Texto de Reyes Muñoz
5 temporadas. 62 episodios. Estados Unidos.
Creada por Vince Gilligan
Producida por Vince Gilligan, Mark Johnson, Michelle MacLaren
Con Bryan Cranston, Aaron Paul, Anna Gunn, Dean Norris, Betsy Brandt, RJ Mitte, Bob Odenkirk, Giancarlo Esposito, Jonathan Banks, Laura Fraser, Jesse Plemons
Últimamente me viene muchas veces a la memoria una escena de Big, la película del 88. El competitivo novio de la mujer de la que se enamora el protagonista se queja rabioso de que el chico, en una reunión de jefes, solo ha dicho: «no me gusta, no me gusta». Empatizo con ese hombre, no soporto los «no me gusta» y para no entrar en polémicas, tarareo íntimamente «Opinión de mierda» de Los Punsetes.
No pasaría nada si los «No me gusta» se limitaran a las redes sociales. Hubo una polémica hace unos años porque Facebook no quiso incluir el botón «No me gusta». Entonces lo vi necesario. Facebook se había convertido en el diario íntimo de mucha gente y de pronto, te encontrabas con un «Se ha muerto mi madre» y lo único que podías poner era «Me gusta». No pasaría nada si los «No me gusta» se limitaran a nuestras pequeñas opiniones de mierda. Pero ahora los críticos «con estudios» dicen «no me gusta» y ya está.
He visto Breaking Bad. Sí, me resistí durante mucho tiempo a las plataformas. No era necesario escribir sobre ello, porque la serie es antigua. No hacía falta otra «Opinión de mierda», es decir, la mía. Pero busqué «final de Breaking Bad» en google y he leído a diez críticos a los que no les gusta el final de Breaking Bad. Así que este artículo sale de la rabia. Tenía una profesora de arte a la que si le decías «ese cuadro lo podría hacer mi primo de cinco años», te respondía: «pues dile a tu primo que lo haga y os forráis». Y eso mismo respondería yo a los críticos: «haces una serie de culto y pones el final que te dé la gana».
La anécdota me sirve para ahondar en cómo han repercutido el uso de las redes sociales en el buen hacer del periodismo cultural y para ello me centraré en una nueva especie de comunicadores, «los influencers» y en la división de la cultura entre lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Hablaba de esto con un colaborador de la revista que me envió la crítica de un «influencer» de La metamorfosis de Kafka. No le gustaba el libro, le parecía un rollo y no tenía ni pies ni cabeza. Nos reímos amargamente.
La maldad
De Rousseau es lo de que el hombre es bueno por naturaleza. Con esto le daba un zasca a Hobbes que un siglo antes había afirmado que el hombre es un depredador. También podemos citar a Maquiavelo y El príncipe. Con este párrafo me quedo tan ancha. Es decir, que afirmo sin despeinarme que la literatura —sea en el formato que sea, incluido el cine— se fundamenta en tres tuits: «el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe», «el hombre es un lobo para el hombre» y «el fin justifica los medios». Y puedo hacerlo porque formo parte de mi tiempo, y en mi tiempo no importa el contexto si tiene un gran titular.
Breaking Bad no admite el tuit y creo que ahí está el drama y el éxito de esta serie.
Walter White es un cáncer. Es un químico brillante que en la juventud dejó pasar el tren del éxito. Es un señor gris, con dos trabajos. Su hijo tiene parálisis cerebral, su mujer está embarazada. Le diagnostican un cáncer que lo matará en unos meses. Y se da cuenta de que sin él, no habrá un futuro para su familia. Walter White hace cosas con las que hemos soñado muchas veces: revienta el coche a un gallito triunfador, un tipo (que todos conocemos) al que nos encantaría meter la cabeza en la taza del water. Walter White también es la quimioterapia. Gran parte de sus crímenes directos se justifican con la idea de que si él es malo, más malas son la mayoría de sus víctimas. Y como la quimio, también genera destrozos colaterales.
Hay crímenes de Walter White difíciles de justificar y con consecuencias enormes. Sin hacer spoiler de la serie, me pregunto ¿es él el responsable? Si nos ponemos paternalistas, no hay duda, pero ¿hasta qué punto alguien es responsable de lo que hacen otras personas adultas?, ¿qué culpa tiene de que un tipo con una depresión vaya a trabajar a un puesto del cual dependen cientos de vidas? Otros crímenes de Walt no tienen justificación sin citar a Maquiavelo.
Walter White es científico y sabe que unas sustancias reaccionan en determinadas circunstancias con otras y generan diferentes resultados. Si del ser humano extraemos la parte ética, la moral, el resultado es una partícula que interactúa con otras partículas y genera resultados. Walter White es un manipulador excelente de partículas, sean estas personas o elementos de la tabla periódica. Y la simpatía que nos suscita nos lleva a hacer una diferencia entre el hombre de familia y el cocinero de droga, entre White y Heissenberg, entre Hyde y Jekyll. Pero a fin de cuentas, White y Heissenberg son la misma persona.
Pinkman es la metilamina en la cocina de Walter. A la pregunta de si Jesse es malo, todos responderemos que no. Partimos de la idea de que es un yonqui manipulable, de que es fiel, como un perro, de que actúa por instinto, no por la razón. Pero es él el que encuentra las soluciones más creativas en momentos complicados. A pesar de que es mucho más complejo e inteligente de lo que aparenta, como espectadores somos incapaces de arrogarle el mérito de la maldad, porque si Walter es la ciencia, Pinkman es la moral, clama por ser castigado por todo el mal que ha hecho, y quizás, encuentra ese castigo (y la salvación) en la última temporada.
Él no se responsabiliza de nada y cuando lo hace, se hunde en un foso. Él no tiene la culpa de nada. Él solo ha sido testigo de la maldad de White. ¿Es esto verdad? Sabemos que no es malo, pero ¿es bueno? ¿Es leal o necesita líderes para parapetar sus crímenes? En la última escena de El camino encontramos la respuesta. La vida no se trata de ir donde te lleve el universo.
Y lo mismo sucede con Skyler que no distingue entre Walt y Heisenberg. Para ella son la misma persona, para bien o para mal. El de Skyler es uno de los papeles más complejos de la serie, porque ella sí se debate entre el bien y el mal, y el mal y sus hijos. Se hace responsable de cada una de sus decisiones y lo hace de una forma racional. ¿Es Skyler una víctima de Walt? ¿O sabe que ese es el papel que debe jugar en esta trama por el bien de su familia directa?
Podemos ir personaje por personaje. Uno de los más controvertidos es Hank. Por ahí he leído que es el auténtico héroe de Breaking Bad. Nada más lejos. ¿Es inquebrantable o es un arrogante? ¿Qué le molesta más? Que su cuñado lo engañara o que sea un genio. ¿Qué le satisface más? Cazar a Heisenberg o ganar a Walt. Es su orgullo el que lo ciega, porque Hank subestima a todo el mundo: a su mujer, a su cuñada, a Pinkman, a su compañero de trabajo y como no, a su cuñado, con muchos estudios, pero un fracasado, un mindundi incapaz de sacar adelante a su familia. Walt es un arrogante, pero a su cuñado Hank no lo subestima. De hecho, no subestima ningún peligro.
El último episodio y el «no me gusta»
A ver, un final como el de la cuarta temporada, con sus guasas comiqueras y todo, es insuperable. Y parece como si los críticos quisieran eso para el final de la serie. Casi todos los críticos coinciden en que el último episodio no es el último episodio, sino el antepenúltimo. Y para justificarlo sacan a relucir el odioso «no me gusta el último episodio». Y la crítica se basa en explicar por qué no les gusta el último episodio, zarandeando el argumento es que «podría ser mejor». A mí «no me gusta» tu crítica, les diría, «podría ser mejor». «Hazlo mejor».
No podría ser mejor, porque el último episodio es el que es. Una de las cosas que me enamoran de esta serie tiene que ver con su complejidad, con la dificultad que entraña argumentar en favor o en contra de los personajes. Hasta para Gus hay una redención, una explicación de cómo ha llegado a ser tan malvado. Solo los niños, todos los niños que salen en la serie, Tuco y los nazis, no admiten discusión. Los primeros porque son puros, los otros, porque son ciénagas.
Lo segundo que me enamora de la serie es que es decente con el espectador. No abre melones para sorprender, no permite que sea el espectador quien cierre la historia. Los melones se abren, se trinchan y se comen en la pantalla. Es ese el papel que juega el penúltimo episodio. Los dos que restan se podrían definir como el trapo que los guionistas pasan por la mesa para retirar las pipas del melón que han quedado sueltas. No quedan tramas por resolver. Lo único que desconocemos es lo que pasa con Pinkman cuando escapa. Diez años después el equipo rodó El camino.
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