Entrevista con Óscar M. Prieto: «Y por esto el príncipe no reinó»


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Entrevista de Reyes Muñoz
Fotografía (c) de Jesús F. Salvadores

El 28 de abril publicamos un artículo de la escritora Eva Loureiro Vilarelhe sobre «Y por esto el príncipe no reinó». Hemos intentado hacer una presentación mejor de esta novela, pero no hemos podido. Así que sirvan sus palabras como prólogo de la amplia entrevista que encontraréis debajo del artículo.

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Ecos de Corleone en la lista de los reyes godos

Texto de Eva Loureiro Vilarelhe. Escritora.

Si consultamos el listado de reyes visigodos, verificamos que después de Leovigildo reinó Recaredo I. Lo que se esconde tras esta sucesión de nombres es una intensa trama de intrigas y traiciones palaciegas que inspiraron la nueva novela de Óscar M. Prieto Y por esto el príncipe no reinó.

La familia. Siempre la familia como lo más importante. Lo fundamental. ¿Seríamos capaces de hacer cualquier cosa por nuestra familia? Nadie dudaría en responder afirmativamente. En la familia que protagoniza esta novela, tampoco se pone en duda. No debe extrañarnos, entonces, que un hijo traicione a su padre. Un hermano ejecute a su propio hermano. Una madre huya despavorida con su hijo por salvarlo. Una abuela y un abuelo se disputen a un nieto al que prefieren ver muerto, antes que utilizado por el otro en contra de sus intereses.

Si Don Vito Corleone levantase la cabeza —la suya, no la del caballo—, estaría muy orgulloso del rey Leovigildo y de su hijo Recaredo. Lo que sucedió para que su primogénito Hermenegildo fuese eliminado de la línea sucesoria —¿es él el príncipe que no llegó a reinar?—, les emplazo a que lo descubran en esta obra de deliciosa lectura. 

Óscar M. Prieto nos presentó a Banksy en su Love is a game y desde entonces han pasado muchas cosas. Viajó tras la huella de Caravaggio y escribió Berlín Vintage, cambió de década y escribió 40, siguió perdido en Patacosmia, visitó a Papá Noel… Ha dedicado Y por esto el príncipe no reinó a su hijo y nos consta que ha plantado muchos árboles, frutales, para ser precisos. Siempre es un placer hablar con Óscar, y un orgullo hacerlo sobre una gran novela.

Reivindicas la palabra desde el ¿prólogo? No recuerdo cómo lo llamas… La palabra es fundamental a lo largo de toda la novela.

Es el «Prelogos».

La palabra es lo que nos hace humanos. Es con lo que construimos el mundo. Como decía León Felipe, la palabra es un ladrillo para construir la torre más alta. Es un arma y también una evidencia de debilidad.

Necesitamos nombrar para enfrentarnos a nuestro peor enemigo que es el miedo, y no hay nada a lo que temamos más que a lo desconocido, por eso damos nombres. Con los nombres inventamos historias y algunas de esas historias se convierten en mitos. Esta novela, entre otras cosas, trata del ser humano, de la palabra y de los mitos.

Pero el esclavo de Leovigildo es mudo.

Es físicamente mudo pero Leovigildo mantiene conversaciones con él, sin necesidad de la voz física. La palabra no solamente es algo físico, se puede expresar de otros modos. Hay miradas que son un discurso. La conversación es palabra, pero también es silencio. Sin silencio, cualquier discurso será incomprensible. Necesita de esos vacíos, de esos huecos para que cobre sentido y orden.

He pensado mucho, mientras leía, que ahora todo empieza y se resuelve con un tuit. Y tú te animas a escribir una novela sobre reyes godos.

No es que me animara a escribirla. Yo estaba con otra novela que nada tenía que ver y esta se me cruzó. Se me cruzó el pequeño príncipe Atanagildo en una nota a pié de página. Me impactó de tal manera que en unas horas tenía el esquema de la novela hecho. A ver, el esquema. Escribirlo me ha exigido toda la capacidad y todo mi esfuerzo.

En esta novela he volcado todo aquello a lo que he dedicado mucho tiempo y que en principio no me servía para nada. Todo lo que he estudiado no ha tenido otro objetivo más que el placer. No ha tenido un sentido pragmático. En esta novela todo eso ha encontrado su lugar. La idea fue repentina, luminosa, como un rayo. Pero luego desarrollarla, plasmarla en páginas, me lo exigió todo. He quedado satisfecho, por eso y porque he aprendido mucho.

«Se pueden cambiar los nombres de Leovigildo, Brunequilda o Recaredo por Juan, María y Pedro y la historia no cambiaría nada»

Lo de los godos es una excusa. La historia es muy universal.

Sí, ese es el papel de los mitos. Algunas historias se convierten en mito porque tocan el hueso del humano, la médula. Los mitos son válidos para toda época y lugar. Entonces, que aquí yo hable de los visigodos, que retrate hechos históricos…

Se pueden cambiar los nombres de Leovigildo, Brunequilda o Recaredo por Juan, María y Pedro y la historia no cambiaría nada. No es una novela histórica, sino sobre el poder, la ambición, la crueldad, sobre la posibilidad de ser libres siendo esclavos, en definitiva, sobre la condición humana.

Por otra parte, es una época histórica fascinante, terriblemente desconocida, fundamental para comprender el devenir histórico de España. De hecho, la disputa entre Hermenegildo y Leovigildo que narro en la novela, decide que Hispania sea católica y no arriana.

Leovigildo me parece de una inteligencia política descomunal, como estadista tiene el sentido del poder. No quiere el poder, quiere el poder porque tiene una idea, que es la unificación del reino. Me parece que estando de moda series como Juego de tronos o Vikingos, si alguien se pusiera a indagar la historia del reino visigodo, haría algo apasionante sin tener que ficcionar nada.

A la vez que leía, buscaba en google.

Eso suele pasar con mis libros.

Algo que me ha llamado la atención es que Hermenegildo tenía veinte años cuando murió. Recaredo era su hermano pequeño. Cuando pasa todo esto, ellos son niños.

Cuando Leovigildo les hace co-reyes, aunque fuera de manera simbólica, tendrían doce o trece años. Tenemos la imagen pictórica o en esculturas de personajes adultos, venerables, con barba, pero casi todos los reyes de la época medieval eran unos chavalines.

«Lo único que no está justificado es el fracaso, que es lo que le pasó al pobre Hermenegildo»

También me parece reseñable como se habla de las mujeres de Leovigildo y Hermenegildo en la wikipedia. Nos retratan a Ingunda y Gosvinta como pérfidas, manipuladoras… culpables de la guerra. No tiene ningún sentido si Leovigildo era tal y como describes en el libro.

Gosvinta es una mujer que ambiciona el poder, porque tiene el sentido de mantener su linaje en el trono. Es capaz de cualquier perfidia y cualquier traición si es un paso a su objetivo. Sería un error juzgarla desde un punto de vista ético. Lo define muy bien Maquiavelo. Quien quiera dedicarse a la política que deje los principios morales en casa.

La política es un universo de valores, igual que lo es la ética. Como personas, pues serían malvadas, perversas, pero desde el punto de vista del poder, está todo justificado. Lo único que no está justificado es el fracaso, que es lo que le pasó al pobre Hermenegildo.

Hay un párrafo específico en el que el padre, Leovigildo, dice de Hermengildo que es el único responsable de sus decisiones. Me parece más racional eso que creer que el hijo lo traiciona manipulado por Gosvinta o Ingunda…

Claro. Leovigildo lo comprende perfectamente, es una lucha de poder, y coincide que aquel con el que se enfrenta es su hijo. Pero tiene la inteligencia como para enseñarle al pequeño, a su hijo Recaredo, cómo es el poder.

En algún momento, mientras escribía, me acordaba de Don Vito Corleone, Santino y Michael. Leovigildo, cuando su hijo se levanta contra él, tiene la templanza de no ir a por él directamente. Va a aprovechar la ocasión para acabar con todos los enemigos que tiene, que se unen a su hijo, no porque crean en Hermengildo, sino porque quieren debilitarlo a él. Esta es una historia de poder que coincide que se da dentro de una misma familia.

«Impacta que alguien tan inocente como un niño tenga que acarrear las consecuencias de su familia»

Hablábamos al principio de la palabra. Pero esta es una historia del mal, no como concepto ético. Va más allá. El mal se cierne sobre un niño indefenso.

Por eso te decía antes que yo no elegí a los visigodos. Fue un niño el que se me presentó un sábado por la mañana, en una nota a pie de página de un ensayo histórico. Y claro, impacta que alguien tan inocente como un niño tenga que acarrear las consecuencias de su familia. Y que alguien tan pequeño como este príncipe, sea a la vez una pieza tan valiosa en el tablero geopolítico de la Europa de aquel tiempo.

Este niño acaba, con tres o cuatro años, huérfano de padre y madre, rehén del emperador Mauricio y deseado por su abuela Brunequilda, que era la reina franca enemiga de Leovigildo. Es deseado por Leovigildo y Recaredo, reyes de Hispania, y deseado por el emperador porque era la palanca para mover la voluntad de esos reyes.

Los hechos transcurren así, pero esos hechos dan pie a interpretarlos con relatos mitológicos. Eso es la prueba de que lo que realmente importa, no es el año en el que sucedieron los hechos, sino que son verdades, circunstancias, esencias del humano. A través de los mitos grecolatinos, el esclavo eunuco, tutor del niño en Constantinopla, intenta hacerle comprender la realidad. Al final, es una reflexión en torno a la condición humana, capaz de lo más horrible y también capaz de la mayor generosidad, de los actos de amor. Así somos los humanos.

La relación entre esos dos, entre el niño Atanagildo y el esclavo eunuco, me hizo pensar en las historias de Patronio y el Conde Lucanor.

Es algo recurrente. La formación del príncipe suele caer en esclavos o en personas cuyo valor es intelectual, que no tienen ningún poder. Aquí no solo es la formación del príncipe. A través de los mitos no lo prepara para reinar, porque es evidente que no reinará. Se lo cuenta para que comprenda cómo el destino de un príncipe se puede truncar. Si hay un destino que está escrito es el del rey. Cuando un príncipe no llega a reinar es que el destino se ha torcido, alguna fuerza ha intervenido para impedirlo. Cuando eso sucede es una tragedia. Esta novela es una tragedia. Lo sabemos desde el título.

Está catalogada como novela histórica y no es una novela histórica. Es una novela que parte de hechos históricos, que narro con el mayor rigor, dentro de que tampoco hay mucha información. Esos hechos históricos dan pie a recuperar la tradición mitológica grecolatina y que en algún momento le dice al lector: «ahora vas a tener que reflexionar sobre esto».

No, no hay nada de información. De Atanagildo especialmente. No se sabe nada de él.

Ya te digo. Es una nota a pié de página. Solo se sabe de él que en la guerra entre su padre y Leovigildo, huyó con su madre, que pensaban ir a Francia, donde estaba la madre de Ingunda, pero los bizantinos, que tenían un territorio aquí, en España, los tomaron como rehenes y se los llevaron a Constantinopla. Se sabe que la madre murió en el viaje y que el niño estuvo en Constantinopla.

De hecho, yo encontré cartas de su abuela Brunequilda dirigidas al emperador, a la emperatriz y al patriarca de Constantinopla, pidiendo que le devolvieran a su nieto. Estamos hablando de un niño de cuatro, cinco o seis años, no más. Y su historia desaparece. No se vuelve a saber nada.
Lo del niño y el esclavo es una construcción literaria. No es que sucediera así. Me dio pie a escribir, a pensar en todas esas cuestiones.

«El ser humano es capaz de matar, de asesinar, de torturar. Es capaz de todo. Pero el ser humano es capaz de amar generosamente, sin esperar nada a cambio».

Me intentaste convencer, mientras escribías, que en este libro no había ternura. No sé qué decir de la relación del esclavo, de la esclava y del niño. Son una familia más familia que la de sangre. Es una historia muy dura, pero si hay sitio para eso.

Es un libro duro por lo que te decía antes: evidencia aquello de lo que el ser humano es capaz. El ser humano es capaz de matar, de asesinar, de torturar. Es capaz de todo. Pero el ser humano es capaz de amar generosamente, sin esperar nada a cambio. Y esa es la relación del esclavo, el pequeño Atanagildo y la esclava.

¿Eso es tierno? Decía Torrente Ballester que las palabras que menos le gustaban eran «ternura», «entrañable» y creo que «calzoncillos». Y sí, bueno, es un libro que puede emocionar, pero es duro.

No sé si quieres hablar de ello, pero creo que eso a lo que no quieres llamar ternura se debe a que tu experiencia como padre está volcada en ese niño.

Claro, puedes construir un personaje de un niño de la misma manera que construyes el personaje de un esclavo. Pero en este caso, aunque el niño nada tiene que ver con mi hijo, supongo que… Rilke decía todo lo que era necesario para escribir un solo verso: haber estado en la cámara de los moribundos, haber amado… Se escribe desde la experiencia, desde lo que uno ha vivido.

Todo lo que uno ha vivido te permite buscar la palabra, el orden, no lo sé. Esta novela la he escrito siendo padre, o teniendo un hijo. Está dedicada a mi hijo León. Ahora dice que le tengo que dedicar todas, así que tendré que seguir escribiendo. Me preguntaba el otro día si me daban muchas monedas por los libros que escribía. No le quise desvelar la triste realidad.

«Las preguntas siempre son las mismas, siempre es la misma búsqueda y las respuestas nos siguen faltando».

Cambio de tema. Tenemos la idea de que esa época en la que sitúas el libro es un momento muy oscuro, con gentes muy primitivas… Y es que solo han pasado mil quinientos años. Esas personas eran exactamente iguales a nosotros.

El ser humano en el sentir, en los temores, en las esperanzas, no ha cambiado nada. No ha cambiado ni en mil quinientos años, ni en dos mil años, ni en cuatro mil años. Por eso los mitos siguen siendo necesarios y sigue siendo necesario hablar de lo humano. Las preguntas siempre son las mismas, siempre es la misma búsqueda y las respuestas nos siguen faltando. Pero vamos, que no hemos cambiado nada y no me cabe la menor duda. ¿Por qué Esquilo o Sófocles son clásicos? Porque siguen estando vigentes, siguen siendo actuales, siguen tocando lo propiamente humano.

Hay muchas reflexiones en tu novela. Pasan cosas muy fuertes, muy salvajes, pero no pasa nada estrambótico. Siempre cierras. Todo lo que cuentas tiene una lógica.

Yo a Murakami, por ejemplo, dejé de leerlo porque montaba unas tramas alucinantes, iba leyendo y decía: «A ver cómo resuelve esto». Cuando estás generando toda esa realidad, hay que resolver, hay que llegar al final. Y al final te aparecía un carnero azul o un fantasma… Y yo: «no me fastidies».

Yo intento ser un escritor muy honesto y muy honrado. No engaño nunca al lector. Desde la primera palabra a la última, todo tiene un sentido y conduce a un final. Esta novela está pensada para llegar a ese final, para hacer posible ese final y que no sea una estafa. Para que no me digas: «¡Esto no me encaja!». Sucede lo que tiene que suceder, que no siempre es lo que el escritor piensa que va a suceder. Es cierto lo que escribe Unamuno en Niebla, hay veces que los personajes cobran vida. Tú dices: «ahora se sienta aquí» y el personaje dice: «pues no, me quedo aquí».

Es cierto eso que dices. Los personajes son capaces de rebelarse contra su dios.

Sí. Por ejemplo, el esclavo de Leovigildo, al principio no iba a tener relevancia y luego es el que da el contrapunto a Leovigildo desde su silencio. También puede ser una metáfora de que el poder esclaviza. Tuve un profesor de literatura, Don Gregorio, que cuando analizábamos poemas y le decíamos: «¿Y si el autor no quiso decir esto?», el respondía: «Pues mejor, porque sin querer decirlo, lo dijo». Yo no pensaba que el esclavo pudiera ser una metáfora del poder, pero ha habido lectores que lo han visto.

«Nadie puede entrar en tu cabeza».

Sí, lo he pensado, también. El poder es inversamente proporcional a la libertad. Los esclavos en tu libro son más libres que los reyes.

Los reyes son esclavos de su poder. Ahí tenía presente la figura de Boecio, que estando en prisión escribió La consolación de la filosofía. Invito al lector a reflexionar: es posible ser libre incluso en la peor tiranía, siempre que tengas la cabeza apta para la libertad, para pensar y tener espíritu crítico. Nadie puede entrar en tu cabeza.

Un rey puede ser esclavo y un esclavo puede ser libre. Depende de cada uno. La libertad exige un esfuerzo enorme, porque la libertad tiene otra cara, que es la responsabilidad y otra, que es la de ser consecuente. Te puede llevar a tomar decisiones terribles, y muy dolorosas, como sucede en la novela.

Y por eso también no es una novela del siglo VI, es una novela actual. Si ha habido una época en la que más en peligro ha estado la libertad, es esta. Y además, tan perversamente que ni siquiera nos damos cuenta.

Antes había un tirano, un dictador, un emperador o un déspota y se sabía. Ahora no hay nada de eso, hay democracia y no somos libres. Nunca hemos corrido tanto peligro como ahora, y en ese sentido, la novela es muy actual.

El esclavo eunuco, siendo esclavo, es libre gracias a los libros. Es libre en la medida en la que la lectura le exige un momento de silencio, de soledad, de quedarnos a solas, con él mismo, sin ruidos, sin mensajes. La lectura nos da la posibilidad de divertirnos, otras veces de aprender. La lectura no es un lujo. Es una necesidad, hoy en día, imperiosa, que se lea para ser libres.

«Hoy en día creemos que leer a Dostoievski es cosa de una élite».

Pienso como tú pero por un camino distinto. Creo que el peligro actual no es porque no se lea. Se lee más que nunca. El peligro viene de las reglas del mercado. Da igual lo que se publique si se vende. No hay literatura o queda tapada por mucha basura. Para mí, leer basura es regalar mi tiempo, regalar mi libertad a la vez que me atocino.

A mí me gusta leer novela negra. Y leo a Platón. Quiero decir, hay un momento para todo. Pero cuando hablo de leer me refiero a libros fundamentales. Hay que leer a los trágicos griegos, hay que leer Crimen y castigo. Hay que leer El Quijote. Que dicen: vamos a hacer una edición para niños de El Quijote, o vamos a poner una batería a Mozart… pues no. ¡Las novelas de Dostoievski se publicaban en los periódicos! Eran lo que leía el pueblo. La gente de la calle acudía a ver las óperas de Mozart, esa era la música popular, lo vulgar.

Hoy en día creemos que leer a Dostoievski es cosa de una élite. Pues no, no hay que convencer a la gente de que no puede leer eso. Les dicen: a vosotros solo os gusta leer libros que se solucionan en la primera página. No hace mucho, una editora me decía que en la primera página un libro debía responder a las cinco preguntas.

Me han dicho que quitara el «Prelogos» de la novela. Y para mí eso es innegociable. Quien no sea capaz de leer esas cinco páginas, entonces que no lea el libro. Pero cuando hago las presentaciones suelo decir: «no os rindáis, seguid adelante, confiad en mí y si llegáis al final y no os ha gustado, os devuelvo el dinero». Los libros que a mí más me han gustado, no sabía de qué iban en la página cien.

«Queremos que siempre haya ruido para no hacernos ninguna pregunta».

A eso me refería con la época del tuit. A mí no me importa leer un libro destripado, siempre y cuando el viaje sea bueno. Es que no me importa ni el argumento. Claro, si tengo curiosidad por el final o el argumento me pica, me obsesiono con acabarlo y devoro el libro. Pero como decía aquel, lo importante es el camino. Si te saltas páginas, mal libro.

Claro. Ahora se quiere llegar ya, y no recorrer el camino. La literatura te exige quedarte a solas, en silencio, quedarte contigo. Y no queremos eso, no queremos estar solos. Queremos que siempre haya ruido para no hacernos ninguna pregunta.

La novela es brutal, en todos los sentidos. Es brutal en contenido, también como empresa, como ejercicio intelectual. ¿Has pensado en algún momento «esto se me va de las manos, yo lo dejo»?

Como te decía, hice el esquema en una tarde y dije: «¡qué maravilloso!». Pero claro, luego había que llevarlo al papel. Los cuadernos son muy interesantes de ver para hacerte a la idea del lío que había: flechas, nombres… Solucionaba una escena y me topaba con la siguiente. Ha sido un reto constante, y a la vez, todo eso me animaba a seguir. Me imagino que algo así debe sentir un escalador o un corredor de maratón, que va viendo que es capaz de seguir y que con su esfuerzo puede llegar a hacerlo. Pensar que podía hacerlo es lo que me permitió terminarla.

Podía haberla escrito de otra manera, pero ya no sería esta novela. La escribí con mucha libertad, me daba igual si vendía un libro o ninguno. Y es la primera vez que leo una novela mía que me sorprende. No había precipicios, me pareció muy suave, va por donde tiene que ir. Y disfruté mucho: tener a Recaredo y Leovigildo hablando en un patio sobre el poder… Me divertí mucho. Y también me ha dejado en los huesos.

Y para acabar… Es una novela muy cinematográfica, porque se compone de escenas. Yo no leo con música porque me distrae, pero sí se me meten cosas en la cabeza. Con esta, no sé por qué, tenía algo de Cristóbal Halffter por ahí pululando. ¿La has escrito con banda sonora?

No. Fíjate que en otras novelas, al escribir siempre cogía una canción y me venía constantemente. Y esta es una novela de silencios. La escribí con mucho silencio. No hay música, hay silencio para poder escuchar. Leovigildo, en un momento dado, dice que el poder es mandar callar, que todos callen cuando él habla. Igual yo también necesité ese silencio para escuchar. Si te das cuenta no hay batallas, al contrario, son escenas tranquilas, amaneceres, de pesca. Elijo los momentos de soledad y de silencio. No hay velocidad, no hay vértigo. Escojo los momentos en los que se decide qué va a pasar, en los que parece que todo está en calma.

Puedes ver un resumen de la entrevista en el siguiente vídeo:

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