«In my skin» un guión de Kayleigh Llewellyn


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Texto de BiPaul

Serie. Reino Unido. 2018/2021
Dirigida por Lucy Forbes, Molly Manners
Guion: Kayleigh Llewellyn
Con Gabrielle Creevy, Jo Hartley, James Wilbraham, Poppy Lee Friar, Rhodri Meilir, Alexandria Riley, Aled ap Steffan, Di Botcher

In my skin es la respuesta a las series para adolescentes que inundan las plataformas y que, como dijo Paco León, son un mojón. No me meto en asuntos técnicos ni profesionales, y entiendo que hace mucho que dejé de ser público objetivo de esos adefesios, pero la sensación de que son fábricas de adolescentes, o estúpidos o frustrados, no me la quita nadie.

Entre toda esa infección, brota como la hojita verde de una alubia metida entre algodones húmedos In my skin, protagonizada por Gabrielle Creevy en el papel de Bethan. Hay mucho humor en In my Skin pese a que la historia no puede ser más de antihéroes y desgracias. Son dos temporadas de cinco capítulos de media hora que empiezan con una confesión: «Miento desde los ocho años».

Y vaya si miente, miente en el colegio, a sus mejores amigos, miente a su familia e incluso se miente a sí misma. Somos los únicos a los que no miente. Todo el mundo cree que su madre es directora de recursos humanos y que su padre es funcionario. Bethan no se inventa una vida especial, sino una muy normal, en la que su madre que le echa la bronca por llegar tarde o en la que sus padres se ponen pesados organizando su agenda cultural. Se inventa eso porque lo que tiene en el hogar es de órdago. Katrina (Jo Hartley), su madre, sufre un trastorno de bipolaridad y su padre, Dilwyn (Rhodri Meilir), es un engendro.

La madurez

A Bethan le roban el derecho universal de los adolescentes de regodearse en la edad del pavo. No hay nadie ahí para reñirle o ponerle límites, así que como es extremadamente inteligente, se los pone sola. Ella es quien da cuerpo a la familia. Ella es quien ejerce de adulta. Su único apoyo es su abuela paterna, Nana Margie (Di Botcher), que a ratos se miente tanto como la propia Bethan y a ratos es consciente de la toxicidad de su hijo. Y nos da pena.

La serie, capítulo a capítulo, nos va mostrando a ritmo de comedia, una realidad dramática. Y es así como vamos empatizando con los personajes. La madre de Bethan es de las primeras por las que sentiremos comprensión. He dudado si poner compasión, que también. La conocemos en un brote que nos da la oportunidad de descubrir la carga que arrastra Beth sobre los hombros. Es la chica, con dieciséis años, la que la lleva hasta un hospital psiquiátrico. Y no es la primera vez.

Violencia machista

El cuadro cubista en el que vive Bethan tiene un culpable: su padre. Si bien es un adicto (al alcohol y otras sustancias), esa no es la cuestión. En algún instante sentimos algo bueno hacia él, nos sale aquello del «no es tan malo, puede cambiar» que es el clavo ardiendo al que se agarran las víctimas de maltrato. Por ejemplo, parece que está orgulloso por Bethan, que es una estudiante excelente, es inteligente y talentosa y gana las elecciones en su instituto para convertirse en delegada. Pero es un espejismo. Dilwyn es una persona tóxica de libro y su saco de boxeo emocional es Katrina. En otro ambiente ella podría vivir con normalidad su trastorno bipolar, pero Dilwyn no parece dispuesto a permitir que lo trate como es debido para seguir ejerciendo sobre ella su poder. En varios momentos Bethan puede imaginar su vida sin él, fantasea con su muerte y establece que esa desaparición sería buena para su familia, para su madre, para su abuela y para ella. Ojo, que es fuerte.

Los amigos: la sociedad

Bethan miente porque siente vergüenza y culpabilidad por realidades de las que ella no es culpable. Sus amigos son su refugio, con ellos se divierte y deja fluir a la adolescente que es. Sus amigos, Travis y Lydia, son buena gente y poco a poco, a la vez que vamos intuyendo que no la abandonarían por nada en el mundo, vamos comprendiendo los motivos por los que no les cuenta la verdad: los quiere, confía en ellos y se siente un fraude. Cuando su mundo se desmorona todos —nosotros, los amigos y sus maestros— sabemos que Bethan puede ser muchas cosas, pero no un fraude.

En In my skin hay una narrativa muy directa e interesante. Así como lo más superfluo se toma su tiempo, lo importante, los verdaderos puntos fuertes de la trama, se solucionan con una estampa. Una escena especialmente emotiva nos enseña una lección muy dura, a Bethan, a su madre y a todos los televidentes: estamos solos. Y las personas con enfermedades mentales, más solas.

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