BEIJING


VICENTA COBO
Fotografías de Christian Lagat. www.flickr.com/groups/beijing/pool/

Beijing cautiva nuestra mirada de occidentales y nos sorprende con sus muchos rostros. Camaleónica, seductora, huidiza, la ciudad juega a reinventarse a sí misma aprovechando la imagen de marca de los Juegos Olímpicos. Carga a sus espaldas con un pasado imperial de esplendores, una revolución cultural de infaustos recuerdos y el peso del poder comunista, sazonado hoy en día con el «capitalismo made in China», más salvaje y voraz que el occidental.

Beijing pesa sobre la conciencia y el cuerpo de los más de quince millones de habitantes que pueblan la ciudad que fue considerada en otros tiempos por sus moradores el centro del mundo. No es fácil abrirse paso bajo la capa espesa de polución y el ruido infernal de una de las ciudades más contaminadas del planeta.

El esplendor y la miseria conviven en el corazón de China como dos caras de la misma moneda. Igual que la arquitectura del poder y los callejones tradicionales, los viejos hutong, víctimas hoy de la fiebre urbanística y el lavado de cara que está sufriendo la Beijing olímpica.

Antes que la piqueta arrase definitivamente con los poco más de quinientos hutong que hoy en día quedan en pie, vale la pena darse un paseo por las entrañas de esos callejones populares, flanqueados por viviendas destartaladas y habitados por gentes que el progreso ha dejado en la cuneta.

Los hutongs son los restos del naufragio de la vieja China, devorada por la nueva. Fantasmas de una época no lejana, pero que a la velocidad que avanza la apisonadora del desarrollo son ya pasado. En ellos habita el alma de una China milenaria, pobre y mugrienta. Huelen a orines, a comida barata cocinada en medio de la calle, a rata.

Muy cerca, la plaza de Tiananmen y la Ciudad Prohibida son señuelos que el viajero no puede dejar de lado. Considerado el espacio público más grande del mundo, la plaza abruma con sus enormes dimensiones y más cuando reparas en que el retrato gigante de Mao vigila tus movimientos.

Una vez cruzada, te adentras en la que durante cinco siglos fue la ciudad más misteriosa del mundo. La Ciudad Prohibida embelesa. Bajo el prisma estético es un canto a la belleza, al transcurrir de una vida armónica y refinada. La primera impresión es la de un microcosmos perfecto, poblado de palacios y espacios diáfanos y hermosos.

Tras esa primera impresión, asoma otra cara menos seductora, la de un mundo encerrado en sí mismo, donde la ambición, los celos, las envidias y la traición hicieron de la existencia de sus moradores una pesadilla.

El Palacio de Verano es otro de los lugares míticos de la China imperial, un inmenso parque a las afueras de Beijing lleno de templos, jardines, pabellones, palacios y del amplio lago Kunming.

La espiritualidad del pueblo chino, vapuleada y perseguida durante la era Mao, tiene su reflejo en el Templo del Cielo, el ejemplo más perfecto de la arquitectura Ming. Un lugar para el reposo, la meditación y la contemplación de la belleza en estado puro.

Tras la fiebre monumental es muy recomendable merodear por alguno de los muchos mercadillos de la ciudad como el de Panjiayuan, al que acuden personas de distintas regiones de China para vender cerámicas, muebles, pinturas y toda clase de cachivaches antiguos y nuevos.

Transcurridos unos días Beijing te habrá atrapado desde una dimensión imperceptible. Y te descubrirás hipnotizada, vagando de un lugar a otro en busca de sus muchos rostros.

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