Texto de Javier Luna Roldán
El olor a mezcal –perdón, también se dice Mescal– ha desaparecido (o no). Superado el rastro y sin necesidad de hacer rodar cabezas, sí se han destilado para hacer emerger todo su jugo: el cuarteto zamorano canaliza la rabia en el lenguaje musical. Liberados, convincentes, firmes y desquitados suenan sus mensajes por medio de las palabras, el timbre y dramatización vocal de Ignacio Martínez.
Con una sonorización que se cierne entre oscura, sinuosa y agresiva sacan provecho de lo que parece un trabajo conceptual, en tanto que desde una visión o acción personales tratan la tónica social. Distorsionadas guitarras, con soltura, rasgadas y tiempos para el arpegiado cuando debe aligerarse el producto final. Entregados muros de percusión que se recrean sobre el metal. Peca, sin embargo, en una producción demasiado comprimida que ha reblandecido ligeramente la grabación original.
Marcan el guión en torno a mensajes muy directos, sin esquivar al oyente. Todo lo contrario, apelando a su atención. Causa inquietud y una fuerte sensación de inestabilidad o falta de control sobre el qué ocurrirá. Con sorpresas, guarda espacios para la melancolía, la reflexión, la sensibilidad o la emotividad. El equipo, al completo, se mueve en torno al nexo del rock indie o alternativo.
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