Dos facetas del progreso se llegan a tocar en los días de neblina en Shanghai. El cielo sobre la península de Pudong, el Manhattan asiático en el centro de la megalópolis, se tiñe en los días brumosos de una espesa capa gris, y las cumbres de los majestuosos rascacielos colindantes, se esconden dentro de ella.
Emanuele Ciccomartino.-
La modernidad en este centro neurálgico financiero del sureste asiático, tiene un olor mezcla de tortillas fritas al borde de la acera y de contaminación, y la cara cubierta de manchas en muchas de las personas que te puedes cruzar por la calle. Dicen los nativos que es una reacción de la piel que se debe a la impureza del aire y del agua.
En Shanghai, las vanguardias del progreso arrastran a toda la población, a lomos de coches de lujo, bicicletas con remolque o camiones de los años cincuenta que emiten un humo viscoso y negro.
Si vas de turista y tienes la curiosa experiencia de conocer a algún local talent scout publicitario, puedes convertirte en modelo o actor de anuncios comerciales, cobrando 200 veces más que un chino. Aquí, el modelo de belleza actual es el occidental, en la televisión y en los centros comerciales. Mientras las mujeres europeas acentúan la línea horizontal de los ojos con el maquillaje, las jóvenes de Shanghai ahorran dinero para operarse los párpados y tener una mirada más «redonda».
Y eso que en esta ciudad hay mucha belleza que admirar: en las personas, en la ritualidad, sobre todo en ceremonias como las del té –imprescindible no perderse aunque sea en la versión abreviada que ofrecen las tiendas especializadas–, y en las manifestaciones de su arte y su arquitectura.
Un recorrido para conocer la ciudad podría ser el siguiente. Visitar el templo del Buda de Jade, construido durante la dinastía Qing. Contiene una gran estatua sentada y otras reclinadas esculpidas en el precioso mineral. Las trajo el monje Hui Gen de vuelta de la peregrinación al Tibet, donadas por un emigrante chino en el paso por Birmania.
La Oriental Pearl Tv Tower, torre-estructura geodésica compuesta por un entramado de esferas, es la más alta de Asia y se ha convertido en el símbolo de la fuerza económica de la ciudad y de su distrito financiero, Pudong. A su lado se eleva la Torre Jin Mao, de reciente construcción. Está concebida sobre el número ocho –portador de buena suerte en la cultura china– con un mirador en lo más alto al que podréis acceder en ascensor super rápido, en menos de un minuto.
El Jardín Yuyuan –de la salud y la tranquilidad– que, como todo en esta ciudad, tiene su propia historia. Fue realizado durante la dinastía Ming, en el siglo XVI, por un funcionario que quería deleitar a sus padres, ya ancianos e imposibilitados para viajar hasta los jardines imperiales.
El Templo budista Jing’an –de la paz y la tranquilidad– levantado en el siglo III durante el reino Wu, es el más antiguo de la ciudad. Aunque la revolución cultural lo transformó en fábrica de plásticos, hace unos años que recuperó su función original.
En la Plaza del Pueblo se encuentra el Museo de Shanghai, dedicado al arte chino antiguo. Sus 120.000 piezas se dividen en bronces, esculturas, cerámicas, jades, pinturas, caligrafías, sellos, monedas, muebles Ming y Qing y las llamadas artes de las nacionalidades minoritarias. Son todas obras que contienen un sentido de la belleza tan esencial y atemporal que resulta difícil situarlas en el tiempo, por lo que es muy recomendable estar atentos a los correspondientes carteles explicativos si queremos tener una dimensión mayor de las épocas representadas.
Esta ciudad esculpida por un pasado de dominación europea, alberga no sólo belleza auténtica sino también óptimas copias. La versión perfeccionada del Top Manta se vende en tiendas especializadas en falsos cds y dvds, y la ropa de las mejores marcas europeas en los mercadillos a un precio veinte veces inferior. Aún así, el regateo está a la orden del día, pues el primer precio propuesto suele ser el doble del que se puede conseguir practicando diez minutos el chinenglish.
Pero si queremos algo auténtico y que no se pueda comprar en Europa, hay la más variada oferta de tés, hierbas aromáticas y curiosos tipos de comida, incluso en los supermercados, así como tejidos artesanales. Lo más interesante en esta ciudad es aventurarse en los barrios de media periferia, donde los vecinos usan la expresión «ir a Shanghai» cuando se desplazan a los barrios del centro. Esta megalópolis ronda los 15 millones de habitantes y cada zona es un mundo.
En la mayoría de los barrios os sentiréis seguros, con o sin cámara, ya que pese al gran número y variedad étnica de este pueblo, el modelo de organización social y seguridad es envidiable. Como mucho, alguien escupirá al suelo a vuestro paso en signo de desprecio –se agradece algo de nacionalismo en tanta irrupción occidental– y si gritan lao uai, que quiere decir extranjero, es para que todo el vecindario se entere, ya que no es muy común ver a un narizota en ciertos barrios.
Aparte del modelo de convivencia, pese al progreso incipiente, se puede aprender el respeto, el buen trato y la integración de los mayores, piezas fundamentales de las familias y en óptima forma física. La gran mayoría de ellos practican el Tai Chi u otros ejercicios en las numerosas áreas equipadas de los parques públicos. Esto es, sin duda, mucho más sano que la diversión de los ancianos extranjeros, la mayoría de ellos empresarios europeos en edad avanzada. Pero esto podréis descubrirlo vosotros en las discotecas del centro.
La próxima fecha importante para visitar Shanghai, si es que os queréis demorar tanto, es el 2010, año en que se celebrará la Exposición Universal. Las estimaciones prevén que Shanghai atraiga el número de visitantes más elevado de la historia de estos eventos. Tendrá lugar de mayo a octubre a orillas del río Huangpu, bajo el lema inicial, a contrastar: «Una Ciudad Mejor – Una Vida Mejor».