Chico César: «Vestido de amor». Entrevista.


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Entrevista de Reyes Muñoz de la Sierra
Fotografía de Ana Lefaux (r), cortesía de Yo soy comunicación

Todo sobre Chico Cesar: https://chicocesar.com.br

Lo actual de este post es que el cantante y compositor Chico César estará en Santiago de Compostela el 22 de septiembre, en Madrid, el 2 de octubre, y visitará Barcelona el 3 de octubre, para tocar en directo la primera colección de temas que creó en confinamiento. Hace unas semanas presentó el videoclip de «Vestido de amor», la canción que da título al trabajo que el artista grabó en Francia, junto al productor Jean Lamoot y en compañía de los músicos africanos Salif Keita y Ray Lema.

Con los asuntos mencionados, teníamos suficiente para hacer una buena entrevista. Pero no todos los días se presenta la oportunidad de hablar con una de las figuras más trascendentes de la cultura y el pensamiento brasileño. Y menos en este momento histórico postpandémico, en el que los ultraconservadores —a los que Chico Cesar ha bautizado como «Bolsominions»— amenazan con exterminar los avances políticos iniciados por Gilberto Gil y Juca Ferreira.

Contábamos con media hora para hablar con Chico Cesar, pero por suerte, el músico tenía un pequeño desfase horario en su agenda, por lo que, aunque cumplimos con lo actual de la información, nos centramos en lo interesante de la oportunidad. Este es el resultado.

«La vida precisa de la subjetividad del arte. No es malo que haya entretenimiento».

Al revisar su biografía, he descubierto que es periodista. ¿En qué especialidad?

Lo llamábamos «geral», «generalidades». Hacíamos política, cultura, local, crímenes… deportes. Y en Sao Paulo trabajé bastante como preparador de textos, copy, revisor…

A veces pienso que con el periodismo cultural se puede cambiar el mundo, otras veces, tengo la sensación de que camuflamos las cosas importantes, las denuncias… Quizás a usted como músico le pasa lo mismo.

Cuando empecé a trabajar en el periodismo, también pensaba que se podía cambiar el mundo. Me gustaba escribir y creía, por aquel entonces, que era imposible vivir de la música. Sí, pensaba que el periodismo era una herramienta para cambiar el mundo. Luego entendí que el mundo y los periódicos viven muy bien juntos. Y lo mismo pasa con el arte. El arte y el periodismo están integrados en la sociedad, a este movimiento increíble, dinámico y casi siempre sorprendente.

El arte es reflexión, contestación, pero también es entretenimiento. Y eso no está mal, porque las personas necesitamos entretenernos, divertirnos. La vida precisa de la subjetividad del arte. No es malo que haya entretenimiento.

El arte brasileño, y en particular, la música, es una mezcla de filosofía, religión, pautas identitarias y entretenimiento. Soy descendiente de africanos indígenas, y soy brasileño, soy sudamericano, y es un privilegio para mí hacer arte en Brasil y vivir de eso. Muchos parientes míos trabajan en la construcción o hacen trabajos temporales. Y es un privilegio para mí ganarme la vida con la música, haciendo reflexionar a la gente, pero también hacerles gozar. Me siento un privilegiado por poder transmitir ganas de vivir y danzar.

«Todos los artistas, de alguna forma, piensan en el hombre que vuelve a casa en tren, después de trabajar, y no puede ver la luna que sale detrás de la montaña».

Un seguidor en redes le pidió que no siguiera haciendo música con letras políticas y usted le respondió algo así como que los músicos son la espada que se cierne alrededor del cuello del fascismo.

Vivo la música brasileña, como creador y como consumidor, como un arma, como un cuchillo. Así veo a los músicos que me inspiran: Luiz Gonzaga, Caetano Veloso, Gilberto Gil… Y creo que no se le puede pedir a un artista que no sea político. Eso, en mi caso, es como pedirme que no exista. Cuando respondí aquello, no creo que hablara solo por mí, porque el arte es política. En el momento en el que decides hacer algo, ya es una decisión política. Si estoy en casa sentado y de pronto decido que voy a hacer una canción, es una decisión política. Yo pienso: ¿Quién puede ver la luna escondiéndose detrás de una montaña? ¿Quién puede escuchar esta canción? Esas preguntas tienen algo de político. Los maestros incomodan al poder, insuflan la necesidad de pensar, de reflexionar. Todos los artistas, de alguna forma, piensan en el hombre que vuelve a casa en tren, después de trabajar, y no puede ver la luna que sale detrás de la montaña.

En algún sitio leí que había escrito más de cien canciones en pandemia. Estuvo encerrado en Brasil, pero también en Uruguay y luego se fue a Francia a grabar este disco…

La primera fase de la pandemia la pasé en Sao Paulo, en mi casa, solo. Pero yo vivo en una casa grande, con jardín y con piscina. Fue un aislamiento con muchos privilegios. No me puedo comparar a los que vivieron la pandemia con ocho personas en una habitación. Me sentí muy creativo en aquel momento, encerrado en mi casa. Pensé: «Yo soy esto, soy un creador de canciones, de música, de poemas». Creaba y publicaba mis canciones en Instagram, en redes sociales…

En febrero me invitaron a hacer dos conciertos en Uruguay. Estando allí salió la noticia de que se había incendiado una discoteca. Los dueños sabían que yo estaba en Uruguay. No los conocía, pero me pidieron que participara en un concierto benéfico. Y yo dije: «sí, sí, sí», porque era diez días después del segundo concierto y no había nada que hacer en Brasil, más allá de los conciertos de internet. Me quedé esos diez días, hice el concierto para la discoteca y pensé: «Hay pocas personas en Uruguay». Caminaba uno o dos kilómetros para encontrarme con alguien, podía ir a la playa o a un lago y prácticamente no me cruzaba con nadie, encontraba muchas vacas y pocas personas. Era perfecto. Así que llamé a la persona que se encarga de ordenar mi vida profesional y le dije: «Yo me quedo aquí». Y me dijo: «¿Qué me dices?, tienes que venir a trabajar a Brasil», y yo: «¡Pero si todo lo puedo hacer con una buena conexión a internet!». Y me quedé tres meses. Conocí a una pareja argentina de músicos, quedábamos a cenar, hacíamos jam, improvisaciones, seguí componiendo y así acabamos construyendo las bases de lo que podía ser un álbum que ahora ellos están finalizando en Argentina.

«El bolsonarismo es una máquina de muerte».

Este disco, Vestido de amor, se ha grabado en Francia. Pensaba que quizás usted había decidido irse a París a grabar como una respuesta a la política de Bolsonaro…

No, no… no tiene nada que ver. Este álbum parte de una invitación anterior a la pandemia. Me llamaron para que fuera a Francia a trabajar con Jean Lamoot, un productor francés, y unos músicos africanos, brasileños y europeos. Con la pandemia se pospuso el proyecto y cuando la situación estuvo un poco controlada, me pidieron un permiso especial para trabajar allí. Me reuní con Jean y ya tenía varios temas acabados y otros los terminé allí. La canción que da título al disco, «Vestido de amor», comencé a escribirla en Brasil, la continué en Uruguay y la terminamos en París. Pero este es un disco que tiene mucha introspección. Empecé «Flor do Figo» en mi cama en Sao Paulo. Y con esa canción pensé: «Me parece que esto me va a llevar a la creación de un álbum». Con esa canción me di cuenta de que sucedían cosas dentro de mí que quizás iba a tener que contar a la gente. Al mismo tiempo, nacía en mí un deseo de encuentro, de medirme el pulso, de abrazar a la gente, de festejar y salir a la calle…

Por ahí está «Bolsominions», de ahí mi reflexión anterior. Pensaba que el viaje no era por una cuestión cultural o creativa, o de industria, sino una forma de hacer patente su queja al neofascismo en Brasil.

Fue una cuestión cultural. Francia siempre ha sido un país cuya cultura es muy africana, quizás por su pasado colonizador, porque tiene una historia imperialista y ahí viven muchas personas de origen africano, de todas sus colonias. Y Francia siempre ha mostrado interés por la cultura brasileña.

Pero mira, ahora estoy trabajando con una cantante, Laila Garim, en A hora da estrela. He hecho la música para una pieza de teatro sobre un libro de Clarice Lispector, una importante escritora brasileña ya fallecida de origen ucraniano. Yo hice las músicas del espectáculo y la obra fue suspendida por la pandemia. Ahora esas canciones han conformado un disco y la obra no se cae del cartel.

También tengo el disco que comenzó en Uruguay del que te he hablado antes y también está por venir un disco con Zaca Baleiro, con canciones que estamos lanzando poco a poco en formato digital y que después se reunirán en formato físico. Y hay un quinto disco que quiero hacer con canciones que hablen solamente de la pandemia. Estoy trabajando con mi banda en Brasil.

Me puedo desahogar incluso contra la situación política. Por eso he grabado «Bolsominions», en la que yo critico a los seguidores de Bolsonaro, a esos que han propiciado el caldo de cultivo fascista que dio las posibilidades a Bolsonaro y el bolsonarismo.

Veía las noticias desde España y me daba la sensación de que a Bolsonaro, el covid, le venía muy bien para eliminar a las personas que no le interesan…

No sé si entiendo lo que quieres decir. El hecho es que Bolsonaro, al contrario que casi todos los líderes mundiales, se unió al virus. Él se negó a escuchar a la comunidad científica internacional, se negó a la mascarilla, se negó a la vacuna, se negó a todo lo que podía servir para luchar contra el coronavirus y eso causó muchas muertes en Brasil. También aprovechó que las personas no podían salir a la calle para continuar con su pauta ultraconservadora, de destrucción de la Amazonia, de las tierras indígenas. Y casi podría decir que el plan culminó con el asesinato de Dom Philips, un periodista inglés, y del indigenista brasileño Bruno Araujos. He participado en Sao Paulo en el homenaje a Bruno, en el que estuvo su viuda y en el que participaron, en la catedral, varias personalidades eclesiásticas. Ellos no murieron por casualidad. El bolsonarismo es una máquina de muerte.

En pandemia vi un documental que se llama Espero tu (re)vuelta sobre la queja de los jóvenes brasileños contra el cierre de escuelas con la excusa de los Juegos Olímpicos.

¿De quién es?

De Eliza Capai. Termina justo en el momento en el que Bolsonaro alcanza la presidencia. Usted ha sido secretario de cultura en Brasil, de su región. Debe ser tremendo ver cómo el bolsonarismo quiere arrasar con todo.

Entré en política inspirado por Gilberto Gil. Encontré una gran orientación en Juca Ferreira, que era el secretario ejecutivo del Ministerio de Cultura. Ese fue un momento muy rico para la cultura brasileña. Ese momento de Gilberto Gil, con los gobiernos de Lula y un poco con Dilma Rouseff… Juca Ferreira pensaba en la cultura, no solo como las artes y mucho menos como entretenimiento, sino como los modos de vida. Se pensó en la riqueza de las poblaciones indígenas, de las mujeres, de las mujeres negras, se pensó en los gauchos, en las parteras… Las parteras son las mujeres que traen los bebés al mundo y se pensó que lo que hacían también era cultura brasileña. Se pensaba en el modo en el que se prepara el pescado en el margen izquierdo del Río Negro. También eso es cultura. Se pensó que la vida es cultura.

La cultura estaba en la ciudadanía, en los territorios. Era un movimiento muy complejo que buscaba reconocer las manifestaciones de cultura como riqueza económica. Con esas ideas, no era necesario, por ejemplo, construir edificios nuevos, sino reconocer los lugares y sus manifestaciones culturales. Y trató de empoderar económicamente, a través del Estado, esos puntos. Fue una pequeña revolución. Se dio visibilidad a las mujeres, a las mujeres negras, a los indígenas de Brasil.

Las fuerzas que vinieron después, la irrupción de Bolsonaro y el bolsonarismo, han intentado de todas las maneras ofuscar, oprimir a estas fuerzas que obtuvieron visibilidad con estos proyectos de cultura.

«La cultura brasileña creo que no necesita que yo la proteja, no necesita que nadie lo haga».

En España reconocemos que Brasil es una bomba creativa, en todas las artes. Pero lo que sobrevuela siempre, cuando pensamos en Brasil, son crímenes en las favelas, la corrupción… Ahora las noticias se copan con el ultraconservadurismo de Bolsonaro… Yo no sé si un músico brasileño de su relevancia, cuando crea, piensa en cuidar la imagen de la cultura brasileña o en desahogarse íntimamente…

Pienso que la cultura brasileña es al mismo tiempo un producto muy potente y un proceso de construcción del propio pueblo brasileño. Es el producto de muchas experimentaciones, en rincones muy distintos: en las favelas, en los pueblos más urbanos, en las zonas más rurales… Y al mismo tiempo, hay como una conversación, hay tensión entre lo rural y lo urbano, entre lo moderno y lo antiguo. Lo antiguo en Brasil es reconocido, es de donde parte el «a dónde vamos». Se respeta. Hay una mujer que se llama Dona Onete que es del norte de Brasil. Es la maestra del ritmo Carimbo y ella es muy moderna. Hace poco perdimos a Elza Soares, una señora inmensa que, con cerca de noventa años, fue reconocida como el principal medio de expresión de los jóvenes.

La cultura brasileña creo que no necesita que yo la proteja, no necesita que nadie lo haga. Ella, en cierta forma, nos protege. Es la manifestación de lo que somos nosotros. Brasil es un país que produce un arte muy rico, un arte que no se deja aprisionar.

«Yo me veo como lo que sale de tres pilares: África, el nordeste de Brasil y América Latina».

Un recorrido por sus canciones nos muestra que usted no es músico, sino música. El concepto Chico Cesar es muy global, que va más allá de las letras o las melodías, o la política, o la experimentación con sonidos… A mí me viene a la cabeza desde Carlinhos Brown hasta Jim Morrison…

Una vez, hace muchos años, charlaba en Argentina, en Buenos Aires, con unos amigos, y les decía en broma: «soy el hijo de Mercedes Sousa y Jimi Hendrix». Era una broma, pero me resulta interesante que me hables de Jim Morrison. Yo me veo como lo que sale de tres pilares: África, el nordeste de Brasil y América Latina.

De los ocho a los quince años trabajé en una tienda de discos. Escuchaba a los Pífanos de Caruaru como una música muy tradicional, escuchaba a los nordestinos, tocando las flautas y tambores que ellos mismos construyeron. También escuchaba a Krusty Berg, el grupo de rock industrial alemán. Si pienso en un niño que se ha criado en ese ambiente cultural, no puede crecer y ser diferente a quien soy ahora.

En «Vestido de amor» están conmigo Ray Lema y Salif Keita. La primera vez que escuché a Salif Keita Leima fue en un viaje de Barcelona a Arnedo, donde quería visitar a una amiga. Era el año 89 o el 90, había ayudado a un amigo en un espectáculo en las Fiestas de la Mercè. Recuerdo que escuché a Salif Keita en un cassette y me quedé alucinado con esa voz. También quedé fascinado con su historia, la de un hombre que nace albino en un país de negros, algo que podía ser visto como una maldición o una bendición. Por suerte, las mujeres consideraron que era una bendición y por eso existe Salif Keita.

Ya conocía a Ray Lema antes de este disco. Somos amigos. Viajamos por América y Europa juntos, también por África.
Los dos son maestros. Pero a mí, la raíz africana me sale de forma orgánica. Ray siempre dice que la música nordestina es muy africana, que Luiz Gonzaga es uno de los músicos brasileños más africanos. Yo me siento nordestino y africano.

Diría que quiere acercarse a otros artistas como una esponja de su creatividad.

Las colaboraciones siempre son orgánicas y muy significativas. Este disco está inspirado en el primer trabajo de Carlinhos Brown y en Refavela, de Gilberto Gil. Son discos afro, diaspóricos. África es realmente poderosa, ¿no? y África también mira a Brasil. Este es un disco que celebra el encuentro entre la música brasileña y la cultura africana.

«Es necesaria la celebración de la existencia».

Vestido de amor es el nombre del disco, y también del single. Es muy alegre. Hay canciones muy variadas, pero me gustaría saber si esa canción expresa el alma del álbum.

El disco quiere decir que es necesario estar alegres y ser optimistas, pero sin estar alienados, sin estar con los ojos tapados. Es necesaria la alegría y es necesaria la introspección: es necesario afrontar los problemas, hablar del mundo, pero apuntando hacia la alegría colectiva, como un instrumento fundamental de transformación. Es necesaria la celebración de la existencia.

A ver, esta entrevista era para hablar de los conciertos, de la gira que le traerá en otoño por España y Portugal…

(Se ríe). Sí, el concierto integrará las canciones del nuevo álbum y las canciones que son un referente de mi carrera, como «Mama Africa», «A primeira vista»… las canciones que conoce la gente…

¿Cómo afronta esta gira? Es un momento raro, después de lo más duro de la pandemia. No sé si se vive con una ilusión distinta.

Sí. Lo que yo siento es que las personas estamos muy hambrientas de encuentros, de celebraciones. Hay ganas y al mismo tiempo, hay miedo. Pienso que esta gira servirá para que resolvamos estas cuestiones entre lo que somos ahora y lo que éramos antes de la pandemia. Queremos encontrar ese momento de sentirnos seguros, de confiar en la ciencia y en las vacunas y juntarnos en lugares cerrados, y si nos dicen que nos pongamos la mascarilla, nos la ponemos, para celebrar, encontrarnos, abrazarnos y bailar.

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