«Blue Jean». Georgia Oakley


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Texto de Sandra Sánchez

No son demasiadas las obras en las que se reflexiona en torno a la importancia de la política y de la ley en la vida más íntima. Cuando esto se intenta en libros, discos o películas, lo que salen son discursos sociales, quejas compartidas que entran más en la esfera del eslogan que en el desasosiego vital.

Blue Jean es una película sobre el dolor íntimo que provocan las decisiones políticas. Jean es una profesora de gimnasia lesbiana en la Inglaterra de Margaret Tatcher, en la que el gobierno conservador trata de aprobar el Sección 28 que estigmatizaba a gays y lesbianas prohibiendo que pudieran ejercer en la enseñanza (y promocionar la homosexualidad entre el alumnado).

Jean ha logrado mantenerse a salvo con una escrupulosa separación de sus vidas. No intima con sus compañeros y es obsesiva en las distancias con sus alumnas. Como si en una sociedad en la que se debate en torno a las maldades de su sexualidad confiara en que nunca nadie pudiera arrojarle nada en la cara. Como si, llegado el caso, no se fuera a usar la mentira para desacreditarla.

Con su familia, la relación es distante. Solo baja la guardia con su sobrino, que en manos de su hermana puede convertirse en espía involuntario. Su pareja, a la que mantiene lejos de sus otras vidas, pertenece a un colectivo que lucha por los derechos de las lesbianas y exhibe orgulloso su bandera. Esta condición publicitaria, a ella le aterroriza. Así que en ninguno de sus mundos es feliz.

La película nos sitúa en el momento en el que cualquier soplido puede llevar al traste su castillo de naipes y hará lo que sea para protegerlo. Nos dice: es fácil ser valiente cuando no tienes nada que perder o cuando toda la problemática de un país se centra en un colectivo y no en una persona. Pero ser cobarde es muy difícil: defraudas a quien te encuentras cuando miras en un espejo.

Puro cine independiente

Sin Rosy McEwen esta película precisaría de más elementos cinematográficos para hacer llegar la historia, puesto que gran parte del metraje se centra en sus gestos y su mirada que hace un balance perfecto entre el mundo interior y la flema. El espectador tiene la sensación de que solo él conoce la guerra en la que está inmersa y en la que su yo público lucha con su yo íntimo; y acepta sin problemas que los que la tratan no saben nada, la ven fría y distante, reservada, o incluso egoísta y cobarde. Cada una de sus interacciones —con su sobrino, con sus alumnas, con los otros maestros, con su pareja y las amigas de esta, con su hermana y su cuñado— tienen una misión economizadora dentro del metraje, como si la directora dijera: «si lo podemos decir con menos, mejor».

Otro de los puntos fuertes de la película lo interpreta Lucy Halliday, joven actriz que interpreta a una alumna y que de alguna forma representa a la Generación X, es decir, a aquellas personas a las cuales la Sección 28 les pilló en plena ebullición. Hay que recordar que la ley estuvo vigente hasta 2000, por tanto, dejó una cultura duradera de vergüenza y homofobia: «La cultura del silencio propagada por esta ley, que prohibía a las escuelas y a los gobiernos locales «promover» la homosexualidad, tuvo efectos devastadores en mi generación».

El mensaje de fondo

«​​Estoy harta de que todo el mundo diga lo lejos que hemos llegado, cuando leyes traicioneras y homófobas como ésta, siguen existiendo en todo el mundo. Tengo una hijastra de seis años y lo único que oigo en su colegio es el mismo discurso de siempre: todo son ‘mamás y papás’. A los niños se les enseña muy poco sobre los distintos tipos de familia. El legado de la Sección 28 está vivo y coleando, y es sólo un ejemplo de la terrible homofobia institucionalizada con la que las comunidades LGBTQ+ tienen que lidiar día a día».

¿Por qué Georgia Oakley rueda en estos tiempos una película sobre un asunto de 1988? ¿Solo quiere documentar que no hace tanto en Inglaterra se debatía en torno a la peligrosidad moral del colectivo LGBTQ+? La respuesta es un no rotundo. Blue Jean nos alerta ante determinados discursos que llaman a la puerta de nuestra realidad, parapetados detrás de la palabra «protección» y que siempre apuntan a un colectivo débil al que convierten en su enemigo.

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