L.A. CITY


Texto de SANDRA SÁNCHEZ
Fotografía de http://www.flickr.com/photos/jonzeta/

Los Ángeles es la segunda ciudad más grande de Estados Unidos. Con más de 1.200 Km2 y una red de metro poco recomendable, la mejor manera de conocerla -por encima- exige rascarse el bolsillo y contratar a un guía, que te llevará en coche a los lugares más emblemáticos..

Y los lugares más emblemáticos son los que salen en las películas, porque si de algo pueden presumir en Los Ángeles es de tener una ciudad de cine. En un paseo por Sunset Boulevard, por el Paseo de la Fama, por Rodeo Drive, etcétera…, puedes cruzarte con un actor, presentador, director de cine archifamoso, conos que te avisan de que están rodando una escena, limusinas, alfombras rojas y artistas de tercera disfrazados de gran diva… o de superman. Es más, la ciudad en sí es como un enorme escenario, con edificios que parecen salidos de la imaginación del más vago de los tres cerditos: madera, pintura, plástico y lucecitas. Con todo ello consigue ser una ciudad fascinante que en un «pispás» derrite cualquier intento por compararla con una urbe europea.

Por el Downtown -los únicos edificios altos de la ciudad- no ves un alma. Te cuentan que la gente se mueve por unas pasarelas que unen los bloques y por los aparcamientos. Las entradas a los clubes y bares son como aparecen en las películas: puertas mondas y lirondas que dan paso a locales impresionantes. La ley antitabaco cambió la estética de la ciudad: nacieron las terrazas al aire libre, inexistentes hasta ese momento. Una misma avenida puede tener miles de números, lo que supone un viaje en autobús público (con las ventanillas de plástico) de más de tres horas sin cambiar de calle. Y otro dato: te hablan del Este, de los pandilleros y de los peligros del metro. Las opciones son o evitar estas situaciones tensas o tentar a la suerte: yo opté por lo primero y por tanto, nada que añadir.

Las playas en Los Ángeles son increíbles. Son famosas Long Beach o Malibu, pero las más representativas son Santa Mónica y Venice, que son la misma dividida en dos. En un paseo de un par de horas a ritmo tranquilo, puedes ir desde el puerto de Santa Mónica a Venice: verás vehículos sin motor muy raros y desde los más jóvenes a los más viejos (y hablamos de octogenarios) atesoran cuerpos esculturales.

En Santa Mónica están los vigilantes de la playa y el muelle, con la noria y la montaña rusa que sale en cientos de películas. En Venice están los bohemios de Los Ángeles, lo que dota a la playa de un aire cautivador. Venice fue el invento de un millonario, que tras visitar Europa se propuso hacer una Venecia en los Ángeles -de ahí el nombre-. En la zona interior, aún quedan canales, pero en el pasado había hasta gondoleros. En Venice nacieron las primeras bandas del mundo y en la arena hay un gimnasio al aire libre con sus pesas y sus culturistas -se comenta que ahí los cazatalentos descubrieron al actual gobernador del Estado de California. En las tiendas puedes comprar camisetas, bolsos, relojes falsos, agujerearte y tatuarte la piel, contratar un masaje oriental o sacarte la foto con un extraterrestre de plástico que pide limosna. Suena desconcertante, pero es verdad.

En cuanto a comunicación, alimentación y costumbres diremos, que si no sabes inglés, no pasa nada. La mitad de la población es de origen hispano -incluido el alcalde- y la otra mitad, chapurrea el castellano, y además, son amables por naturaleza. El precio en los restaurantes es normal, y siempre puedes compartir plato con un acompañante, ya que sus raciones duplican las nuestras. Las hamburguesas están muy ricas, y por razones desconocidas te dan el pepinillo entero aparte. No pidas cerveza: es cara y sabe a frutas. Puedes probar los vinos, recuerda que en California están algunas de las bodegas más prestigiosas del mundo.

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