Texto de Gema Talaván
La película ha sido comparada como una obra a medio camino entre el cine del expresionismo alemán y la obra de Tim Burton. La pista que nos da esta afirmación es que se trata de poesía pura en cuanto a la forma de narrar se refiere y con una gran preocupación por la estética.
A medio camino entre Ciudadano Kane y Krusty el Payaso, un malvado magnate de las comunicaciones domina la ciudad. Por un lado es el dueño del único canal de televisión. Por otro, es poseedor de una gran cantidad de productos que llevan su sello personal. Y pone lo primero al servicio de lo segundo: es decir, a través de una poderosa máquina de su invención, es capaz de embaucar, cual sirena griega, a los televidentes e inducirlos al consumo compulsivo de sus productos. Para que esta maquiavélica máquina funcione, necesita la voz de una mujer, y sólo hay una en toda la ciudad que haya conservado su habla: La Voz… Porque uno de los grandes dramas que narra, es que ésta es la historia de una ciudad que se ha quedado sin voz -lo que hace que sea prácticamente una película muda-. Una historia de secuestro, ambiciones y una inteligente metáfora sobre las grandes empresas de la comunicación, con muchísimas referencias a la historia del siglo pasado y al mundo actual.