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Texto de Covadonga Carrasco
Ilustración de Rubén Rodríguez Risquez
Sobre Pedro Almodóvar está todo dicho. Considerado como un genio de los Pirineos hacia arriba, lo ha logrado todo. No hablamos de premios, que también, lo hacemos de verdades, de sentimientos, de sensibilidades, de colores, de la capacidad de crear universos reconocibles en un simple frame.
Pedro Almodóvar lo tenía claro, él mismo ha dicho que empezó a hacer cine para ver cómo los actores eran capaces de crear, porque si algo tienen los genios, es que siempre están dispuestos a beber de toda la creatividad que tienen a su alrededor.
Dejó su trabajo en Telefónica, un dato biográfico que se ha repetido por activa y por pasiva, para comenzar a hacernos felices delante de una pantalla.
Su primera película, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón tardó en rodarse tres años, con un presupuesto de 500.000 pesetas que fue logrando a través de las donaciones de amigos que apostaron por él. No había dinero, pero sí muchas ganas. Esta película no se podría rodar hoy, de ninguna manera. Fue el principio de parte de la historia de nuestro cine, probablemente de la más importante.
Le podemos ver en cada uno de sus personajes, incluso en las meteduras de pata. Le hemos visto hablar y hablar como una cotorra en entrevistas y premios hasta decir cosas con las que sus jefes de prensa han comenzado a sudar, incapaces de ponerle freno. Un poco a lo Chus Lampreave.
No hablaremos de sus premios ni de sus nominaciones. Queremos hablar de su capacidad para erizarnos la piel, para abrirnos las puertas de su universo.
El manchego se crio en un matriarcado y ha sabido beber de él, de diseccionarlo y mostrarlo con la crudeza y la ternura de la que solo él es capaz.
Sus experiencias en colegios católicos han marcado su cine y aunque siempre asegura que no ha vivido en persona los abusos de sacerdotes, sí los vio de cerca, muy cerca. De ahí La mala educación.
Almodóvar es un creador. Durante algún tiempo escribió en revistas como La luna de Madrid y Madrid me mata con un alter ego conocido como Patty Diphusa, una mujer que narraba las aventuras nocturnas de la movida. Así se reía de la censura franquista: mediante la sátira y la manifestación de los deseos sexuales que «debían» estar ocultos.
Almodóvar es la intensidad, la pasión y las entrañas. No hay color que pueda definirlo mejor, presente en todo su imaginario. Es el rojo Almodóvar.
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