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Entrevista de Raquel Carrillo
Retrato de Lucía Carballal (c) Valeria Mitelman
Texto y dirección: Lucía Carballal
Reparto: Miki Esparbé, Marina Fantini, Mona Martínez, Manuela Paso, Ana Polvorosa, Gon Ramos, Alba Fernández Vargas, vera Fernández Vargas y Asier Heras Toledano, Sergio Marañón Raigal
Más información en https://dramatico.inaem.gob.es/
«Es necesario reflexionar sobre cómo elaboramos la despedida, ya sea de una persona o de una etapa de nuestra vida»
Se ha convertido en una de las voces más importantes en los últimos años, tanto en el teatro como en el sector audiovisual. Lucía Carballal comenzó como dramaturga, luego como guionista, y hace unos años se atrevió a dar el salto a la dirección, terreno en el que actualmente dice disfrutar más.
Los nuestros, hasta el 6 de Abril en el Teatro Valle-Inclán del CDN, reflexiona sobre el poder de enfrentarse al pasado para seguir avanzando en el futuro.
Dices que lo importante es escribir la historia que solo tú puedes contar, de la manera que sólo tú puedas contarla… ¿Por qué has escrito Los nuestros y cuál es la forma que has elegido para contarla?
En primer lugar, tenía muchas ganas de escribir sobre la familia. Cuando empecé a pensar en el proyecto me acercaba a los 40, y creo que es ese momento en el que miras a la generación de tus padres y empiezas a sentir que se hacen mayores… O por desgracia, ya no están. Al mismo tiempo es el momento de las decisiones más definitivas en torno a tener hijos… O de darte cuenta de que no los has tenido. Se trata de un momento muy personal de ver la panorámica de las cosas, quizá con una perspectiva sobre la familia más especial que nunca.
Y por otro lado es una familia con una particularidad: yo estoy casada con una mujer, y mi familia política es de origen marroquí, es una familia judía. Sentía que quería hablar de la realidad de las familias en Madrid de origen sefardí, que es una rama específica del judaísmo.
Y quería hablar también de los judíos expulsados por los Reyes Católicos, que estuvieron en Marruecos muchos siglos, y que regresaron a España en los años 50 o 60. Sentía que todo eso es una parte de nuestra historia muy desconocida, y he sentido que lo podía contar, sin ser una obra biográfica en absoluto. Pero he tenido la sensación de que podía aportar algo en este sentido, por tener un acceso tan directo, ¿no?
Las familias sefardíes tienen un ritual cuando fallece un familiar, que entiendo es el detonante de la historia.
Eso es. Consiste en que, una vez se ha enterrado a la persona, la familia más directa convive durante siete días con el objetivo de poder procesar juntos el dolor. Y sobre todo dedicar esa semana a recordar a la persona que se ha marchado y poder hacer ese homenaje.
La idea es algo así como que la vida debe pararse, que es una locura que continuemos con nuestras vidas como si nada, que es un poco a lo que estamos acostumbrados, ¿no? Y hacer ese espacio en tu vida de pararte a sentir y poder estar con la gente que quieres en ese momento.
Me parecía que era una excusa narrativa fantástica para reunirlos, pero por otro lado también para reflexionar sobre nuestra relación con el duelo y también con el pasado. Con todo lo que desaparece. Cómo elaboramos la despedida, ya sea de una persona o de una etapa de nuestra vida. Y esa idea es la que articula toda la función.
«Desde el primer día que entré en una sala de ensayos, supe que la dirección era el lugar donde quería estar»
He leído que continuas reescribiendo la obra durante el proceso de ensayos.
Yo disfruto muchísimo la dirección, y trato de hacer de los ensayos un espacio muy colaborativo de cada una de las personas del equipo creativo. Efectivamente sí, escribo bastante. Esta es quizás la obra que más he reescrito, porque es mi tercer espectáculo también como directora. He pretendido pegarle un empujón a toda la parte que tiene que ver con la puesta en escena. Entonces necesitaba que el texto fuese más flexible, y pudiese ir adaptándose a las cosas que quería ir probando escénicamente.
¿Cómo fue el salto de escribir a dirigir?
Fue una decisión muy importante para mí que ha cambiado la manera de relacionarme con el teatro. Y también conmigo misma. Lo primero que pasa cuando te pones a dirigir es que te colocas en una situación de liderazgo. No es solo que pongas en marcha un proyecto desde el texto, sino que convocas y seduces a un equipo en una determinada dirección. Entras en una sala de ensayo a liderar ese proceso creativo, y todo eso tiene que ver con atreverte a verte en ese lugar. Y a sentirte cómoda.
A mí me exigió una transformación interna muy profunda, de coraje para atreverme a verme ahí. Pero una vez tomé la decisión, ya desde el primer día que entré a una sala de ensayos, recuerdo sentir que era el lugar en el que quería estar. Y probablemente la posición que ahora mismo disfruto más.
Es una sensación muy fuerte de haber encontrado lo que quiero hacer. Qué fuerte, eh. Y fíjate cómo es la sociedad de tremenda, que yo tomé esta decisión con 37 años, y me parecía que era tarde, porque la mayor parte de mis compañeros habían empezado a dirigir antes. Me ha hecho reflexionar mucho sobre los prejuicios que tenemos en torno a los recorridos artísticos y profesionales en general, ¿no? Y bueno, pues ahora me va a costar mucho dejar de verme como directora. Ha sido algo muy muy bonito.
«Para dar con el alma de la historia es necesario estar atenta a una vibración de lo que sentimos como verdadero»
Hay un gran compromiso y honestidad en tus obras, ¿Cómo haces para eliminar lo accesorio y quedarte con el alma de la historia?
Me alegra que pienses eso y me hace ilusión que me lo digas. La obra tiene que ver con una búsqueda de una cierta vibración que tiene que ver con lo que sentimos como verdadero. La verdad como tal no sé si existe. La verdad con mayúsculas. Pero sí que reconocemos la sensación de lo que nos resulta verdadero. Tanto en la escritura como en la sala de ensayos estoy muy atenta a que, ya sea en una frase, un momento, o en una escena, veo que se embarca en un derrotero que siento muerto, o o que no tiene esa vibración, pues ya sé que no es por ahí.
No sé cómo funciona exactamente ese mecanismo, pero sí sé que estoy muy atenta a esas sensaciones.
«Con los años me he hecho más visceral y menos disciplinada»
Sé que prestas mucha atención a la técnica, pero también veo mucha visceralidad en tus proyectos. ¿Cuánto dirías que hay de disciplina y cuánto de pulsión en lo que escribes?
La visceralidad está en el hecho de poner en pie cualquier proyecto. De hecho, cuando he estado algún tiempo sin escribir es porque no la encontraba y no he querido trabajar desde otro sitio. Diría que con el tiempo, con los años me he hecho más visceral y menos disciplinada. Y en ese sentido la dirección me ha ayudado mucho a quitarme un molde un poco estricto en relación al trabajo. Al dirigir, al entrar en contacto con otra gente, entran tantas necesidades de otras personas, tantas inquietudes artísticas, que si quieres escuchar eso, y a mí me gusta escucharlo, sólo puedes hacerlo desde la flexibilidad.
Por otro lado la disciplina sí que la tengo incorporada yo creo de toda la vida, es decir, yo creo que una carrera artística no se puede hacer sin disciplina, porque todo es tan difícil y tan impredecible, que si tú no pones la disciplina al final es lo único que está en tu tejado. Lo que tú sí que puedes controlar es el esfuerzo, la curiosidad por lo que haces, el dar lo máximo de ti.
Los nuestros parte de una Beca Leonardo de la Fundación BBVA. ¿Cómo llega al CDN?
Sí, la beca es de 2022. Por el camino me interceptó el CDN, que se había enterado de que estaba escribiendo una historia en torno a este tema. La Beca Leonardo fue fundamental para todo el periodo de investigación. Hice varios viajes a Marruecos y a Israel para entrevistar a personas judías que me contaron cosas que me ayudaron a comprender más la diversidad de la cuestión.
Si tuvieras que elegir alguna de tus obras, ¿con cuál te quedarías?
No te da tiempo a cansarte de ninguna. Hice Los pálidos en febrero de 2023; La fortaleza en febrero de 2024, y ahora Los nuestros en febrero de 2025, todo en un periodo muy corto de tiempo. Ha sido bastante locura. Ahora me apetece tener un periodo de trabajo en el audiovisual que me dé un respiro, y que me permita también tener un poco más de tiempo para saber con qué volver al teatro, si tengo la suerte de poder volver.
«Cuando te enfrentas a uno de los teatros públicos más importantes de este país, como es el CDN, tienes que aprender a manejar emocionalmente la presión. Que no interfiera en el proceso creativo»
¿Qué te ha aportado este proyecto respecto a los anteriores?
Enfrentarme a la sala grande del Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional. Es casi un símbolo, una de las salas más importantes del teatro público de nuestro país. Ya no es sólo las dimensiones de la sala, que es una sala muy grande con exigencias técnicas nuevas, sino que eso también cambia el lenguaje de la función, porque tienes que salir de un ámbito más intimista, y explorar otros códigos. Y por otro lado, aprender a manejarlo en términos de inteligencia emocional. Manejar la presión y la tensión. Vas a recibir más atención, y eso también hay que aprender a manejarlo y que no interfiera en el proceso creativo.
¿Qué nos puedes adelantar de tus próximos proyectos?
Tengo un proyecto de un largometraje que estoy escribiendo con un director que me hace mucha ilusión, pero en teatro no tengo ni idea de qué va a ser lo siguiente.
Y por último, Lucía, nos gustaría preguntarte, ¿Qué les dirías a los espectadores para que vayan a ver Los nuestros?
Todo el espectáculo está puesto al servicio del talento enorme de los grandes actores que hay ahí. Creo que mucha gente puede tener interés por ver cómo hablar de la familia de una manera nueva. El hecho de que sea una familia sefardí creo que puede también quitar algunos prejuicios, o ampliar una imagen sobre lo que mucha gente piensa que es una familia judía. Y a lo mejor, puede sorprenderos.
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