Texto de José Miguel Campos
Madrid, mil novecientos sesenta y tantos. Carlos (Pablo Rivero) es un estudiante que tiene dos amores: Dreyer y su novia. Dirige un pequeño cineclub junto con Julia (Ruth Díaz), otra estudiante que, sorpresa, está enamorada de él en secreto y suspira con la esperanza de que algún día Carlos se deje de tonterías y se la lleve al cine de las sábanas blancas.
A todo esto, Elena (Elena Ballesteros), la novia del cinéfilo, inicia un proceso de sublimación espiritual con Santi (Fernando Andina), un guapo pariente cura que ha venido a Madrid a hacerse un chequeo médico. Duras pruebas le manda Dios a este pobre sacerdote, puesto que a Elena, a quien no parecen gustarle ni el cine ni Carlos, hará los posibles para hacerle colgar los hábitos…
Fin de la película. Y si crees que estamos siendo duros, estás en lo cierto. Pero, en nuestra defensa, tenemos que decir que el filme de Álvaro del Amo no cuenta absolutamente nada más. Y, de forma adicional señalaremos que cuenta con otros dos problemas bastante gordos. El primero es que se llama Ciclo Dreyer como podría llamarse Congreso Einstein o Torneo Roland Garros: el motivo cinematográfico que sirve de telón de fondo se despacha con unos pocos diálogos que constituyen una (mala) referencia a la obra del director danés. El segundo problema es todo lo demás: guión predecible, interpretaciones de risa (es un drama) y una puesta en escena que hace que Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro parezca Casablanca.
En fin, ándate con ojo: lo más seguro es que traten de vendértela como «cine de autor».