Texto de Chantal Poch Propuestas de David Montero
Fotos © de TCVB (www.gotokyo.org)
En 1688 el poeta japonés Matsuo Basho escribió «Iza saraba / yukimi ni korobu / tokoromade», algo así como «Ahora, salimos / para disfrutar de la nieve… hasta que / resbalón y caída!». Lo hizo estando en Edo y sin duda centrándose en lo que lo rodeaba, como haiku que se precie. Hoy, la antigua Edo fundada alrededor de un castillo se ha transformado en Tokio, que da para tanta o más poesía.
«Iza saraba…»
Tokio, en nuestro imaginario, son grandes luces y Scarlett Johansson cantando «Brass in Pocket» en un karaoke. Y aunque no es todo lo que ofrece la ciudad, podemos empezarla a conocer a partir de estas ideas. Equipados con el mismo rostro atávico que Bill Murray podemos descolgarnos en medio del barrio de Shibuya, algo así como un Times Square pero mejor, porque las letras japonesas son más exóticas. Allí se encuentra la Love Hotel Hill, que como su nombre indica es sitio de concentración de hoteles diseñados especialmente para breves estancias en dúo, para decirlo de alguna manera. Digno de visitar.
Si más allá de ver luces queremos vivirlas, hay que ir de fiesta. Dos locales muy recomendables son The Room en la misma zona de Shibuya, un club muy pequeño pero de selección musical casi impecable y, cerca también, Womb, que se hizo popular en parte gracias a Babel. Que la chica que bailaba en el sitio en la película fuera sorda no ayuda mucho a vender el local, pero es verdad que allí tocan algunos de los mejores DJs internacionales. Quizás Matsuo no se refería precisamente a esto con lo de «Ahora salimos…», pero teniendo en cuenta que esta gente de letras están todos locos seguro que lo hubiera disfrutado igual.
Un poco más lejos, si no apetece la conglomeración de gente en salas, podemos sumergirnos en el mundo del baile de una manera más pasiva. En la entrada del Parque de Yoyogi hace décadas que los rockabilly –tupés enlacados, be-bop-a-lula, etcétera– de Tokio se reúnen para quemar suela, un espectáculo un poco alejado de lo común.
Y si esto también es demasiado, si se es de los que asocian «salir» con tomar unas birras con los amigos y para casa, también hay sitios en los que encontrarnos a gusto: por un lado la calle Golden Gai en Shinjuku está llena de minúsculos bares –muchos de los callejones que los conectan apenas tienen la anchura de una persona– para todos los gustos, y seguro que enamora a ese amigo que busca constantemente qué fotos regalar a sus seguidores de Instagram; y por otro hay la posibilidad de tener una experiencia más surrealista visitando @Home Café, en Akihabara. Se trata de una cadena de Maid Cafés, sitios donde no solo nos sirven doncellas que parecen salidas de un manga sino que además se pueden realizar actividades con ellas como concursos de piedra, papel y tijera, entre otras cosas totalmente normales.
«…Yukimi ni korobu…»
Divertirse es importante, pero también relajarse. Como buena ciudad que es, Tokio deja sitio también para la naturaleza. Cuando pensamos en Japón pensamos en cerezos rosados: pues bien, si en época de Hanami –la celebración del cerezo en flor– nos acercamos a Shinjuku Gyoen, encontraremos una bonita casa de té con estanque donde poder contemplarlos hasta que tanta moñería nos ahuyente. Aun más bonito y visitable es Hamarikyuteien, un antiguo parque privado del emperador con canal que da al río Sumida. Desde allí se puede ver el Rainbow Bridge, un puente que conecta el puerto de Shibaura con una isla artificial, que durante el día es un puente cualquiera de torres blancas pero durante la noche se ilumina con varios colores –y a través de energía solar, que de alguna manera hay que compensar la electricidad que gasta absolutamente todo lo demás en esta ciudad.
Otra posibilidad visualmente atractiva para relajarse: Oedo Onsen Monogatari Odaiba –suena bien, ¿eh?–, un balneario que recrea un pueblo de la época Edo pero que a la vez sorprende por su cercanía con el aeropuerto de Haneda. Mientras nos bañamos en los rotemburo o baños exteriores podemos ver pasar los aviones volando a muy baja altura. Cabe decir que no son aguas termales naturales, pero ver aviones mientras te arrugas debería valer suficiente la pena para obviar eso.
«…Tokoromade»
Y después de haber «disfrutado la nieve», «resbalón y caída». Pues sí, porque la naturaleza en Tokio no aguanta mucho y pronto es tragada por la civilización otra vez. Pero es que no podemos hablar de la civilización de Tokio sin hablar de sus rarezas. En la misma zona de Akihabara –también conocida como Electric Town– donde encontramos el café de las doncellas podemos tropezar con cosas de las más variadas, desde juguetes a robots personales. No en balde se lo conoce como el paraíso friki. Si al friki que hay en un uno le gustan también las Lolitas Góticas, hay que ir en fin de semana a Harajuku, una zona de tiendas donde además hay un Daiso –una especie de todo a cien a la japonesa– de cinco plantas. Estas extrañas muchachas se colocan sobre el puente de entrada al templo Meiji para dejarse fotografiar –el amigo de Instagram chilla que lo esperemos.
Proponemos un último plan y del que la gente no suele participar. En el Ryogoku Kokugikan, un estadio del barrio de Yokoami, se puede disfrutar de uno de los grandes torneos de Sumo. Eso sí, hay que ir en temporada: enero, mayo o septiembre. Nosotros, entre las doncellas y los fuertotes con pañal, nos quedamos con los segundos.
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IMPRESCINDIBLES DE DAVID MONTERO David Montero vivió seis años en Tokio. Él nos ha dado las claves para escribir este reportaje. Pero su lista de propuestas es enorme. No te pierdas nada:
ESCAPADAS DE UN DÍA DE DAVID MONTERO
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ExCAPADAS en en el ExPERPENTO de papel de marzo de 2014:
http://issuu.com/experpento/docs/experpento_marzo2014/10?e=2897458/6890219