Texto de Lidia Herbada, autora de 39 cafés y un desayuno
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En plena guerra fría por la «estrerichia coli» niegan por fin que nuestro pepino español tenga algo que ver con el brote mortal, así que me tomo unas cervezas rebajadas con fresa para celebrarlo y grito al mundo: –Yo soy Berlinesa– mimetizándome con Kennedy.
Desde las alturas en la cúpula del Reichstag de Norman Foster, reunifico Berlín en mi cabeza y diviso toda la historia junta, veo la Puerta de Brandenburgo, esa que un día me dió la bienvenida de mano de Billy Wilder con su genial 1,2,3, veo al ruso con su izada de bandera que simbolizó la caída de la ciudad, veo a Karajan dirigiendo a la filarmónica de Berlín con su música barroca, veo 39 cafés y me encuentro con tu espejo, veo a Tacheles que robó mi espontaneidad para convertirla en arte libre. Veo la playa al fondo, donde la arena se vuelve rojiza a la caída de la tarde, veo cristales rotos, veo 28 años de muro, veo Checkpoint Charlie donde veo espías dialogando, veo la valentía de un 9 de noviembre del 89, veo sonrisas encontradas, veo un trabant que escapó del muro convertido en safari, veo la estación de Potsdam a lo lejos «parece que va a llover», veo un beso de tornillo de esos sin lengua entre Breznev y Honecker, veo mi calle Oranienburguer donde rezo en la sinagoga por aquellos judíos, veo a Nefertiti que la busqué en El Cairo y no estaba, veo mi yo más profundo en la isla de los museos, veo el altar de Pérgamo que avanza sobre mi, veo currywurst, veo a Wagner y huyo a Polonia –la cerveza no es tan «soft» como creía–, Veo Berlin en Primavera, sigue igual… tal y como la imaginé.