan estrenado el disco recientemente y quede tiempo para ver cómo funciona con el público, aseguran que «ya hay alguno por ahí que cantaba las canciones».
Son cosas que sorprendentemente no cambian. No es que tengan que hacerlo. Porretas siguen manteniendo un lenguaje y visión cercanos a la juventud, aunque ya no ronden ni de cerca la veintena, el punto es «estar en la calle, contar lo que ves y ser fiel a tu estilo, algo que se nos da bien».
La gente cambia, afirmación bastante sobada, pero ellos siguen igual de incorregibles y en la misma línea, fieles «a lo que nos gusta hacer, a nuestro carácter, a el directo, el ensayo, y todo el conjunto», y la carretera tampoco parece haber podido con ellos, «la carretera quema, la manta abriga, y el escenario cura» citan como un leitmotiv. «Los kilómetros ya cansan, pero luego te subes al escenario y todo pasa», donde más vivos están es sobre las tablas «es una necesidad, es mono de escenario, el escenario debe ser la vida del músico».
Todo esto y el buen rollo que tienen entre ellos y que logran transmitirnos, es lo que le hace a uno pensar que un Porretas nace, no se hace, como ellos mismos dicen «a nosotros los enfados grandes nos duran diez minutos y ya llegan los abrazos, incluso besos». Otra pasta.