Rapsodia para un hombre alto


Entrevista de Covadonga Carrasco
Fotografías de marcosGpunto cortesía de CDN
09-22/12 – Teatro María Guerrero – Madrid

“Quiero que los actores estén presentes y que la pieza esté viva para ese día, y esto depende de cada tiro libre”

Félix Estaire, cómo amar el teatro y sobrevivir a él
Félix Estaire juega sin complejos en cualquier estadio. Bien como actor –ha participado en más de treinta montajes–, bien como director –ha dirigido veinticinco puestas en escena– o bien como dramaturgo –su último éxito es Auto[in]definido del que ya dimos cuenta aquí– ha pisado las tablas de multitud de salas. Rapsodia para un hombre alto es una obra que él escribió y que ahora dirige en el Centro Dramático Nacional. Cuenta para la puesta en escena con José Ramón Iglesias y con Ignacio Jiménez. Aunque el argumento depende del trascurso de la función, la idea central es la identidad –personal o colectiva–. Y a partir de ahí, se desglosan reflexiones sobre la educación, la familia o la memoria.

En Rapsodia para un hombre alto puede ocurrir cualquier cosa. Todo dependerá de un instante, de si el personaje encesta o no sus tres tiros libres. Cada acierto o fallo lleva a un desarrollo distinto, a uno de los ocho finales posibles. Félix Estaire tiene una trayectoria fascinante en el mundo del teatro alternativo y además de ser el autor del texto, dirige su puesta en escena en el María Guerrero.

Das el gran salto al CDN. ¿Da vértigo o después del teatro alternativo, ya nada te asusta?
Si te comprometes con el trabajo siempre que inicias un proyecto, da vértigo. Ahora estoy en el momento de decir: «necesito esto» o «necesito esto otro» y lo tengo. En el teatro alternativo no tienes nada. Puedes querer poner un «no sé qué» pero si no hay dinero, ese «no sé qué» no se pone. En el CDN tengo una sala de ensayos, puedo trabajar con los técnicos desde el principio… Da vértigo, pero es todo mucho más fácil. Es un lujazo.

¿Tienes miedo a malacostumbrarte?
No, qué va. En esta profesión hoy estás aquí, pero mañana no tienes para el metro. Lo tengo bastante asumido, sé que mañana me tocará luchar en otros sitios. Y sin ningún problema, yo encantado.

En Rapsodia para un hombre alto haces una apuesta completamente diferente. ¿De dónde surge?
Me obsesiona el deporte, como cuerpos presentes en un espacio que luchan por conseguir una victoria. El deporte por tanto es un conflicto en sí y eso es algo dramático. El deporte ha absorbido elementos dramatúrgicos y la dramaturgia elementos deportivos. Lo que yo quiero con esta pieza es extremar las posibilidades de la incertidumbre. Empieza un partido de fútbol y no tienes ni idea de cómo va a acabar, sin embargo en una obra de teatro los actores siempre saben cómo va a acabar. Yo lo que pretendo es que se lancen tres tiros libres en escena y según se anote o se falle, la pieza irá hacia un sitio o hacia otro. Tiene ocho posibles finales y varios posibles desarrollos, cuatro terceros actos, dos segundos actos y un primer acto común.

Eso puede ser una buena forma de que el espectador repita.
También para los actores es un reto, no les queda más remedio que estar ahí de verdad. Quiero que los actores estén presentes y que la pieza esté viva para ese día, y esto depende de cada tiro libre. El actor tiene que estar ahí al máximo porque él tampoco sabe hacia dónde va a ir.

Eso es una tensión extra para el actor.
Y posiblemente el propio actor tenga sus deseos: le gustará más un final que otro y puede luchar para conseguir su final, aunque tampoco tiene seguro que pueda lograrlo. Mantiene una tensión muy positiva que trasciende. Es como en el deporte: estás en el último segundo y te pitan un penalti en contra en el que te juegas toda una temporada.

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El deporte se ha teatralizado de una forma algo «cutre».
Los partidos no, aunque los jugadores se empeñen en peinarse con cantidades ingentes de gomina. Les falta maquillarse, están preparados para salir a escena. Los medios lo han convertido en algo similar a la prensa del corazón. Pero para mí los deportistas son como los héroes de la Antigua Grecia. Eso se ha sustituido con los deportistas y eso es lo que nos venden los medios: los grandes gladiadores de la sociedad son ellos. Esa manera de entender al héroe clásico a mi me interesa muchísimo, pero no estoy muy de acuerdo en que el deporte sea tratado como prensa rosa.

Tienes cierta debilidad por las decisiones individuales…
A mí me interesan mucho los personajes bajo presión, son teatrales de por sí. Los pongo en esa tesitura. Su vida gira en torno a un instante. La vida es un poco eso. Pasan los años y te das cuenta de que las decisiones que tomaste te han llevado a un sitio u a otro. Quizá en ese momento no lo percibiste, pero ha sucedido. También me gustan los personajes que no son totalmente ganadores. Sufren más, el camino es más duro. Cuando uno está a punto de conseguir algo, se vuelve a plantear si es lo que realmente quiere. Y eso es el teatro, una forma de entender el comportamiento humano.

¿Cómo crees que va a aceptar el público Rapsodia para un hombre alto?
Tengo la sensación, y espero que vayan al teatro con la sensación, de que van a descubrir algo. No saben qué, nosotros tampoco lo sabemos, lo vamos a descubrir con ellos. En un instante tu vida cambia. Espero que el público venga con la mente abierta, no solo para ver qué les sucede a los personajes sino a los propios actores. Vamos a intentar poner vida de verdad en ese escenario.

“Hay teatros que programan catorce obras a la semana y eso puede desprofesionalizar el sector: si solo actúas los martes, no tienes para vivir”

Es una profesión para valientes…
La gente siempre te dice: «Qué profesión tan bonita». Y claro que lo es, pero también es muy sacrificada. En esta profesión regresas a casa y sigues pensando en qué cosas tienes que modificar, qué es lo que ha fallado… Llega a ser obsesivo. Compaginar trabajo con obsesión es complicado a veces.

Es una vía de escape, una terapia. Uno sale del teatro con las pilas cargadas.
¡Ojalá se nos utilizara más! Yo siempre he dicho que el teatro me salvó la vida, y no soy el único. En un momento me di cuenta de que la vida que llevaba no era la que quería. No podía dejarme llevar, trabajando de cualquier cosa para salir adelante. Descubriendo el teatro encontré mi sitio en el mundo, que es algo bastante complicado.

Ahora las universidades incluyen grados en interpretación, dramaturgia…
Es básico para la vida: te enseña a socializar, a abrirte, a hablar con los demás… No puede ser que en los colegios sea una actividad extraescolar impartida por el profesor de lengua. Que lo va a hacer con todo el amor del mundo, pero que no es profesional. Está muy bien que haya grados, pero hay pocos y no en muchos sitios. Un chaval de Cuenca lo tiene más difícil, tiene que trabajar o su familia tiene que hacer un esfuerzo económico para que venga a Madrid.

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Y esta formación tiene más usos…
En eso los ingleses y los americanos nos llevan mucha ventaja. En Estados Unidos el teatro de un instituto es más grande que el María Guerrero. Tienen clases de oratoria, aprenden a argumentar, y no solo con la palabra, también con el cuerpo y con el espacio. Aquí nos ha costado un poco pero en política ya se va utilizando. Quizá no todo el mundo tenga que usar las matemáticas o la física, pero todo el mundo va a tener que hablar con otro.

En Teatro de Acción Candente respetáis a los clásicos, pero pensáis que son los autores vivos los que necesitan mayor espacio en las salas.
En mi caso siento adoración por autores como Valle Inclán, Lorca, Lope, Calderón… Pero creo que eso debe quedar para compañías de repertorio. ¿Qué pasa con los autores actuales? Vamos a darles su sitio, también por una mayor conexión con el público. Es mucho más enriquecedor el diálogo si a la gente le hablas del ahora. Dicen que los jóvenes no van al teatro, pero si estás en el instituto y te metes a ver un Lope de Vega, es probable que no generes esa conexión. Muchos de ellos no volverán.

La gente busca ver cosas diferentes…
La gente está dispuestísima a ver cosas nuevas. Se dice que el teatro es muy caro, pero al Teatro Español por ejemplo, puedes ir por tres euros. Eso no lo pagas en el cine ni en el día del espectador. Ahora hay mucha programación y eso puede ser un arma de doble filo. Hay teatros que programan catorce obras a la semana y eso puede desprofesionalizar el sector: si solo actúas los martes, no tienes para vivir. También es delicada la irrupción de compañías amateur en salas profesionales. Pero desde luego la gente tiene que ir al teatro. Para mí el peor espectador es el que se queda en casa. Prefiero que se queje, que se duerma, que no le guste, que grite en mitad de la función: «¡Esto es una mierda!», pero que vaya.

Más información en: http://cdn.mcu.es/espectaculo/rapsodia-para-un-hombre-alto-escritos-en-la-escena/

Esta entrevista está publicada en la edición impresa de ExPERPENTO (DICIEMBRE 2015-enero 2016):

Enlace directo: http://issuu.com/experpento/docs/experpento_dic2015_ene2016/12?e=2897458/31578585

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