Texto de BiPaul
Si Oscar Wilde leyera todo lo que a continuación voy a decir de él, se reiría irónico. Supongo. Pero también me lo imagino mordaz ante su biografía en la wikipedia, o frente a la página que precede al volumen Cuentos que da razón de ser a este artículo. Os aseguro que, aunque esté muerto y enterrado, escribir una sola línea sobre este autor pone al redactor en un brete, en plan, “para hablar de Wilde primero me lavo la boca”.
Muchos se atreven a cotorrear –con su biografía algunos programas actuales se lo pasarían chupi– pese a que la mayoría no ha leído una línea suya. Y desde aquí os digo que es mejor leerlo que hablar de él. O que descubrirlo en el cine o incluso que gozarlo sobre las tablas. Y una buena manera de empezar, antes de engullir El retrato de Dorian Gray, o de calentar una butaca para ver La importancia de llamarse Ernesto, es dar un paseo por esta recopilación de relatos. Me gustaría no perder la oportunidad de mencionar la gran labor de Catalina Montes Mozo, que consta como traductora de esta edición. Uno, envidioso del bilingüismo, teme un ataque de urticaria cuando se enfrenta a según qué interpretaciones y respira con gusto cuando encuentra un trabajo hecho con tanta meticulosidad. Y como dicen los comerciantes, esta edición a 2,95 € es barata, pero es valiosa.
Cualquiera que tenga un mínimo respeto por la literatura y ningún talento para la misma, antes de escribir un bodrio, decide dedicar su pasión a explorar en su sala de máquinas. Descubre que todo es negro sobre blanco, sin más. A partir de ahí indaga en torno a los argumentos que se barajaron en las diferentes épocas para que sus autores imperecederos decidieran dedicar toda su carga creativa a una forma concreta de pensar y de hacer. En todo momento hay muchas corrientes que se dan de codazos para acaparar el interés de los grandes genios que nacieron justo cuando debían nacer. Y aquella a la que dedicó gran parte de su vida Oscar Wilde fue el esteticismo. El arte por el arte. Decimos gran parte de su vida porque al final de la misma, ella se comportó con él como una gran cabrona y le puso frente a su retrato. Pero nada de lo del final aparece en esta cuidada recopilación.
Por más que se empeñen los editores, y aunque algunos de los cuentos que aquí aparecen tienen un público esencialmente infantil, no hay ni un gramo de ingenuidad en las páginas. En alguno de los relatos la exaltación de la bondad parece la razón de ser, hasta una última línea que o rompe el corazón, u obtiene una carcajada, o ambas cosas. Podríamos destripar uno por uno los textos, es más, algunos de ellos vienen destripados de serie, porque o flotan en la memoria por motivos desconocidos o forman parte de nuestra herencia cultural debidamente fundamentada en los libros de texto. Pero alguno será un descubrimiento. Este es mi caso con «El cumpleaños de la Infanta». En él, la sociedad biempensante española queda retratada en la base de una bella y serpenteante vomitona de bilis.
Más allá de la obvia calidad literaria, que en pocas ocasiones mueve las voluntades, deciros que os lo vais a pasar muy bien en este recorrido por lo que Wilde consideró sus “estudios en prosa”. Y serán muchos los momentos en los que después de leer una frase, vuestra mente grite “será hijop…”. No merece la pena ni que lo recomiende. Genial.