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Texto de BiPaul
Imágenes cortesía de Avalon
2018. Estados Unidos.
Documental dirigido por Heather Lenz
Hace diez años informamos en esta revista sobre una exposición de Kusama en el Reina Sofía. Entonces ya os contamos que esta artista japonesa, que en su día emigró a Estados Unidos para triunfar, había logrado posicionar su obra en el mercado internacional (auto) ingresada en un centro mental. Actualmente su obra sigue siendo la de artista viva más cotizada.
Kusama: Infinito es el documental que nos cuenta la historia de éxito de Kusama (1929). El reportaje es uno de esos espacios de paredes blancas en los que se cuelgan los cuadros. Como en esas galerías monacales, aquí el foco no se pone en el montaje sino en el fondo argumental: hay declaraciones actuales en plano medio, imágenes de archivo, una voz en off y grabaciones de Kusama, octogenaria, con una actividad frenética en su estudio. La sencillez del discurso es una fantástica decisión de Heather Lenz, la directora, que de esta manera no nos despista.
Reivindicación
Es un documental reivindicativo. Pero no reivindica el arte de Kusama, porque es evidente. No hace falta explicarlo. Explicar la vida de Kusama es lo que hace que entendamos su arte, cuya calidad es incuestionable. Lo primero que descubrimos es el por qué trabaja de manera frenética aún hoy. Su madre no quería que pintara cuando era niña y si la pillaba, le quitaba las herramientas y las obras. Así que Kusama crea como si en cualquier momento fuera a aparecer su madre por detrás para quitarle las pinturas. También entendemos el por qué Kusama repite hasta el infinito redes y puntos. O el por qué de las formas fálicas de algunas de sus esculturas… Y así, de una manera casi invisible, nos sentimos expertos en las motivaciones artísticas y psicológicas de la creadora.
El documental reivindica la figura de Kusama, como mujer, como artista, como asiática y como persona inmersa en una profunda soledad, interna y externa, que para no suicidarse, decide pasar su vida en un centro psiquiátrico.
Asiática
La asiática viaja, como hemos dicho, de su Matsumoto natal a Nueva York, motivada por la carta de una artista. Y allí, en lugar de encontrar la apertura de miras que esperaba, se da de bruces con la realidad. Hasta el mundo de los divinos artistas está infectado de racismo hacia lo asiático. Racismo que trata de justificarse en el papel de Japón en la segunda guerra mundial, primero y de Vietnam, después. Ella, lejos de amilanarse, comienza a vestir quimonos como seña de identidad. Se enfrenta al belicismo de Vietnam, desnuda, desnudando a gente, manifestándose con performances creativas que aparecen en las noticias y que llegan hasta su casa en Matsumoto. Su familia, lejos de sentirse orgullosa, avergonzada, compra todos los periódicos en los que Kusama aparece desnuda para que nadie los lea.
Mujer
La mujer, innova, piensa, crea, crea sin parar, inventa, y vuelve a inventar. Y expone. Pasa hambre pero no se cansa de intentarlo y expone, y mientras expone, los que se consideran enormes artistas la copian y roban sus ideas. No estamos hablando de artistas del chimpampún: un Andy Warhol sobrado de ideas, no duda en copiarla un diseño expositivo. Le copian incluso el concepto de esculturas blandas en tela (ella de niña cosía paracaídas para la guerra). Le copian su propuesta de espacios expositivos con espejos, que convierten en infinito cualquier pequeño lugar. Esta sensación de encontrar pocas manos limpias a las que agarrarse y mucha poca vergüenza ante el plagio, la lleva a crear escondida, con miedo a exponer su obra en un mundo en el que las grandes artistas solo exponen en colectivas y nunca cuentan con su propia exposición individual.
La genialidad
Como artista, el documental reivindica la genialidad que, convencida de que por su condición de mujer y asiática nunca va a exponer en la Bienal de Venecia, viaja a la ciudad y llena de bolas de cristal, sin permiso, el entorno del pabellón. Y allí, ataviada con un quimono, vende las esferas (o puntos, siempre puntos) “como si fueran helados”. Reivindica la genialidad que años después es recibida con todos los honores en esa misma bienal en la que nadie sabe que está ingresada, porque harta de no encontrar el reconocimiento, de estar sola y sentirse sola frente al mundo del arte (y el mundo en general), duda entre suicidarse o darse por vencida y decide darse por vencida.
Y es justo en el momento en el que se da por vencida que empieza a recolectar los frutos de su genialidad y su excentricidad. Y de pronto, quien compró un cuadro por 25 dólares, lo puede vender por 750.000, su escultura blanda pasa a formar parte de la colección del MOMA, y su tierra natal, en la que fue la vergüenza por sus manifestaciones nudistas, montan un museo dedicado integramente a su obra.
Más información en http://www.avalon.me/distribucion/catalogo/kusama-infinity
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