Y NACIERON LOS IGLÚS


Amaya Asiain

En 1994, la Unión Europea aprobó la directiva por la que los estados miembros tenían que responsabilizarse de la gestión de los envases comercializados y reducir su impacto ambiental. Tres años después los fabricantes españoles estaban obligados a responsabilizarse por ley de sus productos, y de ahí la proliferación de iglús para la recogida de varios materiales: no surgieron como champiñones: tienen su explicación.

En España se generan en torno a 32.000 toneladas al año de basura procedente de productos farmacéuticos. Estos medicamentos y sus envases son considerados material peligroso para el medio ambiente ya que contienen composiciones químicas que pueden afectar al ecosistema una vez que se han descompuesto.

Así, a pesar de su pequeño tamaño, tanto los medicamentos como las pilas son elementos letales para el medio ambiente ya que, al descomponerse, pueden contaminar miles de litros de agua. La explicación es muy simple: los materiales se filtran a las corrientes subterráneas y de ellas a los ríos y mares, perjudicando a todos los organismos vegetales y animales que residen en él, e incluso al hombre, que es consumidor de muchas de esas especies marinas y fluviales.

Todo ello hace que la industria farmacéutica también esté obligada a recoger lo que produce. ¿Os imagináis qué puede hacer una aspirina efervescente suelta? En los vertederos, en los que hasta hace muy poco se mezclaban todo tipo de basura, se podía encontrar desde una lavadora hasta los restos del anti-inflamatorio más agresivo del mercado. No era la mejor forma de deshacerse de un medicamento. Como tampoco lo es proceder a su reciclaje casero: ese tratamiento que me va de perlas a mí, le puede servir a mi prima, con idénticas pastillas al borde de la caducidad.

Pero lo único bueno que se puede hacer con los medicamentos caducados, conservados en mal estado o que ya no son útiles es eliminarlos, a discreción, sin piedad. Hasta hace unos años, desprenderse de este tipo de residuos era realmente complicado, existiendo básicamente dos soluciones: depositarlo en un punto limpio dotado de contenedores especiales para los medicamentos o donarlos como parte de campañas humanitarias a países del tercer mundo, zonas castigadas por conflictos bélicos, desastres naturales, etcétera. Actualmente esto ha cambiado radicalmente, ya que existe la posibilidad de depositar los medicamentos usados en contenedores dispuestos al efecto en las propias farmacias.

Para que veáis como evoluciona el mundo de lo inservible: el primer vertedero de Valdemingómez se va a convertir en un fantástico parque. Tras drenar los residuos, toda la basura se ha convertido en el mejor soporte para los arbolitos.

RECICLAR MEDICAMENTOS

De vez en cuando toca hacer repaso a todo lo que tenemos en casa. Las dudas se acumulan cuando llegamos al botiquín: ¿Volveré a necesitar el tratamiento anti-acné? Estas aspirinas que me llevé a la playa, ¿estarán caducadas? Nos despistamos un momento y los medicamentos sin acabar, caducados y en mal estado nos intimidan desde los cajones del baño.

Sólo en la Comunidad de Madrid hay 2.700 farmacias, de las 20.000 que hay en todo el país. En cada una de ellas hay un contenedor para los medicamentos caducados, mal conservados o que componen tratamientos que ya no tenemos que seguir. En esos contenedores sólo se pueden depositar los medicamentos, nada de radiografías, objetos punzantes o restos de análisis -por favor-. Se estima que cada año la industria farmacéutica pone en circulación cerca de 1.100 millones de envases. Demasiados si su destino final es un vertedero al uso, ya que los medicamentos contienen sustancias que tienen que ser tratadas de forma diferenciada.

Para ello se ha creado SIGRE, un sistema integrado de gestión y recogida de envases que se sirve de los mismos sistemas de distribución de la farmacia para reciclar los medicamentos de más, sólo que al revés. Los distribuidores habituales recogen los medicamentos del punto SIGRE. Ellos son los responsables de llevarlos a la gestora ambiental, que hará un buen uso de ellos. Su destino final es la única planta de tratamiento de residuos clínicos que hay en España: Cerceda, La Coruña. Allí se separa el vidrio, el cartón y el plástico de los envases, que se reciclan de forma habitual, de los restos de medicamentos. Una vez diferenciados los residuos clínicos se queman, salvo una parte mínima que se tienen que eliminar de forma controlada. De la combustión de la mayoría de los medicamentos se obtiene aprovechamiento energético. Y es que «con los medicamentos que no están en buen estado no se puede hacer otra cosa», como asegura Juan Carlos Mampaso, director general de Sigre. Si todavía no os convence recordad que SIGRE es un servicio gratuito, financiado por los laboratorios farmacéuticos, y que nos libra incluso de la tentación de automedicarnos con pastillas de colores que ya están pasadas.

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