Texto de Isabel Jiménez
No podemos imaginarnos el silencio absoluto dentro de nuestra vida diaria. Sobre todo los que vivimos en las grandes ciudades, en las que llevar una vida sin ruido y disfrutar del silencio total es una utopía.
La película dura casi tres horas, durante las cuales lo único que escucharemos será el quehacer diario en una comunidad silenciosa: pasos, cierre de puertas, algunas conversaciones y cánticos de oración… ¿qué efectos tendrá sobre nosotros?
Philip Gröning vivió durante unos meses en el Grande Chartreuse, el monasterio referencia en los Alpes franceses de la Orden de los Cartujos, la orden más estricta de la Iglesia Católica, que cuenta entre sus votos con el del silencio.
El proyecto nació hace dieciséis años, cuando el director solicitó permiso por primera vez al prior de la orden para rodar en el monasterio. No lo consiguió hasta 2002. Entre las condiciones impuestas estaba no utilizar luz artificial, no poner música adicional y no hacer comentarios. Gröning fue el único que entró en el monasterio y por tanto ha rodado él todas las escenas. El resultado: una película austera, cercana a la meditación, que se nos presenta casi como un acto de reflexión.
En una suerte de documental, se muestra la vida dentro de un monasterio cartujo. Las únicas conversaciones se producen en la capilla y durante el paseo semanal. Es una película sin comentarios en off, esto implica que el espectador deba de esforzarse por entender lo que ocurre, sin intermediarios. Gröning dice que «cuando estás en un monasterio empiezas a oír las cosas de forma diferente y a ver las cosas también de manera diferente» y esto mismo pretende transmitirlo al espectador e intentar que éste también participe de esta «revelación» a través de El Gran Silencio.