Alexxandra: techno, trance y anclajes de luz


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Entrevista de Isabel Muñoz Diez
Fotografía (incluida portada) cortesía de Pomosapiens: https://www.promosapiens.net/

Cuando Sandra Delaporte se convierte en Alexxandra, no interpreta un personaje: se abre un canal. Uno más salvaje, más directo, más visceral. Uno que no pide permiso.

«Alexxandra es una fuerza que no quiere contenerse. Delaporte jamás podría haber sido eso, porque somos dos, y Sergio tiene otra sensibilidad. Esto tenía que salir por otro lado»

Durante meses, Sandra fue acumulando beats, ideas, atmósferas… Un universo que no encontraba hueco en su banda habitual. «Producía temas que no encajaban con Delaporte, pero no paraban de salirme. Y pensaba: joder, ¿todo esto se va a quedar en un cajón?». No. Se convirtió en otra cosa. En un proyecto techno que también es trance, introspección, juego, rabia y ternura.

Techno

¿Alguna vez Alexxandra ha hecho algo que Sandra jamás se permitiría?

Sí, totalmente. Es como una fuerza que no quiere contenerse. Alexxandra es justo eso. Delaporte jamás podría haber sido eso porque, para empezar, somos dos. Por ejemplo, Sergio no tiene esa necesidad: a él le gustan los BPM más lentos, le atrae una música más tranquila que a mí.

Yo tenía todo esto dentro saliendo y pensaba: «O lo saco por otro lado o no sé cómo voy a canalizarlo». Fue una necesidad. Llevaba ya tiempo produciendo temas de este estilo, pero ninguno encajaba en Delaporte. Y pensaba: «Joder, no paro de producir esto y no va a ningún sitio». Pero yo quería que fuese a algún sitio. Todo lo que uno crea, aunque no llegue a nadie, aunque nadie lo escuche, al menos necesita tener un lugar, una salida.

Así que me di permiso para seguir un proyecto sola, algo que nunca había hecho. Siempre había estado acompañada. Eso me dio mucho miedo, especialmente enfrentarme a la parte técnica de pinchar. Luego me di cuenta de que, aunque el techno parece ser un espacio de libertad de expresión, también hay mucho esnobismo. Tienes que sonar de cierta manera, hay mucha comparación, juicio, opinión… y muchísima misoginia, mucho más que la que he podido vivir en el pop o en el indie.

Me he encontrado con un panorama muy exigente, donde constantemente sientes que no puedes salirte de la línea. Pero, dicho esto, estoy muy orgullosa de haberme permitido hacer este proyecto.

¡Me alegro mucho! ¿Cómo han sido tus sets este último año? ¿Cómo lo has vivido?

Pues al principio estaba bastante perdida. Aunque me gustaba lo que producía, no sabía cómo construir todo un universo, un viaje… cómo generar esa experiencia que vivo cuando estoy en un club o escucho un set que me gusta. Entonces probé varias cosas. Al principio de todo produje, desde cero, una sesión de hora y media solo con temas míos nuevos. Quería encontrar qué es lo que me gusta hacer. Fue una locura, estuve como un mes produciendo esa sesión. Después dije: «Vale, ahora toca buscar temas de otros». Ahí me di cuenta de que lo más importante para mí es esa búsqueda. Encontrar temas que me llevan a lugares distintos. Antes pinchaba cosas más grooveras y tranquilas, aunque siempre había momentos más cañeros hacia el final.

Últimamente necesito más mezcla. Groove, pero también scran, hard techno old school, acid… Me gusta todo, pero si mantengo el mismo estilo durante mucho rato, me aburro. Si todo es scran, me canso. Si todo es groove, también. Y eso es distinto de lo que escucho como oyente. Puedo tirarme horas escuchando un set de Ben Sims, de Mulero, de Varela… incluso cosas más trance tipo FJAAK, O.B.I., o Fat Moem. Me encantan. Pero pinchar eso no me funciona, me aburro. Necesito más movimiento. Por eso estoy todo el rato como a caballo entre estilos.

Este año ha sido una búsqueda constante: cómo hacer algo que me divierta, que te lleve de viaje, que no sea solo build-drop, build-drop, como pasa con el hard techno actual o el EDM. Eso tampoco me interesa. Entonces estoy experimentando mucho, probando hasta acertar.

También parece una búsqueda de ti misma.

Sí, completamente. Estoy buscando algo que me divierta y que al mismo tiempo tenga sentido, que pase por mi filtro. Al final todo tiene que resonar contigo. Así que sigo en esa búsqueda.

La verdad es que todo en Alexxandra, en tu proyecto, tiene un aire muy siglo XX. Por ejemplo, el videoclip de «How Do You Say» me recordó un poco a la Factory de Andy Warhol, al movimiento Fluxus, las fotos de Studio 54… Y el sonido es puro techno-trance de los 90, por así decirlo. ¿Esa estética es fruto de una investigación real o es algo premeditado? ¿O simplemente salió así?

Para nada. De hecho, me estás diciendo todas esas referencias y ni siquiera había caído, fíjate. No he pensado nada. Me siento en el estudio, hago los temas y no pienso en cómo quiero que suenen ni en un estilo concreto. No tengo canciones en mente que me inspiren a ir hacia ahí. Simplemente sale. Es algo que me nace, sin más. Obviamente, son cosas que escucho, y todo lo que escuchamos se queda reflejado de alguna forma. Si tú, por ejemplo, escuchas mucha cumbia y te pones a crear algo, probablemente algo de esa cumbia se te cuele. Es inevitable. Pero no lo pienso mucho, la verdad.

Claro, eso es lo bonito del arte.

Sí, totalmente. Lo de crear es mejor dejárselo a quienes crean, y lo de opinar o analizar, a los críticos. Pero si tú misma te sientas a crear con la mente de crítica activada, no puedes hacerlo. Empiezas a pensar: «Esto suena demasiado así, yo quería que sonara asá…». Y no, al final lo mejor es dejar que salga lo que tenga que salir y ya será la gente quien piense o le ponga nombre a lo que haces. No he pensado nada. Literalmente, en nada. Y creo que mejor así. Es como realmente salen las cosas.

«Es literalmente una sesión de meditación».

En muchos de tus tracks hay una especie de mística repetitiva, casi chamánica. ¿Qué crees que se invoca cuando suena tu música en un club?

Mmm… A ver. Para mí, el techno es igual a trance. Es entrar en un estado de conciencia distinto. Así lo he experimentado toda mi vida yendo a clubs. No concibo una sesión de techno sin ese componente mental, sin meterte de lleno. Además, yo no consumo drogas, y quizás por eso soy muy sensible a los cambios en el set, al destino del viaje que propone quien pincha. Si de pronto el set cambia muy bruscamente, o se para —que es algo que detesto— me rompe el estado. Eso es muy típico del hard techno actual: estás arriba del todo, súper a tope… y de repente, pum, para en seco. Luego un minuto de drop, y otra vez para. No puedo con eso. Es como si te parasen una meditación. Justo estoy entrando y me vuelven a interrumpir. Literalmente me entra mala leche. Pienso: «¿Para qué escucho esto si me saca todo el rato?». Pero bueno, cada persona busca un estado distinto. No digo que el hard techno esté mal, simplemente digo que cada oyente busca algo concreto. Por eso hay tantos tipos de techno y tantos gustos.

Y es verdad que hay mucho esnobismo: gente que dice «eso no es techno», «tú lo haces mal»… No comparto nada de eso. Que a ti un set te lleve a un trance, o al estado mental que buscas, y a otra persona no, no significa que lo tuyo valga más. Yo misma he tenido momentos en los que me he puesto dos sesiones de hard techno, he dado puñetazos al aire, y me han sentado fenomenal. ¡Brutal! ¿Por qué no? También es techno. Al final, ¿quién lo define?

Sí, al final los gustos personales son un mundo.

Claro. En mi caso, sí que necesito ese trance. Que no se pare. Aunque sea violento, que se mantenga. Prefiero sostener la intensidad a que me interrumpan. A lo mejor después de diez minutos sin parar, ya respiras. Pero necesitas esa continuidad. Es literalmente una sesión de meditación. Meterte, seguir el ritmo, dejar que el cuerpo fluya solo. Eso es lo que más me inspira, lo que más me gusta. Sin ese componente de conexión, no hay descarga. Y para mí, el techno es eso: una descarga emocional, física. Es soltar.

El cuerpo almacena un montón de cosas que no nos permitimos soltar en la vida real. Discutiste con tu pareja, te llevaste una decepción enorme en el trabajo, no conseguiste esa casa que querías, estás enfadado con la vida o tienes ecoansiedad… lo que sea. Cuando lo bailas, ahí es cuando conectas. Al menos en mi caso. Ahí puedo transformar emociones difíciles. Por eso el título del EP: Dios está bailando. Porque cuando bailo, conecto conmigo sin disociarme. Y eso es exactamente lo que quería reflejar.

«Sí, el techno empieza por los hombros. Totalmente real. Y lo diré hasta que me muera».

¿Y entonces, qué parte de tu cuerpo siente primero que un track funciona?

¡Qué buena pregunta! Nunca lo había pensado. Creo que… está en la nariz [risas]. Esa cara que se te arruga un poco la nariz y haces una especie de sonrisa medio maliciosa, medio risa… y luego los hombros se empiezan a soltar. Yo diría que empieza por ahí: nariz, cara, hombros. Empiezo a soltar los hombros hacia abajo con fuerza. Es una respuesta muy física. Nunca lo había pensado, la verdad, pero sí, creo que me dan como ganas de dar puñetazos —en el buen sentido—, de soltar. Y creo que empieza más por la parte de arriba que por la de abajo. Como por las cervicales, más o menos, que es justo donde más se carga la ansiedad.

Y luego, a lo largo de la noche, voy notando otra zona: el diafragma. Fíjate que soy cantante, y, curiosamente, donde peor estoy es ahí, en el diafragma. Es donde más tensión acumulo. Pero a medida que avanza la noche, se va liberando. Y al día siguiente, cuando ya he acabado, tipo 10 de la mañana, vuelvo a casa y siento una relajación brutal. Te lo digo en serio: no hay meditación que me haya llevado aún a un estado así. De calma, de conexión, de felicidad. Y me dura un par de días.

Trance 

Pues vas a tener que bailar todos los días.

[Ríe] A ver, cansa mucho. Luego estoy agotada físicamente. Pero sí, siempre vuelvo con una sensación muy bonita, como de tranquilidad. De que todo está bien, de que no hay nada que arreglar. Un ratito más en el que parece que todo tiene sentido. Sí, el techno empieza por los hombros. Totalmente real. Y lo diré hasta que me muera.

Si no te drogas —y ojo, cada uno que haga lo que quiera, ¿eh?—, pero si no te drogas y lo haces desde un lugar muy consciente… te juro que cura. A mí, por lo menos, me conecta con cosas muy importantes para estar bien conmigo misma.

«Nos quieren marcar un patrón a todos y no somos iguales».

Entonces, ¿podríamos decir que el techno es una forma de autocuración tanto física como emocional?

Cien por cien. Si lo piensas, las emociones están en el cuerpo, no en la mente. La mente las retroalimenta, incluso a veces las empeora. Mira, mi psicóloga me dijo algo muy bonito: «Sandra, nadie se ha vuelto loco por sentir el cuerpo y por expresar. En cambio, quien se queda en la mente, ahí sí puede perderse». Salir de la mente no te vuelve loco, al contrario: estás honrando cosas súper importantes que, si no se expresan, se quedan almacenadas como traumas, como emociones que no supiste manejar porque la mente no estaba preparada.

¿Lo has descubierto tú sola?

Sí, totalmente. Hay gente que va al monte —yo también tuve una época de ir al monte— pero ahora mismo estoy un poco peleada con la meditación tradicional. Con eso de sentarte, respirar, afirmaciones positivas… no me funciona.

A mí me pasa lo mismo.

Claro, es que la mente va muchísimo más rápido que el cuerpo. Y el cuerpo puede tener un lío interno brutal, que por mucho que le repitas cosas bonitas, no cambia. El cuerpo va a su ritmo. Las emociones están ahí, en la experiencia corporal. La seguridad está ahí. Si tu sistema nervioso está desregulado, como el mío, da igual que digas «la vida es bonita» o «me quiero mucho». Si no lo has vivido en el cuerpo, no hay autoestima ni amor propio posible.

Si no lo has integrado físicamente, no sirve de nada.

Exacto. Mira, te diré algo: incluso los libros de desarrollo personal, los de «sé tu mejor versión»… yo empecé por ahí, ¿eh? Pero al final me di cuenta de que no me servían. Me dieron herramientas, sí, pero lo profundo seguía ahí, igual de gordo. Nos quieren marcar un patrón a todos y no somos iguales. Y, además, nadie habla del cuerpo. Yo estudié Psicología, estuve a punto de meterme en clínica, pero por suerte no lo hice. No estaba preparada para acompañar a nadie, y creo que nadie sale realmente preparado si no ha hecho un trabajo profundo con su propia oscuridad.

Nadie que no se haya enfrentado a su oscuridad puede ayudar a los demás. Y en la carrera no te enseñan nada de cuerpo, ni a reconocer signos de trauma, ni cómo trabajar desde ahí. Todo es cognitivo, teórico, mental. Y eso no sirve de nada. Lo llamo la psicología del parche: te ayuda un rato, pero luego sigues igual.

Hay que haberlo vivido y haberlo sentido en el cuerpo para entenderlo.

Eso es. Por eso digo que sí, hay que ir al psicólogo, pero hay que saber a quién vas. Tienen que estar conectados espiritualmente, y ojo, que «espiritualidad» es una palabra que tiene mala fama, pero a mí me encanta. Me refiero a lo espiritual desde una perspectiva jungiana: «la noche oscura del alma», la gente que ha pasado por ahí y te puede acompañar desde la experiencia. No desde el tipo de terapia que te dice «haz una lista con diez cosas que valoras de ti misma». Porque, sinceramente, si tienes ideación suicida, ¿de qué te sirve esa lista?

Te entiendo. A veces la mejor terapia es simplemente soltar, liberarte y pasarlo bien.

Sí. Mira, tengo una amiga que tenía muchos bloqueos con la sexualidad, y descubrió que cuando iba de rave conectaba con su niña libre. Con esa parte que juega, que se lo pasa bien, que se expresa sin juicio. Y se dio cuenta de que solo podía conectar con su sexualidad después de haber estado horas bailando, conectando con su niña libre. Y es que la sexualidad solo ocurre desde ahí, no desde el juicio ni el control. Le cambió la vida. Y pensé: «Joder, qué fácil, en realidad». Encontrar esas formas de conocer a esa parte libre de ti, de reconectar con lo que eres de verdad, con lo que sientes.

Sí, tanta teoría, tanto hablar… las teorías no sirven casi nunca de nada…

Al final las palabras se las lleva el viento. En mi caso no me sirven. Habrá gente que sí, que le ayude muchísimo. Pero para mí no funciona. Porque cada uno canaliza las cosas de una manera diferente.

«Y de pronto, a esa cosa más tranquila le meto un beat… ¡y se convierte en un tema de Alexxandra!».

Respecto a todo esto que hemos hablado, ¿qué es lo más raro que te ha desbloqueado una idea musical? No sé, ¿un objeto, un olor, una conversación absurda, una rave, conocer a alguien? ¿Algo como lo de tu amiga que me acabas de contar?

Alexxandra: [Se ríe] Es que… ¡todo me puede desbloquear! Todo. Más que desbloquear, yo diría que todo puede generar creación. Por ejemplo, ahora mismo estoy coleccionando piedras. Antes coleccionaba palos, ahora piedras, y les doy atributos: esta piedra me da magia, esta me da claridad, esta me da fuerza… Es una tontería, ¿vale? Pero esas piedras me inspiran. A veces me dan ganas de escribir, de cantar, o simplemente de hacer una nota vocal más meditativa, más lenta.

Y de pronto, a esa cosa más tranquila le meto un beat… ¡y se convierte en un tema de Alexxandra! Todo lo que entre en la categoría de juego y diversión en mi cerebro es potencialmente algo que puede inspirarme. Todo.

O sea, que la clave es mantenerte en ese estado mental abierto.

Sí, creo que la creación va más de cultivar ese estado mental: el juego, la permisividad… lo opuesto a lo que nos han dicho que es el arte. Nada de idolatría, ni éxito, ni exigencia, ni ser unos cracks. Eso es un horror. Esa mentalidad mata la creatividad. Y, por desgracia, en esta sociedad vivimos muy desde ahí: la crítica, la exigencia y la prisa. Cualquier cosa que me conecte —un árbol, una conversación, un olor, una emoción— puede llevarme a crear. Ayer, sin ir más lejos, hablé con una amiga y después me puse a componer.

Y luego están las raves. Después de muchas horas bailando, casi siempre me pongo a componer al día siguiente. Aunque no haya dormido nada. Estoy con esa energía, ese recuerdo físico de algo que me emocionó —quizá un beat, una sensación— y ¡boom!, me pongo a crear del tirón.

Anclajes de luz

¿Y cuándo fue la última vez que lloraste haciendo música? Pero no llorar de tristeza o de ansiedad, sino de alegría, de decir: «Estoy bien».

Ahora mismo estoy componiendo un disco que no es ni de Alexxandra ni de Delaporte. Es más… bueno, es una locura. La gente que me conozca va a flipar, pero es algo más en la onda de Silvia Pérez Cruz. Muy íntimo, casi todo a capela. Son canciones que he compuesto para los momentos en los que estoy muy, muy mal. Yo las llamo «anclajes de luz». Son piezas que me ayudan cuando estoy muy negativa, cuando me vienen ataques de ansiedad o vuelven esas ganas de no existir, que también me pasan.

Recuerdo que un día estaba de gira, íbamos en la furgo a no sé dónde, y me sentía fatal. Pensaba: «No encuentro nada en la música que conozco que me abrace, que me cuide, que me haga sentir que una madre me está sosteniendo».
Y como no lo encontraba, me dio mucha rabia. Dije: «Bueno, soy música. Si no existe… ¿por qué no lo creo yo?».

Guau. ¡Crear lo que necesitas para sanar!

Sí. Llevo un año componiendo canciones y poemas con esa intención. Y siempre que las escucho —si no estoy disociada, porque si estoy congelada no siento nada—, pero cuando consigo conectar, siempre lloro. Siempre. Es como si me rindiera. Me imagino como un soldado que vuelve de la guerra, de la antigua Grecia, y llega a un lugar seguro, blandito, limpio, que huele bien. Estas canciones me devuelven ahí, a ese lugar cálido, cuando por dentro estoy en guerra.

Es precioso. Estás creando algo que te salva, que te acompaña.

Sí. Espero publicarlo el año que viene. Quiero sacarlo con un libro, porque hay muchos poemas. No tiene nada que ver ni con Alexxandra ni con Delaporte. Pero estas canciones me hacen llorar bastante. Y no es un llanto triste, es un llanto de sanación. Como un «ya está, he soltado». Me conecta con la vida, me recuerda que no todo es lucha, no todo es negatividad o pensamientos obsesivos. Hay algo más. Y por eso lloro.

Qué bonito, Sandra, de verdad. Entonces, es como que has creado tu propio idioma sonoro.

Siempre he sentido eso. Me digo: «Si pudiera tener más dinero o más conocimiento técnico…». Me encantaría crear un universo entero. Una película de animación —porque me flipan las pelis de animación, no las normales— con todo este mundo, este lenguaje, estas canciones, este universo emocional.

Tu mente da para muchísimo. Estoy alucinando, de verdad. A veces nos ponemos límites, y cuando los rompemos, como tú estás haciendo, descubrimos que somos capaces de muchísimo más.

Sí. Totalmente. Somos mucho más de lo que creemos.

«Me he sentido muy sola, muy juzgada. Es una escena muy de hombres».

Entonces, la última pregunta que te quiero hacer: ¿consideras que Alexxandra es algo que has hecho solo para ti misma o también para el mundo? En el sentido de decir: «Sois capaces de todo».

Alexxandra es un proyecto que surgió del entusiasmo. Luego he pasado por muchas fases… Fases de inseguridad, de síndrome del impostor. Me he sentido muy sola, muy juzgada. Es una escena muy de hombres. Nunca había recibido tantas críticas como con este proyecto. Es como si no me dejaran entrar porque «ya vengo del indie» y eso parece que molesta. He llegado a decir: «Pues lo dejo. Que lo escuche quien quiera, pero que me dejen en paz». Me ha dolido, la verdad. Pero ahora, sinceramente, este proyecto es para mí. Que lo escuche quien quiera, me da igual. Por suerte, con Delaporte estamos bien a nivel económico, vendemos entradas, y toda esa presión de «tengo que vivir de esto» la puedo soltar.

Con Alexxandra tengo aspiraciones, claro. Pero me he dado cuenta de que esas aspiraciones a veces me matan más que ayudarme. Eso de «tienes que hacer esto como tal artista» o «tienes que llegar a tal sitio}… no, mira, ¡a la mierda todo eso! Yo no tengo que conseguir nada. Y ya está. Lo publico, y si lo quieres escuchar, genial. Y si no, pues también está bien.

Para ti y para quien resuene. Que sea lo que tenga que ser.

Exacto. Si hace bailar a alguien, que baile. Y si no, pues nada. Pero lo que sí tengo claro es que la opinión es una forma de agresión. Si algo no te late, no tienes por qué meterte con lo que ha creado otra persona. Opinar sobre su cuerpo, su forma de expresarse… Para mí eso es superviolento. Y habla más de la persona que critica que de la criticada. De cómo vive internamente. Gente con una mente muy cerrada, muy angustiada consigo misma, que viven en cárceles propias. Si no, no te sale criticar. Te sale decir: «No lo entiendo, pero sigue. Es la hostia que te hayas atrevido a crear algo».
Cualquier persona que se atreve a crear merece un monumento. Porque cuesta mucho. Porque es exponerse.

Vivimos en una sociedad que juzga todo el rato, y eso se ha normalizado, pero no es normal. Juzgar es un acto de violencia. Y quienes lo hacemos consciente sabemos lo dañinas que pueden ser las opiniones. Todos venimos de ahí, de familias críticas, con miedo… Somos una generación criada por perseguidores, que a su vez venían de padres marcados por la posguerra. Gente llena de miedo. Y aunque lo hacen con amor, crecemos en entornos muy exigentes.

Poco se habla de las victorias internas. Se habla de criptomonedas, seguidores, éxitos económicos… Pero esas no son las verdaderas victorias. Las verdaderas victorias son las invisibles: Mirar a alguien y amar sin miedo; Estar en paz contigo; Amar tu vida.

Eso sí cuesta. Y no se premia. Más bien se premia lo contrario: el explótate, el trabaja más, el alcanza más, el sé más productivo. Este discurso meritocrático me repugna. «Conseguí mi éxito trabajando duro». Pues no todos partimos del mismo lugar. No es real.

Claro. Cada persona parte desde un punto vital diferente.

Exacto. Si yo tengo tendencia a autoboicotearme, a no tener autoestima, a exigirme… no estoy en el mismo punto que alguien que no carga con eso. Y no partimos igual si vienes de una familia en riesgo de exclusión, con cinco hermanos y viviendo al borde de la pobreza… que si vienes de una familia con 50 propiedades. No somos iguales, y da mucha rabia que se nos mida a todos por la misma vara. Hay personas que necesitan más tiempo, más respeto, más amparo. Y eso es lo humano. Eso es lo que debería verse.

También hay que reconocer lo sistémico: una persona racializada parte de un lugar más vulnerable, una mujer parte con más traumas que un hombre, y esto es así. Aunque duela, es la realidad. Nos enfrentamos a cosas que los hombres jamás tendrán que vivir. Y que encima son invisibles. Y por si fuera poco, cuando las señalamos, se nos calla.

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