GOOD BYE, BERLÍN!


Texto de Reyes Muñoz

Berlín es una urbe que encierra en su alma muchas ciudades, demasiadas historias y un pasado muy presente. El que estuvo allí hace una década encontró un Berlín que nada tenía que ver con el de hace dos años, que a su vez ha sufrido mutaciones hasta convertirse en lo que hoy es y no será mañana. Hace seis meses, sentada en un banco de un aeropuerto dije «Adiós Berlín» a pesar de que me prometí volver en breve. Aún no ha sucedido, pero estoy segura de que llegado el día me reencontraré con una vieja amiga, adicta a la cirugía plástica.

Una ciudad como Berlín exige del visitante un esfuerzo salvaje por entenderla. Berlín estuvo ocupada por los nazis. Berlín, estuvo dividida por un muro que separaba el comunismo del capitalismo y Berlín, hoy, tiene este y oeste. Todo eso agobia. Querer entender… como decían los de «El País»… querer entender, se convierte en un drama que desespera y que engancha. Si te cruzas con un viejo te preguntas por su historia de horror.

Llegué de noche y me subí en un taxi que me llevaría al hotel. De pronto, trotaba por enormes avenidas cercadas por edificaciones sin ornamentos, atravesadas por puentes de hierro, en las que la ausencia de farolas resultaba inquietante. Me encontré con una ciudad tintada de un triste, oscuro y turbador color gris. Descubrí que Berlín era de todo menos bonita y sólo cuando puse mis pies sobre sus venas, comencé a ver la luz. Se revelaban los grafitis en las paredes desconchadas, detrás de algunas puertas se escondían pequeños barecitos. La vida latía flojito. Caminé en línea recta durante más de veinte minutos hasta llegar a un punto en el que, por contraste, parecía que estaban encendidas todas las bombillas del mundo. Y justo en este instante, me enamoré de Berlín.

Bergmannstrasse, es una calle repleta de restaurantes, cafés, bares, con sus respectivas terrazas. Mesas llenas de gente, aromas a cocina china, turca, japonesa… cervezas enormes y sabrosonas… Llegué allí, casi por casualidad, porque me alojaba en un hotel del Kreuzberg. Una desconocida me dijo algo así como «eso es como La Latina en Madrid». Y no encuentro mejor manera de explicarlo. Gran parte del Kreuzberg es aburrido y no tendría mucho encanto si no fuera porque en este barrio están dos de las calles más vivas de la ciudad. La primera es Bergmannstrasse y la segunda Oranienstrasse, una vía en la que la modernidad europea se mezcla con la ética y la estética turca. No es pintoresca, es mucho más que eso. Sin planearlo, me vi en medio de un Orgullo Gay, como mínimo, raro: bajo una suave lluvia, los activistas bebían y bailaban al son de los tambores que alguien tocaba con desespero. Desde las puertas de los coloridos restaurantes y cafés que flanquean la calle, miraban, con expresión de sorna, los turcos que inventaron el kebab, y que guardan a buen recaudo sus ideales centenarios. Pues eso es Berlín, un contraste de tiempos, de culturas, de ideales muy dignos, basados en la convivencia pacífica.

Quizás demuestro cierta vulgaridad al comenzar mi relato por las calles de bares y no por el distrito de Unter den Liden, que abarca por un lado el bulevar con el mismo nombre y el frondoso Tiergarten por el otro. Si hablo de las decenas de grúas que adornan este paisaje, me termino de crucificar…, superficial y vulgar. Me redimo con la Puerta de Brandemburgo. De aspecto neoclásico, la recordamos porque a escasos metros de ella pasaba el muro. En la retina tenemos la imagen de cientos de personas subidas sobre el hormigón, celebrando el fin de la división. Y nos vamos a Friedrichstrasse, calle cortada por la vergüenza. Casi al final de la calle encontramos el famoso American Checkpoint Charlie, símbolo del horror de la guerra: en una extensión minúscula, permanecían inmóviles, pero apuntándose, los tanques soviéticos y americanos. Ahora puedes comprarte un casco, una chaqueta militar, una estatua de Lenin y una piedra con un certificado que asegura que formó parte del muro.

El Reichstag, actual edificio del Parlamento, se sitúa en un punto, Platz der Republik, en el que el espacio abruma. De puertas afuera, se extiende una enorme extensión de hierba rodeada por distintos edificios y de puertas adentro nos topamos con la cúpula ideada por Norman Foster. Belleza lineal se une con la utilidad. Un enorme embudo, es el espejo en el cual el visitante se refleja al subir por la rampa que caracolea por toda la cúpula. Y desde arriba, de nuevo el vértigo al asomar por la baranda para ver el suelo y al observar, tras el cristal, la ciudad infinita.

Acoquina, en esta zona, el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa, que como un gran cementerio de tumbas enormes y equidistantes se extiende metros y metros, rítmico e inquietante.

Gendarmenmarkt es una plaza franqueada por enormes edificios. Allí está la Konzerthaus, destruida por un incendio y reconstruida en 1821, y destruida en la Segunda Guerra Mundial y restaurada hace escasos treinta años. Si te colocas frente a la escalinata y miras a ambos lados, puedes jugar a las 7 diferencias con las catedrales francesa y alemana, casi, casi, idénticas.

Al sur del Tiergarten encontramos la Potsdamer Platz, con varios museos, monumentos en recuerdo de la guerra y edificios ultramodernos. Allí está el Sony Center, una plaza comercial construida bajo una cúpula gigante. Gentes muy trajeadas, toman cañas, charlan, y si están solos, aprovechan el wi-fi gratuito con su portátil.

Mítica es la Alexanderplatz, corazón del Berlín este y en actual proceso de cirugía. Allí está la Torre de la Televisión, construida con fines propagandísticos. Querían que se viera desde cualquier lugar de Berlín. Se ve que el gobierno comunista buscó la forma exacta de la antena para que su sombra no tuviera la forma de una gran cruz cristiana. Sin embargo no pensaron nunca que el reflejo del sol sobre el material plateado pudiera reflejar, en su parte más visible, una pequeña cruz brillante (e incluso, mística). En fin, se dice que en su día, en el oeste se rieron mucho de esta anécdota.  Arriba hay un restaurante que da vueltas sobre el eje de la torre, y que digan lo que digan, marea.

Muy cerca de la torre está el reloj con la hora internacional, la Berliner Dom, la catedral protestante de la ciudad y el barrio de Nikolai, una coqueta imitación de la arquitectura barroca y neoclásica, con sus casitas, sus plazas y sus comercios.

Uno de los tesoros de la ciudad es el Museumsinsel. Allí está el Bode-Museum, el Neues Museum… Los más importantes, según las guías son el Altes Museum -con el precioso busto de Nefertiti- y el Pergamon Museum -con el sorprendente Altar de Pérgamo… al completo. Pero ya se sabe, va por gustos.

El Ku’Damm es un punto recomendado en todas las guías, por su gran actividad comercial, muy similar a la de cualquier bulevar comercial de cualquier ciudad europea, con mendigos y todo. Allí, emociona ver los restos ennegrecidos de la Gedächtniskirche, templo destruido por las bombas aliadas en 1943. Permanece maltrecho, como recuerdo de la sinrazón, en contraste con el «pintalabios», modernísima construcción religiosa, vergüenza de berlineses que encanta a los turistas.

Para el final he dejado la East Side Gallery, definida como la mayor galería de arte al aire libre del mundo. Creo que no es buena la tesis. En este lugar, lo que menos importa, es la maestría de los artistas, o activistas, o lo que sean… Es la parte conservada del muro. Grafiti tras grafiti, descubrimos que en Berlín había un un complejo sistema de más de 120 kilómetros, compuesto por anchas tapias, vallas electrifica-das, alambres de espino, e incluso, metralletas bajo el río.

Y tras el muro, a lo largo del río, en una suerte de corte de mangas al pasado, los berlineses han montado una playa, con su arena y sus tumbonas, con sus chiringuitos, su música latina y sus bebidas tropicales.

He hecho este artículo enganchada a la guía, primero, porque cada nombre supone un reto y segundo, porque en Berlín, por más que me duela, fui una turista a una cámara pegada, estresada por el deseo de verlo todo. Claro, que cuando quieres verlo todo, no vives nada, y es por ello por lo que me prometí volver a Berlín. El objetivo será no ver nada y vivirlo todo… aunque no sé si eso es posible

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