PALMA DE MALLORCA


Sandra Sánchez
Fotografía U G G B O Y www.flickr.com/photos/uggboy/

Tomamos un café en la Fundación La Caixa de Palma de Mallorca, que, por cierto, está ubicada en un magnífico edificio modernista que en su día fue un hotel y nos fijamos que en cada mesa hay, metido entre la madera y el cristal, una página de periódico. La de la nuestra es de hace más de un siglo y en ella un visionario de la época comenta algo así como que si las comunicaciones fueran buenas, Palma sería una ciudad conocida en todo el mundo, y que los extranjeros, sobre todo aquellos de los países más fríos, querrían visitarla. Qué razón tenía el hombre. Si se hubiera dedicado a las finanzas, su familia haría sombra a Botín.

La catedral es el monumento del que más fardan los de por allí, y no sin razón. Se trata de una magnífica muestra gótica. Por fuera llama la atención un imponente sistema de contrafuertes y arbotantes, que sujeta la gran estructura pétrea. Por su altura, los mallorquines afirman que es la catedral más airosa del mundo. Por dentro -sin restar importancia al patrimonio artístico- lo que de verdad asustan son los cientos de grupos de alemanes de la tercera edad, que por tamaño se convierten en una especie de marea blanca que arrasa con todo lo que se les pone por delante. Aunque teníamos ilusión por ver la capilla de Miquel Barceló, lo cierto es que está tapada con una enorme lona negra, imposible de despegar por el ladito para meter la nariz.

El palacio de la Almudaina está enfrente de la catedral. Su historia es que tras la conquista cristiana, la Almudaina se convirtió en el chalecito de los monarcas de Mallorca. En la actualidad es donde el Rey celebra los actos oficiales en la isla, es la residencia donde se alojan personalidades extranjeras, en parte se destina al uso militar y finalmente, cuenta con una zona que se puede visitar.

De la Almudaina, dando un paseo podemos ir a los baños árabes. Allí podemos descansar en un jardín que parece sacado de los libros de los Testigos de Jehová, y de paso entrar a ver por lo que pagas en la entrada -poco, no asustarse-. Se trata de una sala abovedada, con óculos para que entre la luz, en cuyas columnas no te puedes apoyar, no sea que te cargues lo que lleva en pie más de 10 siglos.

Una vez visto esto, podemos echarnos la manta a la cabeza e ir caminando hasta la otra punta de Palma. Pasaremos por el paseo marítimo, donde hay más veleros que personas. Notaremos el influjo del turismo por los hoteles, discotecas, bares, tiendas y «rent-a-cars». Podremos volver por la noche a hacer inmersión europeísta y aprender idiomas a la luz de la luna.

Relativamente cerca está el castillo de Bellver. Recomendamos coger un autobús, porque desde que ves la puerta hasta que llegas arriba, puede pasarte de todo por la cabeza. Lo primero que llama la atención es que es redondo, cosa poco frecuente en las edificaciones de la época. Se construyó en el siglo XIV, muy rápido, y tiene un estilo muy homogéneo. No es mala idea darse un paseo por los miradores, donde tenemos una perspectiva casi aérea de Palma.

Quedan muchas cosas por ver, como la Lonja, de claro estilo gótico. La plaza mayor, porticada. Es Baluard, Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Palma, la Fundación Pilar i Joan Miró (Pilar no es la directora de cine, es la mujer de Joan)… y por qué no, también podemos ir a la playa, al Arenal, para más datos, donde volveremos a encontrarnos con la marea blanca… esta vez en top-less.

Anterior SOMBRA AQUÍ Y SOMBRA ALLÁ: MAQUILLAJES DESDE LOS 80 HASTA HOY
Siguiente FRÁGIL