L’ALTRA ROMA


Roma se resiste a morir. Se podría decir que es una ciudad en continuo estado de fermentación, pero no es un fermento de vida, sino de descomposición, un fermento que inebria como si estuviera transformándose poco a poco en alcohol. El olor de Roma se puede percibir cuando ya es de noche, y te asomas a la ventana antes de acostarte…, parece que lleve dentro de sí tres mil años de historia, etruscos incluidos. ¡Es tan difícil catar a qué sabe Roma!

Emanuele Ciccomartino

Si renuncias a llevar a los tuyos cuando vuelvas a casa el recuerdo clásico -nunca mejor dicho- puede que tengas la oportunidad de descubrir su cara más oculta. Te facilitamos la tarea ilustrando el artículo con fotos de los lugares más comunes y, presumimos, bastante bien hechas, para que puedas escanearlas y lucirlas a tu vuelta cual fotos digitales de lo más característico: Coliseo, Fontana di Trevi, los Foros y los Mercados de Trajano, el Moisés de San Pietro in Vincoli, Santa Maria degli Angeli o Villa Torlonia…

Como dicen los arqueólogos, los museos son la mejor fuente de descubrimientos, puesto que hay muchas piezas que se han catalogado y son expuestas sin haber tenido tiempo de estudiarlas. Éste es quizás el mejor ejemplo para describir Roma, una de las ciudades-museo por excelencia. Y si, visitando los Museos Vaticanos, buscando la Capilla Sixtina o las Estancias de Rafael, no te detienes, como es normal, en los bocetos de Matisse colgados en los pasillos, quizás te pase lo mismo cuando vayas recorriendo la ciudad desde Piazza Venezia hasta San Pietro, de Montecitorio a Piazza Navona, o del Quirinale a la Piazza di Spagna.

Si llegas con hambre, puedes degustar la pobreza del pueblo, que comía las sobras de los ricos en los Bucatini con la Pagliata, o la muerte en todas sus facetas, pues Roma está repleta tanto de ruinas como de historia y de fantasmas. La muerte desgraciada de los criminales ajusticia-dos a martillazos en la Piazza del Popolo -lo recuerda el luto de las inmensas nubes de pájaros negros que revolotean en el cielo. La muerte aún viva y el tormento siempre nuevo del filósofo hereje Giordano Bruno, quemado vivo en la Piazza de Campo De’ Fiori -cuya mirada profunda desde lo más alto de su estatua se imprimirá en tu memoria. La muerte grotesca de los que dejaron su vida en el Ponte Milvio sobre el Tíber -se cuenta que en los días de lluvia se ven correr carrozas con cuatro caballos negros, conducidas por Cocchieri sin cabeza.

Si alguna vez te ha suscitado curiosidad la política italiana, estás en la ciudad ideal, donde conviven el Presidente de la República y el Primer Ministro, donde 600.000 romanos trabajan para la Administración Pública y donde todo el mundo, o casi, se pasa el día hablando de política, junto con el último chisme sobre su equipo -Roma o Lazio, a partes iguales. Puedes leer el Vernacoliere, periódico satírico en dialecto romanesco, o irte a visitar lo que queda de la estatua de Pasquino al lado de la Piazza Navona. Aquí, cuando existía la censura y el Papa era jefe indiscutido, por la noche, grupos de desconocidos colgaban de esta estatua -que se remonta al siglo III a.C.- papelitos satíricos escritos rigurosamente en verso, en contra del poder político. Hoy que hay libertad de expresión, curiosamente seguirás viendo estas poesías del pueblo, renovadas cada mañana.

Saliendo de copas en la exclusiva discoteca Gilda descubrirás la vida nocturna de los políticos de derechas con la corbata holgada y la mirada perdida en el baile. Si por el contrario, te acercas al Forte Prenestino, antiguo recinto militar ahora centro social ocupado, podrás disfrutar de un calendario musical y de actividades variadas todos los días de la semana entre otro tipo de gente.

Si bien por donde se mire hay obras de arte, en Roma es preciso también ejercitar la imaginación, pues la estratificación de las diferentes épocas ha hecho que sus productos artísticos estén entremezclados, bien por suma bien por sustracción. Hay sitios donde es muy fácil estimular la fantasía, aislar y completar escenas, revivir las épocas, como en el Circo Massimo, expoliado de sus mármoles, en la desolación de su enorme espacio, en el que actuaron, entre otros, tanto el icono musical romano Antonello Venditti como el internacional Sting. No será un esfuerzo imaginar las salvajes carreras de carros romanos, así como, mirando hacia arriba, reconstruir la gran fachada de las ruinas del Palatino en su perdida integridad. En las enormes termas de Diocleciano, en donde Michelangelo ideó la Iglesia de Santa Maria degli Angeli. O en el caballo de bronce por encima del Monumento a Vittorio Emanuele -el que los romanos llaman «la máquina de escribir»- que te parecerá pequeño, hasta que veas la foto de los doce obreros celebrando el fin de la fundición con la cena en su barriga.

O cuando salgas de copas por los bares-cuevas del monte Testaccio, descubrirás que está hecho de cascos de ánforas, abandonadas junto al antiguo puerto romano. Más sitios de copas: las discotecas Alien y Piper, iconos de la «Dolce Vita», con sabor a movida madrileña, o el pub Jonathan’s Angels, del homónimo motero, cuyas paredes están revestidas con sus autorretratos.

Si quieres ver dónde se mastica la mayor rivalidad futbolística de la capital, tienes que ir al barrio de la Garbatella -el favorito de Nanni Moretti en el filme Caro Diario- feudo romanista completamente pintado de graffitis que celebran el último scudetto de la A.S.Roma. Aunque no tengas entrada, es recomendable visitar los alrededores del Estadio Olímpico en los días de partido, y si hay «derbi» no te pierdas el conmovedor espectáculo de los forofos entre nubes de lacrimógenos.

Al lado del Olímpico está el Estadio de los Mármoles que, al igual que el llamado Coliseo Cuadrado del barrio EUR -en la película El Último Beso los protagonistas brindan y se emborrachan frente a su fachada- pertenece al conjunto de monumentos de época fascista de gusto dudoso, pero capaces de envejecer con dignidad, quizás aumentando su atractivo día tras día.

Para terminar con la arquitectura blanca, visita la isla Tiberina, en la orilla norte, gran explanada blanca recubierta de travertino. Si estás con tu pareja -si bien estáis en el centro de la ciudad, observados por las dos orillas y sin objetos tras los que ocultarse- podréis sentir una extraña sensación de cobijo y soledad. Aliviad allí vuestra fantasía, como en las dunas de Zabriskie Point, pero es mejor que tengáis un punto de exhibicionismo, pues, aunque no os deis cuenta, os estarán vigilando las cámaras del cuartel de los Carabinieri.

Y como colofón de esta vuelta hedonista, lo que no puede faltar en vuestra visita es: helado en «Old Bridge», junto al Vaticano, o en «Giolitti» en Montecitorio y ver el Éxtasis de Santa Teresa en Largo di Santa Susanna, la «Grattachecca» en el quiosco de Circonvallazione Trionfale, Apolo y Daphne y Paolina Borghese en el Museo del mismo nombre. Y de compras, en los dos rastros de Roma, en Via Sannio ropa de marca, o no, a muy buen precio, y todo lo inimaginable en Porta Portese.

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