Entrevista de Covadonga Carrasco
Fotografía de Tony Matey, cortesía de María Díaz (prensa)
Las piscinas de la Barceloneta de Secun de la Rosa, hasta el 14 de octubre de 2021 en la Sala Mirador
La sensibilidad especial de Secun de la Rosa, su capacidad de descripción de una manera tan personal y, sobre todo, el cariño que le pone a cada una de sus creaciones, ya sean con él sobre el escenario, con él como dramaturgo o incluso ambas, tienen como resultado Las piscinas de la Barceloneta.
La Barcelona de los 70, la de los rincones, los silencios, la lucha, la culpa, pero sobre todo la de la búsqueda de la libertad social, y lo más importante, de la libertad de uno mismo. Y, como no podía ser de otra manera, hablar con Secun fue una experiencia “deliciosa”…
Esta obra tiene toda la pinta de ser deliciosa… como el nombre de la piscina en la que sucede todo.
¡Ojalá! No siempre nos pasa a los actores o los dramaturgos, en este caso, que sintamos tanta pasión por una obra. Pero a mí con esta sí. Estoy como enamorado de esta función.
Dudo mucho que pocas cosas de las que hayas hecho, no le hayas puesto ese alma…
¡Muchas gracias! Igual no soy consciente de que en otras funciones o en otros espectáculos he reaccionado igual, pero con esta me pasa especialmente. El día del estreno fue muy emotivo. No sé si “delicioso” como decías antes, como el nombre de la piscina. Era muy curioso estar haciendo Las piscinas de la Barceloneta, y hablar de la Barceloneta y de según qué calles, porque aparecen por ahí Conde de Asfalto, la Plaza Real, las Ramblas… en pleno Lavapiés, en la sala Mirador, en Madrid. Era muy bonito, resultó increíble ver cómo se sumaba la poética al hecho de estar hablando de la Barceloneta en el centro de Madrid. La respuesta fue brutal, la verdad. Seguimos emocionados.
«‘¿Se van a reír?’, ‘¿Se van a emocionar?’, ‘¿Van a escuchar?’, ‘¿Desde dónde va a coger el público la función?'».
Igual que hay gente que tiene un don para la cocina y le da el toque perfecto a todos los platos, a ti te pasa que eres capaz de aportar ese toque sin pasarte de “ñoño” cuando tocas el drama o temas sensibles. Ni caes en el humor facilón cuando haces comedia…
Jajajajaja, sí es verdad que hay una cosa que yo intento con la gente que está alrededor. Cuando montamos la obra, con Nacho Mateos, con Iván del Álamo… sí que intentamos… o no sé si sale aposta… Según qué obra, se genera la energía de alrededor. Igual a ti te ha pasado en tu trabajo.
En este caso, hacer una obra del año 77, cuando Barcelona era una fiesta, cuando era el momento aquel en el que se “soñaba con la anarquía”, muy muy peculiar, y había espectáculos como el Barcelona de Noche y el Cúpula Venus…. Era un momento en el que se luchaba mucho por las libertades, desde donde se hacía entonces, claro. A nosotros nos ha pasado un poco lo mismo, yo estaba a la expectativa: “¿Se van a reír?», «¿Se van a emocionar?», «¿Van a escuchar?», «¿Desde dónde va a coger el público la función?”.
Queríamos hablar de cosas que considero que son serias, porque además hay muchos personajes reales, algunos transformados de nombre, otros mezclados: de esto que coges varios, los mezclas y los conviertes en uno… Tenía que ser muy honesto y respetarlo mucho.
Hay escenas muy duras, porque los personajes son reales y han vivido mucho. Eso había que respetarlo. Pero, por otro lado, me gusta mucho lo que tú dices, que florezca la vida. Cada uno tenemos nuestra mochila con nuestros problemas e historias, pero no vas a pedir tu café y tu croissant y le cuentas tu vida al camarero. Si él te hace una broma, tú le respondes con otra broma y le sonríes, aunque lleves tu pena.
Eso me gusta mucho en el teatro, que haya ese trasfondo. A pesar de que todo el mundo tiene sus dolores y sus luchas, la capa primera es la de entretener y divertir. Estamos ahí todos para contar una historia.
«Hay una especie de ansiedad por ser feliz porque en tu familia hay alguien que no lo es. Nos quedamos enganchados al dolor de algo, del núcleo familiar».
Hay algo que dices sobre la obra, que me parece maravilloso: “Es la realidad de uno mismo con su verdad, acercarse a su propia esencia”. Y yo pensaba… Jo, qué difícil es eso a veces y qué infelices nos hace cuando no lo conseguimos del todo.
Esa, yo creo que es una de las cosas más bonitas de la obra. Sí que es verdad que en algunos de los cuadros, he metido la mano dentro de mi propio estómago y he descubierto, no tanto lo que le ocurre al personaje, pero sí las sensaciones.
Hay un momento donde el chaval va por primera vez a las piscinas de la Barceloneta, y sale de su barrio del extrarradio, en esa Barcelona del 77, pero que podía haber sido de Madrid, Cuenca, Zamora, da igual… Pero, está la cosa de un mundo, de alguien que no conoce nada y de su familia, que lucha mucho para seguir adelante y todo eso… Cuando él descubre la felicidad, a la vez, descubre la culpa y no lo entiende. Por eso dice: “Es la primera vez que sentí en mi cuerpo la culpa, pero de forma física. Una sensación en la boca del estómago que me hacía barruntar que si iba con putas y con maricones, me estaba portando mal con los míos”.
Esto me sorprendió mucho porque al salir del teatro, nos pusimos a hablar con la gente y todo el mundo había sentido culpa de ser feliz. Es curiosísimo. Hay una especie de ansiedad por ser feliz porque en tu familia hay alguien que no lo es. Nos quedamos enganchados al dolor de algo, del núcleo familiar.
A Sebas le pasa. Es algo de lo que también hablamos ayer. Me hizo mucha ilusión porque pronto habrá un debate en el teatro sobre ello y me interesa mucho conocer qué es lo que piensa la gente. En su familia son obreros, son trabajadores, son de izquierdas, luchadores… Pero cuando están en una manifestación y les sale del alma gritar: “Bote, bote, maricón el que no vote”.
No sé si en 2022 también gritaremos eso, pero como empezamos la obra con un vídeo de 1977 que fue real y que se grabó en ese barrio, de repente era muy curioso. Él piensa: “Joder, la gente que yo más quiero, lucha y critica a los malos, diciéndoles que son ‘esto’, y ‘esto’. E igual lo soy yo”.
Y es muy bonito ver, bueno… bonito… Es bonito ver cómo todos nos hemos impregnado y recogemos vivencias, emociones o incluso ideas que no son nuestras, que son mentira o que simplemente estaban ahí metidas sin que te dieras cuenta. Y tardamos toda una vida en darnos cuenta de eso, de que no son nuestras ideas. Es muy chulo trabajarlo en la obra como actor.
«Por una parte tenemos más libertad y por otra, está todo mucho más infantilizado y debe ser políticamente correcto, como trampeado para que, de repente, la libertad se pueda pervertir».
Si miramos un poquito alrededor, vivimos en una sociedad que sí, que ha logrado muchos avances, pero que no dejamos de mirar hacia atrás porque en el fondo nos sentimos menos libres. A diferencia de la época de la que hablas en la obra, en la que existía menos libertad y curiosamente, esa lucha por conseguirla te hacía más libre. Ahora es como si no quisiéramos menearnos mucho, no sea que vayamos a perderla…
Esto es lo que está en la obra, una de las cosas que conmueven y en la que además hemos querido hacer hincapié. A ver, si nos fuésemos ahora mismo al 77 nos daríamos cuenta de que quedaban muchas cosas por las que avanzar, menos libertad que ahora y que por eso se luchaba tanto. Es más, hablamos de que en aquel momento se hicieron las primeras jornadas libertarias, o la primera manifestación LGTBI. Son los inicios de todo. Ahora, pensamos que tenemos mucha más libertad, y en la obra vemos cómo, no sé si tenemos más libertad o hemos puesto el acento en según qué cosas.
Por una parte tenemos más libertad y por otra, está todo mucho más infantilizado y debe ser políticamente correcto, como trampeado para que, de repente, la libertad se pueda pervertir. Quiero decir, antes cuando decías la palabra libertad, era eso, libertad y cuando te metías con alguien, pues te metías con alguien, para lo bueno y para lo malo. Probablemente más para lo malo que para lo bueno que ahora. Sin embargo, ahora, te puedes agarrar a la palabra. Es un poco lo que te decía antes con lo del “maricón el que no bote”. Al chaval, su madre, su padre, sus vecinos, su gente le querían, lo que pasa es que decían eso. Ahora, parece que lo ofensivo no es tanto serlo, como la palabra. Lo que molesta es la palabra.
Y por ahí yo creo que viene eso que tú dices, que es raro, es una sensación extraña porque está mezclada también con la ofensa, con lo que le puede molestar a uno. ¿Dónde empieza lo de uno y dónde acaba lo del otro?, y con la propia libertad, también hay más censura. Nuestras peleas son más absurdas, queremos salir desnudos en Instagram, y está muy bien querer salir desnudos en Instagram, pero Instagram es una empresa privada a la que tú le estás cediendo tus derechos. ¿Por qué quieres cederle tu cuerpo desnudo a cambio de nada? Hace 30 o 40 años te dirían que eres un absurdo, que te fueras al Interviú o al Party para sacarte un dinero por salir desnudo.
Entonces, es como muy raro, porque es una lucha por la libertad y todos entendemos que tenemos que luchar por eso. Es tremendo decir que eso te parece una absurdez, yo ya rozo casi el límite (risas) de lo correcto, pero es que, si te paras a pensarlo, de verdad que no deja de ser muy absurdo, ¿no? Búscate también un foro dónde decir o dónde hacer, y no le des tanto valor. Es como si pidiéramos que hubiese coca cola en todas las casas, no le demos tanto valor.
Hemos perdido un poco el foco…
Sí, sí, hay por una parte, eso de haber perdido el foco, que está bien y hay que luchar por eso y por otro lado, es la sensación de que está todo muy mezclado, que tenemos la libertad, yo el primero, de poner en nuestro estado de whatsapp, nuestra foto sacando el dedo mandando al otro a tomar por culo, pero a la vez no somos conscientes de que a ese whatsapp te escribe tu madre, te escribe tu abuela, tu hijo… ¿Por qué tenemos que mostrarle a todo el mundo la misma cara? Mi relación con mis padres no es la misma que con mis amigos, con mi familia o con mi pareja. No tengo por qué enseñarle el dedo mandando a tomar por culo a todo el mundo. Es mi sensación.
«Es mentira que en el 77 todo el mundo valorase todo y respetase todo. Eso no ocurría ni entonces ni ahora».
De un tiempo a esta parte, personajes que eran muy underground, con esa pátina de oscuridad que daba “repelús” a la gente, se han ido visibilizando. La cultura les ha ido dando un sitio, descubriéndolos como personas sensibles, con historias muy duras detrás, muy humanas y dolorosas. Hay mucho de eso en Las piscinas de la Barceloneta.
Indagar en eso me ha gustado muchísimo. Además hacerlo suponía un ejercicio de honestidad muy grande, porque cuando estábamos terminando la obra, en el desenlace, cuando la estaba escribiendo y se la leía al equipo y hablábamos, me di cuenta de que Sebastián no podía ser alguien que tirara cohetes y disfrutara y que el final fuera reivindicativo, no. No quiero destripártelo, pero el hombre también tiene que darse cuenta de a quién ha valorado, a quién no… Esto que me decías tú del repelús… Es mentira que en el 77 todo el mundo valorase todo y respetase todo. Eso no ocurría ni entonces ni ahora.
Una cosa muy bonita de la obra, o al menos a mí me lo parece, y donde la obra mantiene este espíritu de los 70 y es valiente, es que la llaga, lo potente, la mecha, está ahí dentro, en ese colectivo. En la primera manifestación LGTBI que hubo, en la primera línea iban los homosexuales más “serios”, los más politizados, los pertenecientes al partido comunista, la gente que estaba por la lucha pero que, en ese momento, entendieron que los más exagerados, los afeminados, transexuales, no podían ir en primera línea porque restaban seriedad. Lo que pasa es que ellos y ellas, que son muy tremendas, a los diez minutos cogen carrerilla, la pancarta y se colocan delante con esa energía maravillosa.
Y esto es muy bonito de contar en la obra. Dentro también hay fobias y minifobias, siempre hay alguien que está en el escalafón más bajo. Es bonito hacer crítica desde ahí. En los documentales en los que nos hemos inspirado, es muy interesante ver cómo personas del propio colectivo, como Colita, una fotógrafa de la época, entonan el mea culpa y dicen que no deberían haber hecho eso, que en primera línea tenían que haber estado todos y que ellos mismos fueron de alguna manera “censuradores” de los más afectados, por así decirlo, de los que eran más exagerados.
Por eso, esto que me comentas de lo underground, estaba incluso dentro, donde se menospreciaba a los, no sé si la palabra correcta es lumpen… a los más lumpen.
Qué incapacidad la del ser humano para aceptar al otro.
Sí, fíjate, hay cosas que yo no me he atrevido a meter en la obra, no por no atreverme, sino porque se me escapaban de la historia principal. Se trata de un personaje ficticio metido en un mundo real para poder contar muchas cosas y lo he evitado por eso, por el miedo a que hubiese demasiadas carreteras secundarias. Pero ¡son tan apasionantes las historias secundarias! Hemos metido pinceladas de esos personajes secundarios. Resulta espeluznante descubrir cosas que pasaban hace 30, 40 años, o cosas que siguen pasando… De repente descubres que la OMS decidió que la homosexualidad no era una enfermedad en 1992, y piensas «qué hostias, que hasta antes de ayer se consideraba a los homosexuales enfermos». Es todo tan loco.
Y no solo eso, por ejemplo, en una imagen de Sebas en la que habla de su barrio, detenían a la gente que hacía pintadas contando cosas; cuando se inauguró La Caixa, las madres tenían que ir con el marido porque no podían firmar… Y claro, te planteas que cómo pueden ser todas estas cosas… Y la cantidad de gente en barriadas que ha sufrido la depresión sin estar diagnosticada…
Contar todo eso desde el humor del día a día, con retales, era una propuesta complicada porque puedes caer enseguida en lo tremebundo. Pero es que el día a día estaba ahí, florecías, te reías, jugabas, pero en medio de todo eso…
«Con cinco frases, mirando a nuestra piscina imaginaria, la gente imagina a toda la fauna del Paralelo. Al final, la palabra y el teatro tienen ese poder».
A mí lo que me parece alucinante es que consigáis hablar de todo eso en poco más de 70 minutos. ¿Cómo se hace eso?
(Risas) ¡Sí! Bueno, dura un poquito más, una hora y veinte, algo así. Pero sí, a mí también me sorprende. El teatro es así, tiene esta magia. De repente dices: “El hospital de la Vall d’Hebron, se llenaba de homosexuales en la última planta” y seguramente la mayoría de la gente no ha estado allí jamás, pero le viene enseguida la imagen de ese joven homosexual de primeros de los 80, y se sabe de lo que se está hablando, aunque la siguiente frase sea: “Y entonces cogí el metro”…
Se va llenando de frases, creando el imaginario y al final aparece todo ahí. No podemos hablar de todo lo que pasaba, pero decimos que cuando las piscinas se llenaban y estaban los del Apolo, había una rubia que no sé qué… Con cinco frases, mirando a nuestra piscina imaginaria, la gente imagina a toda la fauna del Paralelo. Al final, la palabra y el teatro tienen ese poder.
El poder del teatro…
Sí, eso es algo de lo que los actores hablamos mucho. Nos da tanta pena la manera en la que se habla de la cultura en los debates políticos, ninguneándola. Por eso creo que ponemos ese exceso en hablarlo, que a veces parecemos egomaniacos de la profesión, pero porque como decía, nos ningunean por otro lado, y creo que es una de las cosas más importantes.
No sé si era Pepe Rubianes quién lo decía, pero era algo así como que, qué pesados los de la cultura todo el día hablando sobre su importancia, pero que ojalá tuviésemos diez minutos al día en un informativo mañana y tarde. 50 años de telediario de lunes a domingo, a las 15, a las 21, en cualquier canal, ¿sabes cuántos minutos son esos dedicados al fútbol? Y eso sí que es publicidad gratis para empresas privadas. Pero a todo el mundo nos parece bien porque es lo normal.
Pero bueno, yo creo que un poquito más de caso al universo teatral… Es que se crece más, ir a una obra a que me cuenten y me expliquen algo es como un semestre en un taller de algo.
Hubo épocas, no te hablo de los 70, te hablo a lo mejor de hace un siglo, donde el teatro tenía una enorme importancia y las clases pudientes eran las que le daban valor. La gente iba al teatro a descubrir las historias y a reflejarse en sus personajes, a ver qué se podía hacer, hablarlo, reflexionar y crecer. Ahora, en un mundo en el que no existen referentes y no sabes lo que te pasa, donde hablar de las cosas es complicadísimo, es cuando más tendría que acudir la gente al teatro y empaparse de las historias con alguien contándoselas.
Haces uso de muchas metáforas: “Las piscinas para mojarse”, “Los espejos para reflejarse”, estas dos además son tan bonitas…
Esto es justo lo que te decía antes, que depende de la obra que estés haciendo, te vas metiendo, te vas metiendo y te va saliendo ese vocabulario, y te das cuenta de que hay palabras que lo definen y lo reflejan muy bien. En este caso, las piscinas de la Barceloneta, la Deliciosa, que era la última, la de sal, donde podían ir todos los que se sentían libres y que tenían ese espacio, al final aparece ahí ese “lanzarse a la piscina”, atreverte a mostrarte como eres, lo de mojarse. Era muy bonito ir viendo cómo se establecían los paralelismos del lenguaje con la propia historia. ¡Muy chulo, muy chulo!
«Tú ves al colectivo transexual de aquella época, a los homosexuales de los 70, ves las fotos y entre risas y coplas te van a contar millones de cosas que son eso, un Vietnam emocional».
La forma además en la que cuentas las cosas es muy poética, muy descriptiva, pero como hablábamos antes sin caer en la ñoñería, hace que quizá sea tan sencillo imaginar lo que cuentas. Por ejemplo, dices que Sebas está “rodeado de pajarillos heridos”.
No sé muy bien de dónde me viene eso, pero sí, y lo agradezco muchísimo. Creo que es la forma más honesta de contar las cosas. Fíjate, los actores, imagino que les pasará también a otros compañeros, a fuerza también de ejercicios, de trabajar contigo mismo, de descubrir cosas… eres tú tu propia herramienta. Lo decía también un señor de estos sabios, que «uno es las palabras que sabe».
Tú puedes ser y hablar con el otro a partir de las palabras que sabes, si no conoces la palabra es muy difícil relacionarte con él. Eso también me parecía a mí muy hermoso, que cuando se te acaban las palabras, llegan las imágenes.
Si eres muy honesto y quieres contar algo, pero no tienes la palabra, tienes que buscar la imagen. Eso se ve mucho cuando hacemos análisis de personajes, ese momento en el que los actores cuando somos jóvenes vamos al psicoanálisis y de pronto, se trabaja mucho con la imagen, la que te viene, la que te provoca algo… Y eso a mí me gusta mucho meterlo en el teatro, porque es muy poderoso y si es verdad y es lo que tú sientes, es lo que más llega al otro.
Otro momento parecido a este que dices tú de los pajarillos, en los 70 era muy ofensivo lo de putas, maricones, etcétera, pero hay un momento en el que a él le sale: “Ah, pues iba paseando por la plaza Real con la Montse, con la María del Carmen y me invitaron a una fiesta y las fiestas aquellas de mariquitas, ocultaban un Vietnam emocional”…
¡Y es que es verdad! Tú ves al colectivo transexual de aquella época, a los homosexuales de los 70, ves las fotos y entre risas y coplas te van a contar millones de cosas que son eso, un Vietnam emocional. Nos hizo mucha gracia esa frase y ahí la dejamos. Casi es más poético no tener la palabra y buscar la imagen.
«Hay muy poca dramaturgia de nuestra propia historia».
Has comentado que, como dramaturgo, tenías la necesidad de tratar este tema, porque casi no existen otros textos que muestren la realidad de aquel momento. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no hablamos de aquellos que fuimos?
Ya… esto generaría un debate muy grande. Yo empezaría si se pudiera, en una mesa redonda… Ahora que hemos visitado el 77 y toda aquella época… ojalá existiese un programa como “La clave”, y sentasen allí a doce dramaturgos para hablar de este fenómeno.
Yo he crecido amando a Chéjov, Ibsen… autores cada uno de su época que contaban sus realidades. Incluso en España, Valle Inclán, Lorca, Calderón… Ellos también contaban su tiempo… Entonces, por mi parte, me siento muy querido porque es verdad que las funciones se llenan, que las críticas son buenas, yo me siento muy valorado, pero… No deja de ser un trabajo de autogestión… cuesta mucho que esto mío vaya al Teatro Valle Inclán, a El Español…
Para mí es muy agotador que cada vez que llega un director al Valle Inclán monten El jardín de los cerezos, La muerte de un viajante… dicen “la versión de tal”, “la versión de cual”… Todo el rato vemos las mismas versiones de las mismas obras y, de vez en cuando, dan cabida a alguien, pero parece que está muy menospreciado el texto de palabra y el texto contemporáneo.
Yo me las he visto y me las he deseado, por ejemplo, cuando hice El disco de cristal, cuando escribí Los años rápidos… Todo lo que sea texto, palabra, contar algo en hora y media, dar valor a la palabra… parece que no es moderno, pero tampoco es atemporal… no saben dónde catalogarlo… Cuando a mí me parece que estoy haciendo lo más obvio, dramaturgia contemporánea, no sé…
Me halaga, por otra parte, que esto es lo que les haya pasado siempre a los dramaturgos de este tipo, que no me quiero comparar, pero que parece que no es producto de una moda. Me produce mucha curiosidad el miedo que hay.
Por ejemplo, ahora, escribiendo Las piscinas de la Barceloneta, se me hacía muy raro que hubiera tan poca dramaturgia sobre la Barcelona del 77, que no haya nada sobre la Vall d’Hebron o con el inicio del SIDA a principios de los 80… Sí que se ha montado mucho, siempre se monta Ángeles en América, por ejemplo, como los referentes, pero es que… ¡Son de fuera! No se ha contado realmente cómo pasó en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en el País Vasco… Hay muy poca dramaturgia de nuestra propia historia.