Sinfonía de silencios de Lidia Herbada


Texto de Reyes Muñoz

En el mundo del desempleo crece una especie que se niega a dejarse amedrentar por los datos objetivos con los que nos escupe el telediario.

Esas personas convierten la debilidad en fortaleza y aprovechan el tiempo para cumplir sueños. El sueño de Herbada era ser escritora. Y hete aquí, que es muy probable que si un señor de recursos humanos hubiera visto su potencial, ella no tendría tiempo –su fecundidad literaria nos hace pensar que es una adicta al trabajo– para su creatividad. No me invento nada, ella lo admitía con humor en la presentación de Ácido Fólico. Antes escribió 39 cafés y un desayuno, un libro que tras varios años en la calle, ha despuntado con fuerza. Y ahora nos regala (literal, porque lo vende por cuatro euros en Amazon) Sinfonía de silencios.

La autora ha dado el do de pecho (nunca mejor dicho). No renuncia a su personalísimo estilo metralleta, pero en esta ocasión la lluvia traspasa la trinchera y deja un reguero de sentimientos sinceros. No se esconde tras una carcajada.

Laura, con 16 años, se empapa de mundo hasta los huesos, sumergida en el Nocturno de Chopin. Recorre la década de los 90 con la rotundidad de quien se sabe inmortal y con la fantasía hecha verbo, se enfrenta a las infinitas caras de lo nuevo. Y lo nuevo un día se convierte en recuerdo. Lidia presenta un libro universal, de esos que con susurros, nos zambullen en nuestra propia historia.

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