Texto: MIRIAM ORTEGA
Fotografías de Roberto Vázquez www.flickr.com/photos/gotcoffee
Una de las ciudades con más historia de Europa, ciudad de palacios y jardines, de música clásica y chocolate. Estoy hablando, como no, de Viena. Y es que en esta ciudad el esplendor imperial y el estilo de vida moderno armonizan con la fragilidad y la elegancia de su historia. Viena es rica en cambios y contrastes, sobre todo cuando hablamos de su arquitectura, llena de contrastes en estilos y materiales.
Para disfrutar de Viena necesitaremos al menos dos días y la mejor manera de hacerlo es a pie: todos los lugares de interés se encuentran a una distancia razonable. Así descubriremos pequeñas joyas que la capital austriaca nos reserva en los lugares más insospechados: pequeños cafés con historia, pla-zas vanguardistas o portales que conforman su esencia romántica.
Si hablamos de arte, en Viena hay museos de primera clase y gran-des galerías por todas partes. Ya desde el Belvedere, repartido en dos palacios –el Alto y Bajo Belvedere– encontramos los principales museos de arte barroco, arte medieval y la Galería de Arte Austriaca. Quizás, la muestra más popular y concurrida es, sin duda, la exposición «Sisi auf der Spur» (Descubrir a Sisí) en el Palacio de Schönbrunn. Aquí descubriremos sensacionales objetos de culto para los miles de fans de este personaje de la realeza austriaca. Conoceremos más la vida de la popular emperatriz Elisabeth, des-de su boda hasta su trágica muer-te. Se exhiben, entre otras cosas, el vehículo que utilizó como novia o la impresionante carroza imperial dorada que la llevó durante su coronación en Budapest. Podremos disfrutar de esta exposición pagando la entrada más cara. Pero si nuestro bolsillo no nos lo permite, sólo con sacar la entrada básica –la Imperial Tour– podremos recrear la vista en los jardines de esta antigua residencia de verano. Más conocido como el Versalles de Viena, Schönbrunn es una espectacular construcción con enormes y cuidados jardines a su alrededor. La verdad, las entradas son un poco caras pero vale la pena porque en medio de los jardines descubriremos auténticas obras de arte.
Siguiendo el curso del Danubio llegamos al Prater. Y es aquí don-de encontramos otro de los tesoros que encierra esta mágica ciudad: la Noria Gigante. De hecho, hay quien dice que si no has subido en la noria no has estado en Viena. El caso es que, con sus casi sesenta y cinco metros de altura, es uno de los símbolos más importantes de la ciudad. Construida entre 1896 y 1897 por el ingeniero inglés Walter Basset, este monumento ofrece un mundo de vivencias ya que a la entrada se relata la historia tanto de la rueda de acero como la de Viena. Desde las alturas, las vistas del Prater vienés son impresionantes por lo que la larga cola de espera vale la pena.
Pero volvamos al centro de Viena. En pleno bullicio nos encontramos, entre otros monumentos, el Palacio de la Ópera: si su exterior es magnífico, el interior no decepciona. Eso sí, quien esté interesado en asistir que prepare agenda y bolsillo con antelación.
Muy cerca encontramos la excelsa Catedral de San Esteban de estilo romántico-gótico que es toda una delicia. A destacar: su torre sur de ciento treinta y siete metros de altura y más conocida como «Steffl». Cada una de sus piedras oculta una historia y supone un símbolo para la ciudad. Podremos conocer todas ellas si nos apuntamos a alguna de las visitas guiadas que ofrecen a la entrada. Para aquellos que no hayan tenido suficiente con la vista desde la Noria Gigante, tienen una nueva oportunidad subiendo los 343 peldaños de la atalaya de la «Steffl».
Para los que no sean partidarios ni de iglesias ni de vistas siempre hay una tercera opción: las compras. Cerca de la catedral están las principales marcas nacionales e internacionales. Destacan como no, las muchas tiendas de chocolates, ya sean con la imagen de Sisí o Mozart. Eso sí, están repletas de turistas, así que calma porque codazos y colas están asegurados. Destacaremos, entre estas tiendas, las dedicadas a Gustav Klimt, pintor del que los vieneses están muy orgullosos. Y no es para menos. ¿A caso, hay alguien que no conozca aún el «Beso» de Klimt?
Si a última hora ya estamos can-sados de vistas y tiendas, siempre podemos saborear la famosa tarta Sacher, cita obligatoria para todo amante del chocolate. El mejor sitio es el Café Sacher. Algo caro, eso sí, ya que por dos cafés y dos trozos de tarta desembolsa-remos cerca de veinte euros.
Otro día de nuestra estancia debemos dedicarlo a visitar uno de los sitios más pintorescos de la ciudad: la Hundertwasserhaus, un complejo residencial municipal construido entre 1983 y 1986. Este singular edificio es una muestra del modernismo que nos recuerda al de Barcelona con la Pedrera o la Casa Batlló. Sus creadores –F. Hundertwasser y J. Krawina– combinan superficies irregulares y vegetación con un sinfín de colores. En este complejo se encuentran más de cincuenta viviendas y locales comerciales y de nuevo, figuras de Klimt.
Viena no sólo significa arte. La marcha no está reñida con la cultura. Lo más destacado en este punto sería la avenida Gürtel (cinturón) que se está transformando últimamente en una arteria vital para la vida nocturna. Cada vez son más los locales que se abren en esta zona –atestada de tráfico– con música en las bóvedas del puente sobre el que pasa el metro.
Y hasta aquí muestra visita a Viena, ciudad romántica, cosmopolita y espléndida. Un des-tino perfecto para los amantes del arte, la música y como no, del chocolate.