Descargar ExPERPENTO 113 / Visualizar ExPERPENTO 113
Entrevista de Diana Rey
Foto [c] de Javier Naval
Anabel Alonso vuelve al teatro con La mujer rota, un monólogo basado en el relato homónimo de Simone de Beauvoir sobre la soledad, la pérdida y la lucha por la identidad femenina. Escrita en 1967, la obra refleja la condición de la mujer en una época de fuertes desigualdades. Lo que vemos sobre las tablas muestra que ahí seguimos: enfrentando vulnerabilidades y cargas históricas que condicionan nuestra libertad.
Elogiamos la interpretación de Anabel Alonso. Se entrega por completo, se rompe en cada función y ofrece un espectáculo penetrante y transformador.
La mujer rota narra la historia de Murielle, una mujer que enfrenta la soledad, la pérdida y la crisis de identidad la noche de fin de año. La obra implosiona en temas como el amor, la familia, los roles de género y la libertad femenina, y muestra cómo las expectativas sociales y las pérdidas personales afectan a la mujer.
El segundo sexo
El relato fue publicado en 1967 y habla de las complejidades de la libertad, de la responsabilidad y de la identidad de la mujer de entonces. ¿Cuán vigente es hoy? En términos de Simone de Beauvoir, ¿seguimos siendo el segundo sexo?
Que hemos evolucionado, sí, que hemos dado pasos adelante, sí, pero que todavía nos queda por hacer, evidentemente, porque teníamos todo el terreno perdido. Aunque hayamos avanzado y conseguido por lo menos ciertos derechos de los que carecíamos, seguimos siendo el segundo sexo. Como decía ella, nos quedan muchas batallas por librar.
Y fíjate que aunque parecía que íbamos viento en popa (entre comillas) de repente vienen unos aires de regresión que impresionan, ¿sabes? O sea, que la vigencia es absoluta. Hay una frase de ella a la que yo suelo recurrir bastante y que dice que «en momentos de crisis, ya sea económica, política o social, los primeros derechos que se tambalean son los de las mujeres», y eso evidentemente sigue siendo así.
«Todavía tenemos que luchar mucho contra esa culpabilidad que llevamos en el ADN después de tantos cientos de años de historia»
A lo largo de la obra averiguaremos por qué esta mujer está rota. Es debido a una pérdida, algo que afectaría a cualquier mujer, en cualquier época. Pero, en general, ¿consideras que la mujer hoy es más fuerte?
En cierto sentido sí, pero seguimos siendo muy vulnerables con respecto a las cargas que se nos achacan dentro y fuera del hogar. Familia, cuidados, padres, hijos de la pareja y además, mercado laboral. Y estamos sometidas a los juicios de los demás, de la sociedad. Seguimos siendo vulnerables, pero no en tanto en cuanto nosotras mismas nos reivindiquemos y luchemos por esa emancipación, esa independencia y en definitiva, la igualdad.
Es también lo que le pasa a Murielle: por un lado, ella reivindica ser como es y vivir la vida que quiere vivir, pero por otro quiere encajar en la visión que los demás tienen de ella o de la mujer. Cómo tiene que ser una mujer, una hija, una esposa y una madre. Si salimos de esos cánones, la culpabilidad nos acecha. Así que creo que seguimos siendo vulnerables, más conscientes, pero seguimos siendo vulnerables. Digamos que mientras nosotras mismas no nos encarguemos de ciertas cosas, nos harán sentirnos culpables. Y todavía tenemos que luchar mucho contra esa culpabilidad que llevamos en el ADN después de tantos cientos de años de historia.
Tu trabajo en escena es enorme, y fuera de ella también. Te preparas, te documentas e investigas, pero no haces alarde de ello.
Cuando uno lee o se informa, se nota a la hora de hablar y de comunicar. Estás más o menos documentado, más o menos formado e informado. Pero claro, tampoco es algo que vayas diciendo por ahí. Me parece que es inherente a la conversación, o a las entrevistas… incluso en el léxico. Uno lee porque le gusta, por hobby, por entretenimiento o por formación, pero eso siempre deja poso. Y no hace falta hacer alarde. María Pombo decía que «leer no te hace mejor persona». A ver, en cuanto a mejor persona categóricamente, no, pero que te que te perfecciona como persona, sí. No sabemos a qué llama ella mejor persona, pero yo creo que sí nos hace mejores en ese aspecto.
«Yo creo que todo lo he hecho de una manera orgánica, sin dar grandes titulares».
En su autobiografía Memorias de una joven formal, Simone de Beauvoir recordaba que, al sacar buenas notas, su padre le decía, «Tienes un cerebro de hombre». ¿A ti te han dicho algo parecido? ¿Qué responderías si te lo dijeran?
No, no me lo han dicho, afortunadamente, pero era para contestarle, «no, tenemos el mismo cerebro, lo que pasa es que a unos se les deja desarrollarlo y a otras no». Esa es la diferencia, ese “cerebro de hombres” son las oportunidades. A nosotras no nos dejaban ni ir a la universidad, ni acceder a una formación… En siglos pasados, cuando una mujer quería educarse casi que se tenía que meter a monja para poder leer y formarse. Sobre todo en la época de Simone de Beauvoir, que nació en 1908.
Ella fue educada en una moral cristiana muy estricta y fue siendo adolescente que se declaró atea. ¿Tú sientes que has pegado alguna vez la campanada de esa forma, yendo a la contra o haciendo algo muy sonado?
No, yo creo que todo lo he hecho de una manera orgánica, sin dar grandes titulares. Yo estaba en una familia católica, pero esto de católica como por defecto. Mis padres no eran especialmente practicantes, ni mucho menos. Fui a un colegio religioso, pero como que no hizo mella en mí, la religión (risas). Nunca di un gran titular de “¡soy atea, no creo en nada!”. No, simplemente me dejé fluir, y con los hechos uno va reivindicándose, pero no he sido de dar grandes titulares. De ningún tipo. Pero yo he hecho mi vida, la verdad que sí. Puede que a la chita callando, que dirían antes. Sin ningún afán de ocultación ni de nada, pero tampoco de grandes campanadas.
Precariedad y existencialismo
¿En qué momento de tu carrera de actriz sentiste que por fin llevabas las riendas?
Uf. Eso es complicado… Pues… creo que hace no mucho, ¿eh? Y si me pongo a pensar, tampoco del todo, porque por lo menos en mi caso, la carrera de actriz siempre está muy en función de lo que te ofrecen. Puedes elegir, pero elegir entre lo que hay encima de la mesa. En teatro sí que llega un momento, al menos en mi caso, en el que por trayectoria, porque seas conocida y por una serie de cosas puedes tomar las riendas. En teatro, pero no en audiovisual. A mí no me ha llegado ese momento: yo elijo entre lo que me ofrecen. En teatro más o menos ya puedo decirte que sí, que elijo y decido, o que provoco que me pasen cosas. Proyectos como este, que lo pusimos en pie y tiró para adelante… pero en audiovisual yo no tengo las riendas, para nada.
Y puesto que la cosa va de existencialismos, ¿lo has sentido en lo personal? ¿Hay un momento en el que hayas dicho, «Guau, por fin tengo las riendas de mi vida»?
Yo creo que nunca… Puedes decir «voy consiguiendo objetivos, mira qué bien que yo quería ser actriz y soy actriz, y puedo vivir de esto, y tengo cierto reconocimiento…» Pero todo surge indudablemente de una toma de decisiones, una se lanza. Yo evidentemente me lancé a la aventura y, bueno, ha salido bien, pero podría no haber salido. Nunca tengo la sensación de que soy dueña de mi vida: puedo decidir, puedo encarrilar, pero… como dice Murielle en un momento dado “yo nunca dejaba nada al azar, pero el azar más cruel se puso en mi camino”. Esto nos suele pasar en cualquier momento, con lo cual yo nunca, nunca me las doy de listilla, ni de “lo tengo todo controlado”, porque no es así. Es como que vas cumpliendo etapas, vas cumpliendo ciertos objetivos, pero yo personalmente nunca tengo la sensación esa de “ah, tengo las riendas de mi vida”. Lo intento, pero no las tengo todas conmigo.
Apoyar, aplaudir, increpar
En las siguientes situaciones ¿cómo de diferentes (o de iguales) son las mujeres y los hombres? A la hora de…
Asistir a esta obra. Yo creo que les toca más a ellas. Aunque como espectáculo teatral lo valoren igualmente: el texto, la función, la interpretación o la emoción que transmito… Pero yo creo que a ellas les toca de una manera más profunda.
Aplaudirte. Igual, en cuanto al reconocimiento del hecho teatral, yo creo que por igual.
Increparte. Bueno, en Twitter, como es anónimo, puede ser cualquiera, no te sé decir. Supuestamente son más bien perfiles masculinos, pero no te lo puedo asegurar, porque como son todos una banda de cobardes, o de «cobarda», pues no te sé decir. ¿Y por la calle? No, afortunadamente no me abordan de esa manera. Pensar lo que te dé la gana, pero con respeto y tolerancia, así deberíamos estar todos.
Pedirte un selfie. Uy, hombres y mujeres por igual, tal cual, yo te diría fifty-fifty.
…
…
Murielle, mujeres y la vulnerabilidad consciente
Pues ahora que estamos acabando te voy a confesar una cosa que me recordó mi amiga Raquel (de hecho ella tenía que haberte hecho esta entrevista, pero no ha podido). Es una anécdota que ocurrió hace muchos años. Acababa de fallecer Gracita Morales, y de casualidad, Raquel y yo te vimos por la calle. No te acordarás, pero, con toda mi admiración, te dije algo así como que eras su digna heredera.
(Risas) ¡Uy, qué maravilla, ojalá! Porque es un mito, un mito.
Pues fíjate que solo después me enteré de que llevó una vida muy trágica en lo personal, incluso en lo profesional. Me gustaría preguntarte cómo hemos de recordar a estas actrices, porque, como Murielle, ella fue una mujer rota. ¿Cómo recordar a estas actrices que tanta desventaja llevaban en su época?
Es que en este país no somos dados a reconocer en general, y a las mujeres en particular. Es Gracita Morales, es María Asquerino… y tantas otras… O sea, todas las actrices de un tiempo en el que ser actriz no era fácil. A mí me pasó que mi padre no quería que yo fuera actriz. ¡Ahora daría igual! Con esta precariedad imperante pues da lo mismo, que sea medicina, abogacía, derecho o interpretación, todo es igual de inseguro.
Entonces, yo creo que hay que recordarlas como unas pioneras. Las que vinieron antes son las que nos han ido abriendo camino a todo nivel, en este caso la interpretación, Gracita incluso reivindicó unos sueldos que estaban reservados para hombres en aquella época. Ellas han roto muchas lanzas. Luego, pues eso, la vida a veces se ceba. Y se ceba también con las que suelen ser más vulnerables, por eso te digo que seguimos siendo el segundo sexo. Ocurre más con las actrices ¿no? No sé por qué. Por esa vulnerabilidad, supongo.
Has trabajado con grandísimas actrices y grandísimas mujeres. Amparo Baró, Carmen Machi, Blanca Portillo, Concha Velasco, Verónica Forqué, Charo López, Bibiana Fernández, Rossy de Palma, Lola Flores, Lolita… ¿Qué aprendiste, o qué pudimos aprender de ellas como sociedad?
Madre mía, es que claro, me has puesto un abanico, afortunadamente, maravilloso y amplio, pero mira, hay un denominador común a todas estas mujeres, y es la vitalidad, el amor a la profesión, el amor a la vida, el amor a los y las compañeras… Son profundamente solidarias, currantas, divertidas, ingeniosas y algunas, una fuerza de la naturaleza ¡mira Lola Flores! Sobre todo son maestras a nivel vital, sí. Trabajando, indudablemente aprendes, pero la máxima lección que he sacado de todas ellas es entre bambalinas. Delante de la cámara o en la función estás haciendo un papel y disfrutando, pero yo disfruto más de todas las compañeras en el antes y el después.
¿Añadirías algún nombre masculino? ¿Alguien que haya hecho avanzar a la sociedad en este sentido?
Pues como se suele decir, uno es hijo de su tiempo. Yo te diría que, ahora Javier Bardem, cuando le preguntan esas cosas sobre Penélope y tal, el tío, chapeau, ¿sabes? Contesta desde una humanidad más allá de eso de los roles y del mal gusto que a veces tienen algunos periodistas preguntando. Que lo teníamos todo muy normalizado, tanto ellos como nosotras. Es complicado elegir, pero ya te digo, me sale Javier.
La última pregunta es un juego. Explica las razones del protagonista de esta escena con imaginación… y optimismo. Un fascista entra a ver La mujer rota, sale del teatro completamente conmovido, y con lágrimas en los ojos, decide cambiar el sentido de su voto. ¿Por qué?
Porque ha conseguido ver más allá de arquetipos y colores y ve que el ser humano, en esencia, es el mismo y sufre y llora, y tras la obra lo ha comprendido. En cuanto ha empatizado, en cuanto se ha parado a escuchar.
…




