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Texto de Covadonga Carrasco
El 19 de agosto de 1931 Lorca escribe en Así que pasen cinco años: «En cinco años se abriría un pozo tremendo que se nos tragaría a todos». El mismo día, cinco años después, fue fusilado. El tiempo también lo atrapó.
Curiosa es la fascinación de Federico por amar la vida y tener la necesidad de vivirla con todo, con la muerte incluida.
Si había algo que le daba miedo a Federico era morirse. Curioso es que adelantase su muerte en infinidad de ocasiones. Bien por casualidad o bien porque en el fondo, Federico no era de este mundo y, por eso, necesitaba quedarse, aun sabiendo que se marchaba.
¿Casualidad? No sabemos. Alguien tan especial quizás podía sentir cosas vetadas para los demás mortales.
Margarita Xirgu lo esperaba en México representando Yerma. No llegó. Y Yerma entonces, cuando la Xirgu se enteró de su asesinato, en lugar de decir: “Yo misma he matado a mi hijo”, soltó un: “Han asesinado a mi hijo”, y los señaló desde el otro lado del Atlántico.
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.
En Una noche sin luna, la ciencia pierde sentido, porque según la física, la impenetrabilidad es la resistencia que opone un cuerpo a que otro ocupe su lugar en el espacio: ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro. Lorca se coloca en el cuerpo de Juan Diego Botto, y lo anula. Ya no lo ves, está ahí, lo escuchas hablar, lo ves moverse, sentir, reír, sufrir y morir. Y no es un actor, es Federico.
Las lunas… siempre las lunas, en todas partes. Y el agua, el miedo al agua, a desaparecer entre las mareas. Aunque como sucede en A vueltas con Lorca, sea el agua el que dirige la obra para recorrer su vida. Esa vida repleta de ganas, de optimismo y de alegría.
Y de la mano nos lleva, porque esta vez no le vemos, pero sabemos que está, y que empuja a Carmelo Gómez a correr por el escenario y disfrutar de su risa. Igual es el piano, su piano. Federico también está ahí, pero más discreto, como un chiquillo travieso, asomado entre bambalinas disfrutando las cosas que se dicen de él.
Y luego las mujeres. ¿Habrá en el mundo un hombre capaz de comprender a una mujer como lo hacía Federico? Complicado. Y aunque escondidas, él les dio voz en su obra. Para que gritasen, para que pudiesen sentir lo que no se les permitía. Porque en ellas hay una España repleta de dolor y de oscuridad, sometidas, subyugadas. Y esas mujeres eran, pero son. Porque Federico las hizo entonces, pero las podemos reconocer ahora en hermanas, amigas, hijas, madres o abuelas.
¡Ay qué sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
Ahí está Bernarda, víctima y verdugo. Viviendo hacia dentro, en su casa y en ella misma. Y vuelve el miedo a la muerte, a cómo se muere, a la muerte que ha pasado y nos ha colocado en el sitio en el que estamos. ¿Verdad Bernarda?Y el miedo a lo que dirán de ellas, porque de ellas cualquiera puede decir cualquier cosa, lo que sea. Porque no importa la manera en la que actúan, hay que cerrar puertas y ventanas, porque nadie puede saber, aunque desde dentro siempre hay alguien que lo sabe todo de todos, incluso lo que ellos ni siquiera conocen de ellos mismos.
Tú, a tu casa.
Valiente y sola en tu casa.
A envejecer y a llorar.
Pero la puerta cerrada.
Nunca. Ni muerto ni vivo.
Clavaremos las ventanas.
Y vengan lluvias y noches
sobre las hierbas amargas.Adelantó su muerte, sí. ¿Sabemos si conscientemente? Nos volvemos a repetir. Se adelantó también la sociedad española. La que fue y la que sigue siendo. ¿Visionario? ¿Brujo?
«El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos»
Lloraba el niño del velero
y se quebraban los corazones