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Sí, soy Blancanieves
No todo el mundo puede contar su historia de amor con una vaca en horario de máxima audiencia y salir entre aplausos del trámite, pero si alguien podía conseguirlo ese era Pedro Reyes.
Entre sus logros también se cuentan la narración del mejor chiste del mundo —esto es así. Youtube no miente—. Otra cosa es que los demás sepamos entenderlo y apreciarlo en su justa medida.
Por si esto fuera poco, fue un visionario: con el sinsentido por bandera y la nobleza en su apellido se adelantó al absurdo de Chiquito de la Calzada —ahí es nada—, donde lo importante no es el remate del chiste, sino el viaje que te pegas mientras; también avanzó el humor un tanto incoherente de La hora Chanante, aunque utilizase el acento andaluz en lugar del manchego. Las primeras frases de sus monólogos eran demoledoras, cargadas de sorpresa —«Sí, soy Blancanieves»—, y te llevarían por unos senderos que nada tendrían que ver con las promesas del principio. Con Faemino y Cansado, además de coincidir en lo exagerado y en el tipo de humor, comparte lo de pasar la gorra en el parque de El Retiro —junto con Pablo Carbonell— y apariciones en La bola de cristal.
Nunca se cansó de ser mítico. Copresentando Pero ¿esto qué es? junto con dos caras bonitas de la época. Él, el tipo de perilla extraña, bigote de otra época y cabellera a la fuga. Formó parte del elenco de No te rías que es peor junto con Marianico el corto, Paco Aguilar o el señor Barragán. Allí dio rienda suelta a su particular colección de muletillas, soniquetes y gestos. Y menuda demostración de estilo que desplegaba: chaquetas brillantes en colores rosa, verde o dorado (es de suponer que se hizo con ellas en un 3×2). Al día siguiente el programa era la comidilla en el colegio. Un bando apoyaba al señor Barragán, otros a Marianico. Los de Pedro Reyes, lo reconozco, éramos minoría, pero o lo amabas o estabas equivocado. Como con Héroes del silencio.
Seguimos: encarnó a un personaje de Ivá (palabras mayores, oigan): el Pirata, el dueño del mugriento bar en el transcurre buena parte de la acción de Makinavaja, tanto en la película como en la serie posterior.
Disertó sobre el ser humano —«Gengis Kahn inventó las matanzas, en modalidad al aire libre y bajo techo»—, sobre la comunicación, el toreo y acerca de qué puede pasarte si te toca una quiniela de catorce y tienes amigos a los que no les gusta el whisky DYC.
Nunca dejó el teatro con el que empezó todo en Huelva y Sevilla, realizó apariciones en series —Manos a la obra, por ejemplo— y películas. Hasta recibió el premio al mejor actor en el festival de Alicante por su papel en La curva de la felicidad.
Viajó. Viajó mucho. Por lo menos, en sus monólogos. En uno fue a Estocolmo y varios lugares más, pero tuvo que volver a Estocolmo porque se le olvidó una cosa. Qué raro. Qué absurdo. Qué divertido.
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