Carlos Andrade: «Aquel diluvio de otoño»


Entrevista de Reyes Muñoz de la Sierra

La industria editorial manda y vende libros al peso en la sociedad de consumo. No sin pocos prejuicios -sabía que el escritor era publicista- comencé a ojear Aquel diluvio de Otoño. Tras un desconcierto inicial -la trama, el lenguaje, la historia y mis manías no me dejaban entender- sobrevino la alegría. Intuí que estaba ante algo grande, y quizás por eso, comencé a buscar en mi memoria los referentes que me dieran las claves para explicar tantas sensaciones. Y los que venían eran algunos de los escritores más importantes de la reciente historia de la literatura. Quizás la novela sea buena, auténtica y pura, sin más. No sé si tendrá éxito en las librerías, pero estoy segura de haber hecho mía una historia que desde mi más humilde opinión, es eterna.

Una de las tramas de la novela se desarrolla en una localidad inventada, Nublos, localizada en una región real, Galicia… ¿Por qué no es todo inventado o por qué no es todo real? Nublos, esa aldea ficticia de la Galicia profunda, nació por la necesidad de crear un microcosmos neutral. Necesitaba un territorio a la medida de los personajes, una frontera que separase realidad y ficción para no contaminarme. Llevaba muchos años con la necesidad de escribir sobre la inestabilidad humana, pero cada vez que lo intentaba, sentía que me acercaba a un abismo al que si me arrimaba mucho, podía despeñarme. El miedo actuó casi como un caudillo del estado de la creación. Gracias a él, fue naciendo en mí la necesidad de crear Nublos, un territorio ajeno, para tener la legítima seguridad de que la novela no iba a dañarme mentalmente. Al final, el ardid no funcionó; viví momentos muy delicados. Hemos de pensar que esta novela es casi una revisión de mi pasado. Nublos, cada día estoy más persuadido de ello, no nació para salvar la novela, sino para ponerme a salvo de ella.

El coro de voces que narra la historia me traslada al Otoño del patriarca y la historia de la familia Lagoa me hace pensar en los Buendía. Estos paralelismos con Gabriel García Márquez ¿Son cosa mía o forman parte de su novela? Sinceramente, nunca me había planteado ese paralelismo. Había probado con distintos narradores; de hecho el primer borrador arrancaba con una primera persona que participaba de la acción, Orestes. Luego probé con un narrador omnisciente, que no me resultó creíble… Cierto día entré en un bar y escuché a varios hombres hablar sobre un torero… Ahí encontré la voz plural que andaba buscando. Era la tercera vez que volvía a comenzar la novela.

Sabrá que los periodistas tendemos a comparar, por muy odioso que sea. En el caso del uso de las palabras en Aquel diluvio de otoño yo he sentido el susurro de Miguel Ángel Asturias ¿Puede ser o me lo invento? Bueno. Cuando leo o escribo, no sé muy bien de donde vienen esos susurros que suenan como voces del más allá. Segura-mente, serán una sinfonía, de muchos autores leídos. Aunque uno tendría que haberlo leído todo, en el caso de Asturias, curiosamente, aún no había leído nada de él. Tengo una estantería con libros pendientes de leer; entre ellos. El señor Presidente y Hombres de Maíz. Ojalá pudiésemos tener diez vidas para leer todos los libros interesantes que hay. El canon es muy extenso, afortunadamente.

Aquel diluvio de otoño no es el libro que yo esperaba de un publicista, y no lo digo porque no enganche, sino porque en lo lingüístico, el diccionario de Orestes cobra vida y la trama es riquísima. La publicidad tiende al simplismo y el libro huye de superficialidades. Esta especie de rebeldía ¿Es premeditada? Cuando se alcanza cierto grado de madurez, me parece saludable preguntarnos ¿Qué clase de hombre queremos ser? Entonces, uno se da cuenta de que ya tiene menos necesidad de fingir, de desdoblarse. Es hora de revisarlo todo.

Quizás porque he crecido en la era audiovisual traslado a imagen y sonido todo lo que leo. Así, en mi cabeza, el acento gallego inundaba la historia del niño y el combate lo narraba Matías Prats -padre-. Me sorprendí al ver que usted lo nombraba… ¿Tenía en la mente al locutor cuando escribía o es una simple coincidencia? La idea de un narrador catódico surgió de la necesidad para narrar en directo y poder mezclar, a intervalos, lo que estaba ocurriendo en el Madison de Nueva York y los comentarios de los habituales de la taberna de Che. En ese sentido, Matías Prats me pareció un personaje entrañable, creíble, y que además nos situaba en la época.

Orestes Lagoa es un niño que ve cómo su enorme familia se destruye. Bruno Broa es un boxeador que se enfrenta sobre el ring al mayor reto profesional de su vida… Niño y adulto, cuando reciben un golpe -y reciben muchos- se levantan ¿Cuando uno cae sólo puede levantarse? La novela es una alegoría de la vida y de los diluvios mentales que debemos superar. Es saludable intentar levantarse.

Un cura y un mando de la guardia civil nos trasladan a la España de la dictadura. Al tiempo pone al mismo nivel a Fidel Castro y a Franco. ¿Las consecuencias de una tiranía -sea del color que sea- son similares? Bueno, hay mucha gente que piensa que no. En esta novela los personajes Manuel y Elsa sostienen lo contrario. Elsa y Manuel pagan las consecuencias por negarse a caer en los extremos. Ser ponderado y ecuánime no da réditos políticos…

Estamos ante una novela violenta para el lector, tanto por los hechos narrados, como por su uso del lenguaje ¿Le resultó difícil encontrar un editor? Porque dista los libros con regusto dulzón, una narración muy lineal, cortas que encontramos en las librerías… Me considero un afortunado, después de algunas editoriales, no más de tres, he tenido la suerte de que Nowtilus apostase por mi novela. Aunque lo que más le agradezco es el escru-puloso respeto por los textos.

¿No tiene la sensación de haber escrito una novela que formará parte de la literatura universal… que no es una anécdota? Vayamos paso a paso, tengo mucho que aprender; y si tengo la oportunidad de una segunda edición, creo que aún podemos mejorar el texto. Lo que sí puedo asegurar es que en las novelas me vacío. Cuando me falte esa fuerza, esa inten-sidad… será hora de dejarlo.

Usted publica su primer libro a los 50 años, es decir, en la madurez… ¿Cuándo nació Aquel diluvio de otoño? ¿Está tan pensada y revisada como parece? Es una novela con cinco años y una implicación personal muy fuerte. La edad, no me dice mucho. Independientemente de ella, lo que sí creo es que hay que tomarse mucho tiempo, dejar reposar los textos y tratar de ir un poco más allá de una novela bien redactada. Me gustan los autores que asumen riesgos<<<

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