Texto de Miriam Ortega
Fotografías de Marco Cristofori ©
Bien sea por disfrutar de un poco de calma dejando atrás la bulliciosa Tokyo; por adentrarse en el Japón más legendario y conocer los inicios de la cultura nipona; o simplemente por admirar construcciones arquitectónicas milenarias, Kyoto debe ser un punto obligado en cualquier viaje para descubrir Japón.
Kyoto es considerada el centro cultural de Japón. Es sinónimo de templos budistas, santuarios sintoístas y todo tipo de palacios y jardines. Así, será imprescindible que el viajero, si no dispone de días ilimitados, realice una selección de cuáles quiere visitar. Un itinerario en el que no debería faltar una comida en alguno de los cientos de restaurantes de ramen o udón de la zona. Pero sin deleitarse ya que la mayoría de templos y castillos cierran alrededor de las cinco de la tarde.
Uno de los más conocidos es el Kinkaku-ji o Templo del Pabellón de oro que fue construido en 1397 como reposo para el Shogun Ashikaga Yoshimitsu. Si bien el templo es espectacular –las dos plantas superiores están recubiertas con hojas de oro puro, de ahí el nombre– el jardín que se extiende a su alrededor es de los más impresionantes que podemos encontrar en Kyoto. Destaca, sobre todo, el estanque donde se encuentran numerosas islas y piedras que representan la historia de la creación budista.
Templos … y souvenirs
Entre visita y visita a los templos encontraremos algo que puede resultar un tanto extraño: muchas tiendas de souvenir. Parece ser que los japoneses, milimetradamente prácticos, han visto en las tiendas de souvenir un filón. No les importa mezclar religión con negocios.
Será una de estas calles llena de tiendas la que nos guiará hasta otro de los templos más visitados, sobre todo por la gente autóctona: el templo de Kiyomizu-dera que data del siglo XVII. El recinto consta de varias salas y santuarios. La entrada, situada en una tarima que hace a la vez de balcón, ofrece una fabulosa panorámica del lugar.
A la hora de entrar en Kiyomizu-dera deberemos, como en el resto de templos: quitarnos los zapatos –en la mayoría ofrecen bolsas o bien hay habilitados casilleros de madera– y lavarnos las manos con los cazos en las fuentes, símbolo de limpieza antes de acceder.
Si continuamos por el camino principal del recinto llegaremos a Jishu-Jinja o el Santuario de los jardines. Aquí, la atracción, en lugar del santuario en sí, es ver a los japoneses cómo se afanan en recorrer con los ojos cerrados una longitud de dieciocho metros. Según cuenta la tradición, si se consigue llegar a la piedra que marca el final sin desviarse serás afortunado en el amor.
Si lo que busca el viajero es un poco de serenidad y estar en paz y armonía durante un buen rato, lo mejor es dirigirse al templo Ryoan-Ji porque este templo, construido en 1450, tiene un inmenso jardín tipo zen o, como dirían los expertos en este tema, un jardín al estilo kare-sansui (paisaje seco). Puedes relajarte sentado en tatami admirando el conjunto de rocas que se encuentran a la deriva entre un mar de arena. Aquellos más partidarios de jardines con estanques también están de enhorabuena ya que en el recinto hay uno lleno de nenúfares.
Territorio de Geishas
Como no, siendo la ciudad más ancestral y cultural de Japón, en Kyoto no podían faltar las geishas. Son toda una atracción en sí mismas. En Kyoto las encontraremos a cada paso, pero ojo, no todas son auténticas. Es muy común toparse con ellas, y con samuráis, a la puerta de los templos para hacerse fotos con los turistas. Otro filón que, como no, los japoneses no han querido dejar escapar. Las auténticas, las reales, son muy huidizas. Mucha suerte tendrá el viajero si consigue robarle una foto a alguna de ellas.
De viajar en mayo, se puede combinar la visita a templos con una al teatro de la tradicional calle Pontocho. Aquí, disfrutaremos del Kamogawa odori, el baile de las geishas y maikos (aprendices de geishas) que se celebra anualmente por estas fechas. Pero si el viajero no visita tierras niponas en estas fechas no pasa nada. Las geishas vuelven a estar muy presentes en el mes de julio, época en que tiene lugar el festival de Gion. Y si no, pues siempre podemos recorrer la concurrida calle Pontocho, mejor dicho callejón, en busca de alguna o para transportarnos al Japón tradicional en el que abundaban las casas de madera con farolillos colgando en sus puertas. Ahora, muchas de ellas albergan casas de té de lujo donde se supone que las geishas se dirigen para realizar sus actividades.
De lujo son también los restaurantes. De entrar en uno deberemos saber que, si bien la calidad está garantizada en los platos y en el estilo del local, el precio elevado también. Por este motivo, si el presupuesto es más ajustado, lo mejor es dirigirse a la estación de trenes de Kyoto. En las plantas superiores de este gigantesco edificio encontraremos todo tipo de restaurantes. Los hay de ramen, de udon, de sushi o de los típicos platos combinados al estilo japonés. Y aquí, una vez más, los japoneses nos sorprenden con su practicidad. En la mayoría de los locales se exhiben, con todo lujo de detalles, copias de plástico de los platos de la carta. Bastará con llevar al mesero al escaparate y señalar nuestra elección.
La estación de Kyoto es mucho más. Con un área de 238.000 m2, este enorme edificio contiene, además de restaurantes, un hotel, un teatro, un centro comercial, un museo y un espacio de eventos. Tan sólo un 10% del espacio se ha destinado a funcionalidades relacionadas con los trenes. De ahí que desde su creación, en 1991, la creación de Hiroshi Hara, sea el centro de la polémica urbano arquitectónica.
Bien sea una monstruosidad, como indican algunos de sus detractores, o el símbolo de la modernidad, como aseguran sus defensores, lo que está claro es que esta estación resulta una puerta de entrada emblemática para una ciudad milenaria. Una ciudad que no debe faltar en cualquier itinerario de viaje a tierras niponas.