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Entrevista de Reyes Muñoz
Más información: https://www.librosdelinnombrable.com/autores/angel-olgoso/
La vida quiere que lea Madera de deriva en medio de un debate nacional en torno al objeto de la literatura. Resoplo y agradezco que existan sellos que publican a Ángel Olgoso. La red me explica que el granadino es uno de los maestros españoles del relato breve y de la literatura fantástica; y él, en uno de los textos del libro, recuerda el día en que «el secundario» de Borges —Bioy Casares— lo nombró su secundario.
¿Qué es Madera de deriva? ¿Los restos de un naufragio o la balsa improvisada? ¿Son cuentos guardados en un cajón que vienen ahora a salvarte; o son escritos actuales para salvarte en momentos concretos? («resplandor de lejanos incendios», dices en algún lugar).
Es una obra híbrida, un ‘collage’ literario que juega con los límites, los moldes y las etiquetas. Un caleidoscopio lleno de textos fronterizos y de fervor por la literatura. Un libro que transita por senderos desusados, un libro de prosas apátridas en el sentido que le dio Ribeyro, donde he disfrutado practicando el contrabando de géneros. He de aclarar que —a pesar del título— estos escritos no son restos de naufragio sino piezas forjadas con toda premeditación, con la intención de elucubrar libremente y hasta sus últimas consecuencias, con respeto por la inteligencia del lector y por la lengua.
El humor melancólico es resiliencia contra la tristeza, o llevado a tu libro, besos de fantasma…
Hace cuarenta años, el humor de mis relatos comenzó siendo negrísimo, sarcástico, un tanto bárbaro, macabro incluso. Supongo que el paso del tiempo ha ido afilando dientes y garras y, ahora que uno va entrando en lo que Umberto Eco llamaba delicadamente momentos aurorales de la senectud, el humor se ha vuelto por fuerza más melancólico. El escritor, que entre otras cosas es un augur que puede leer los signos y las señales de su tiempo en cielo y tierra y en las entrañas de los seres vivos, refleja lógica y primeramente los cambios que se operan en sí mismo.
«Este libro es, en cierta forma, un autorretrato indirecto»
Hay mucho de «a la fuerza matan» en «Suerteesquiva», que me lleva a una de las citas que incluyes en el inicio: «Lo más difícil del mundo es hablar de uno mismo sin exasperar al prójimo. Una confesión solo es tolerable si el autor se disfraza en ella de pobre diablo». Las citas del principio son mucho más que frases que te gustan, ¿no?
Entre los setecientos relatos que escribí en el pasado, y como buen defensor a ultranza que he sido de la imaginación, apenas si se cuenta una docena basados en experiencias propias, pero a partir de Madera de deriva —influido también por la fatiga de las formas literarias, por mi pereza y mi deseo de librarme del apretado corsé de la ficción, por ese hambre reciente y circundante de realidad— me estoy volcando un poco más en la tensión entre el yo y el mundo exterior, siempre mediante una vibración discreta. Por lo cual este libro es, en cierta forma, un autorretrato indirecto. Y sí, acostumbro a valerme de las citas más idóneas como pórtico de mis libros, una epigrafía que pienso que sirve para dar pistas, indicar el camino y enriquecer conceptualmente la obra.
Viajamos contigo por Chile. ¿Sacaste fotos con el móvil? ¿O esas son tus fotos?
Si no hubiera sido escritor me hubiera gustado ser fotógrafo. Saqué cientos y cientos de fotos en Chile (la ocasión, la naturaleza, las intervenciones en los espacios abiertos o urbanos, la gente, lo merecían de sobra), y al mismo tiempo iba tomando algunas notas que posteriormente, ya en Granada, usé para escribir esa crónica austral que me dicen ha quedado bastante viva y plástica, teniendo en cuenta que es la primera que escribo. Aunque en Madera de deriva hay además otra crónica de un viaje más cercano a Cabra, en la provincia de Córdoba, que se asienta literalmente sobre fósiles. De ahí el título de esta excursión en el tiempo, «Caminando sobre el Mar de Tethys».
«Ciertamente, da la impresión de que los cuentos sin dueño quedan un poco huérfanos, pero confío en que los adopte algún lector».
La pregunta de moda estos días es para qué o para quién escribe un escritor (que no un escribidor). Tú dedicas muchos cuentos a personas concretas, el libro completo se lo dedicas a tu hijo Ángel… ¿a quién regalas los cuentos que no tienen dueño?
No sé los demás, yo en principio para mí mismo. Como un gusano de seda que va hilando poco a poco palabras de la mejor manera posible hasta crear un capullo armónico y autónomo. Si luego le sirve al lector para hacerse con él una cálida prenda, miel sobre hojuelas, pero el compromiso primero —y más honesto— debe ser con uno mismo y con el material que segrega. No obstante, al mismo tiempo me seduce la idea de que el escritor, el artista, tenga al menos una función, en este caso sagrada: la de dar comida de lo que no existe para que la gente se alimente. En cuanto a las dedicatorias, es de bien nacido ser agradecido: dedicarles un texto a los amigos me parece una manera humilde de corresponder su generosidad. Ciertamente, da la impresión de que los cuentos sin dueño quedan un poco huérfanos, pero confío en que los adopte algún lector.
¿Qué pesa para que zanjes un párrafo (o casi, casi, una estrofa con sus versos)? ¿La ética o la estética, o las dos? (Parafraseando a Makinavaja, el último poeta).
Más que la ética el fondo, porque la literatura es fondo y forma, pero sin forma no hay fondo. O, como decía Rémy de Gourmont, la esencia es esencial, y la forma es formal, pero la forma es la formalidad de la esencia.
Me gustaría que me dijeras qué son los asterismos de la constelación de la Osa Mayor. He pensado que pueden ser un futuro libro o un libro inacabado (para el que faltaron fuerzas).
Son textos curiosos extraídos de la corriente humana de los siglos. Una especie de ampolletas de sorpresas, una serie de pequeños viales conteniendo la mixtura de lo extravagante, de lo erudito, de lo ignoto, del despropósito, de la noticia curiosa. Estos caprichos —con frecuencia en contacto con lo que no acertamos a ver o con lo que no existe— están organizados al desgaire, en coordenadas informales, al modo de esas estrellas menores que se conectan mentalmente a líneas, a patrones, a figuras astronómicas de vida efímera.
«Tras cuarenta años cultivando la ficción (…) la hibridación me ha ido pareciendo cada vez más sugestiva, un verdadero espacio de libertad».
En la nota y el dossier se dice que has virado tu carrera literaria en Madera de deriva… ¿Hay tanto volantazo como el que se publicita? Porque hay mucho de literatura fantástica, pero de la de Borges y secundario —Bioy Casares— de quien se te nombró secundario. (Apunté «Vino de viña submarina»).
Me temo que ese golpe de timón es totalmente real. Tras cuarenta años cultivando la ficción, el Romanticismo Negro, la narración de la extrañeza y de lo insólito en la estela de Poe, Kafka o Borges, y aunque ya había experimentado con los relatos y jugado con los límites de su territorio, la hibridación me ha ido pareciendo cada vez más sugestiva, un verdadero espacio de libertad. Esta nueva época creativa va dando textos libérrimos, más vivenciales y alérgicos a la trama: la unidad estética reside en la voz del autor y en la tela de araña conceptual con la que merodea en torno a los temas. Por otro lado, resulta inevitable que no pueda zafarme de golpe de toda una vida de fabulación, y que la dicción, los modos, los motivos y los registros propios sigan permeando en alguna medida los textos posteriores.
Sabía que Borges consideraba las novelas un género innecesario. Me suena haber leído en el libro algo así como «el género de los chismosos»… (no lo apunté). ¿Qué piensas tú de las novelas?
Juan Ramón Jiménez pronunció una sentencia demoledora que pocas veces se tiene en cuenta: basta lo suficiente. En efecto, nada vale por sus dimensiones. Hay muchas novelas admirables, incluso alguna perfecta, pero también bastantes que son pellejos hinchados de viento, de genealogías interminables, de tiempos muertos, de lugares comunes, de reiteraciones, de detalles intrascendentes, de multitudes errantes, de hechos que se enroscan y desenroscan como una tenia infinita. Los lectores, en general, prefieren todo eso; la cómoda velocidad de lectura de las novelas, quedarse a vivir en una historia inacabable y en una misma época. A mí siempre me ha parecido más sugestiva y enriquecedora la posibilidad de diversificar la atención, de vivir muchas vidas en un solo libro de narraciones breves e independientes, de sufrir audaces, limpias, veloces y estimulantes emboscadas, de cambiar de escenarios y personajes cada pocas páginas.
«El libro-disco es un magnífico símil. También podría serlo la bodega de un barco con su cargamento de exóticos ultramarinos».
Iba a terminar el cuestionario con «Dulces huestes», pero la marea me lleva a «Glosario». ¿Cómo quieres que leamos el libro? Diría que es un libro-disco, que se lee del tirón o se lee por caras, o se lee por canciones…
Al tratarse de una miscelánea, hay libertad absoluta para barajar los textos. El libro-disco es un magnífico símil. También podría serlo la bodega de un barco con su cargamento de exóticos ultramarinos. O el clásico jardín de flores curiosas, en el que el lector puede pararse de vez en cuando a coger alguna flor extraña, a meditar sobre lo efímero del mundo o a oler el aroma acre de remotos incendios del pasado. Óscar Esquivias, en su encantador prólogo, lo califica de zoco oriental. Y Jesús Ortega, en la presentación granadina del libro, de laboratorio de ideas. Quizá también venga a cuento ahora aquella afirmación de Bernardo Atxaga de que todas las cosas raras están en el corral.
Con muy pocas nociones sobre el tema, me gustaría que me dijeras hasta dónde te llega la patafísica. Y si te debemos tomar en serio.
Personalmente, hasta lo más profundo del tornillo sinfín de la espiral. Y, epifenoménicamente, la Patafísica, la Ciencia de las Excepciones y de las Soluciones Imaginarias, la Ciencia de las Ciencias, llega más allá de la Física y de la Metafísica. De hecho, si el Universo dejara de existir, la Patafísica seguiría imperturbable su camino. A ella sí hay que tomarla en serio.
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