Marta Poveda y [El Dios de la Juventud]


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Texto y entrevista de Raquel Carrillo

En El dios de la juventud, Marta Poveda interpreta al alter ego de una joven autora de 25 años que se pregunta si la vida —y la carrera artística— tiene sentido más allá de los 30. La obra, escrita por Alma Vidal, pone en escena la ansiedad generacional, el culto a la juventud y la presión por triunfar «demasiado pronto» o antes de que sea «demasiado tarde». Se trata de una obra alejada de lo convencional, que no tiene reparos en arriesgar y experimentar, con las diferentes capas del texto, y con la puesta en escena: original, divertida y a veces sorprendente.

Hay momentos verdaderamente brillantes en esta obra que nos sirve de excusa para hablar y enfocar esta entrevista con Marta Poveda, actriz camaleónica y versatil, que lo mismo te recita a Calderón que te hace una obra posmoderna. Hablamos de paso del tiempo en las tablas y en la vida, sobre el edadismo en el arte, sobre los estereotipos de género y la precariedad, y sobre cómo se construye una carrera cuando la industria parece obsesionada con lo joven.

Tu personaje de Alma es el alter ego de la autora, Alma Vidal, que narra la historia. Habla directamente al público, rompiendo la cuarta pared. Un trabajo muy distinto a los que te hemos visto hasta ahora. ¿A qué retos te has enfrentado con este personaje?

Qué pregunta tan interesante. Es cierto que la razón por la que dije que sí a este proyecto es precisamente para enfrentarme a algo que, además, tampoco aparentemente es muy agradecido. Porque es verdad que es una narradora que rompe la cuarta pared, pero realmente no recibe ningún estímulo externo, entonces no hay una acción-reacción, ¿no? Que es lo que a los actores nos pone.

Me parecía que tenía que hacer un trabajo de humildad escénica. De saber que lo que estás haciendo es servir, sostener la historia. Y que lo que yo estoy narrando no sea una sobreexposición de lo que ya está sucediendo. Entonces pensaba que a lo que más me tenía que agarrar es a hacer una sintaxis seductora, a que suenen muy bien las palabras, para que el público se sienta seducido. Con un tipo de personaje así necesitas medir la energía de tu interlocutor. Así que lo he construido más durante las funciones que durante los ensayos.

Además, los textos de la obra son narraciones laberínticas, complejas en lo gramatical. A mí me tocaba esa parte. La parte no dialogada y la parte narrada, que es muy narrativa. También requiere mucha concentración, intentar no hacerlo monótono, porque si no el público se va.

«Por un lado, está bien trabajar mucho, pero por otro, tampoco es justo que esto sea tan precario para que tengas que aglutinar trabajos para poder pagar el alquiler».

Historia de una escalera en el Teatro Español, Orestíada en La Abadía, La aventura de la palabra en el Fernán Gómez… Has ido enlazando obra tras obra esta temporada. En televisión, la serie Asuntos Internos… Debe ser agotador cambiar el chip tan rápido. ¿Cómo lo has hecho?

Pues mira, está siendo duro. Ahora estoy un poco más tranquila, porque no estoy con dos proyectos de teatro a la vez. Pero no he tenido mucho tiempo para vivir, la verdad. Por un lado, está bien trabajar mucho, pero por otro, tampoco es justo que esto sea tan precario como para tener que aglutinar trabajos solo para poder pagar el alquiler.

Aunque, en realidad, es una maravilla haber podido participar en estos proyectos, porque todos me han parecido retos muy complejos: desde Buero Vallejo, Esquilo, Fernando Fernán Gómez, Alma Vidal… Realmente, muy heterogéneo. Y lo que hago es levantarme muy temprano, sacar a mis perros, ir a correr, ir a ensayar, volver, comer, sacar a mis perros, ir a hacer la función y meterme en la cama. Ha sido una vida bastante militar desde noviembre. He tenido solo tres días libres en siete meses. Y no lo digo desde el victimismo, te cuento la experiencia simplemente, porque sé que hay gente asfaltando carreteras.

Me ha pasado que, en algunos momentos, abría la puerta llorando, diciendo: «No puedo más, necesito descansar». Porque también la exigencia neuronal es mucha, más allá de que el trabajo físico sea potente. Ha sido necesario estar concentrada al máximo, porque tenía que estar a la altura de los espectáculos en los que estaba. Y mucho ejercicio, mucho. Intentar dormir con profundidad, aunque duerma poco. Pero me ha salvado el ejercicio y sentirme responsable. Eso sí, te diré que durante las funciones he disfrutado muchísimo.

En los últimos tiempos se percibe un cambio de trayectoria en tu carrera, una búsqueda de propuestas más actuales, después de tantos años en la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Sí, hay un propósito claro de hacer otras cosas. Cuando decidí bajarme del clásico, no pretendí que fuera para siempre, ni mucho menos, porque me flipa hacer clásicos y ojalá nunca pare. Pero sí creo que era interesante, para mi carrera, utilizar todo lo que había aprendido. Es increíble lo que se aprende haciendo verso cuando afrontas cosas un poco más contemporáneas.

Además, defiendo que a los actores no se nos encorsete. Parece que solo sabemos hacer una cosa, y no es que seamos nosotros los limitados: son las cabezas de los demás. Los actores somos capaces de entrenar para hacer cualquier cosa. El dios de la juventud fue un sí rotundo a un teatro eminentemente contemporáneo. Una tía de 25 años, Alma Vidal, experimentando con la palabra… Era como: «Ojo, ¿cómo me voy a perder esto?». Qué suerte que haya pensado en mí.

Y sí, mi objetivo es abrir caminos y retos, tener una carrera lo más heterogénea posible, porque estoy aprendiendo muchísimo gracias a eso. Y creo que también accedo a muchos tipos de público, y eso también es una oportunidad interesantísima.

«Cada dos por tres me dicen que ya me vaya haciendo ‘mierdas’ si quiero trabajar en audiovisual. Y no me da la gana. (…) Siento que es una esclavitud. Y no quiero ser esclava de eso. Quiero ser esclava de los textos. Quiero ser esclava de la creación».

He leído que a menudo te preguntas por qué tenemos tanto miedo al paso del tiempo. Y de esto se habla precisamente El Dios de la juventud. ¿Has encontrado la respuesta?

El monólogo al inicio de la obra es justamente ese cuestionamiento, ¿no? Cuanto más mayores nos hacemos, más nos damos cuenta. Yo soy la mayor en este equipo, que va desde los 25 hasta los 45 que tengo yo. Bueno, la verdad es que siempre me he sentido un poco viejuna de alma.

A los 20 años tienes esa sensación de que el tiempo está más estanco, y a medida que te vas haciendo mayor, vas viendo que el final está más cerca. Porque también vives más pérdidas, ves a la gente morir. Paralelamente, está la presión estética de la pérdida de la juventud, que se equipara a la pérdida de la belleza. De repente, la vejez no es bella, ¿no? Y en esta profesión, cada dos por tres me dicen que ya me vaya haciendo «mierdas» si quiero trabajar en audiovisual. Y no me da la gana. A lo mejor mañana me da la gana, pero espero que no me dé la gana, porque siento que es una esclavitud. Y no quiero ser esclava de eso. Quiero ser esclava de los textos. Quiero ser esclava de la creación.

Creo que el miedo a la fugacidad de la vida y el miedo a perder la belleza nos tienen bastante asustados. Lo único que intento hacer es respirar el paso del tiempo con interés. Necesito interesarme por las cosas, no tener miedo a perderlas. Cuanto más mayor te haces, realmente más aprendes, y más necesitas utilizar ese aprendizaje para seguir aprendiendo. Me estoy metiendo en un jardín, pero me estás entendiendo, ¿no? Creo que esa es mi lucha: contra la nostalgia y contra el egocentrismo, porque al final no es más que eso. No quiero angustiarme por tener arrugas. Quiero, realmente, mirar lo que tengo fuera, ¿sabes?

Hay una frase que Alma le dice al personaje de Gonzalo: «La juventud está fuera». La vida está fuera y ya está, y cuando se te acabe, pues… Es que a todos se nos acaba, ¿no?

«Cuando yo empezaba me sugirieron muy honestamente ponerme pechos. En una serie de Telecinco, me quitaron porque el propio (Paolo) Vasile dijo: ‘Está plana, es fea, no es follable’. Literalmente».

De hecho, hay actrices maravillosas que a cierta edad les da por operarse y creo que se hacen flaco favor. En mi opinión, es mucho más bello lo natural.

A mí me genera angustia porque me da la sensación de que esas personas están pasando mucha. Porque están invirtiendo mucho dinero y mucho esfuerzo, creo que tienen mucho miedo a la realidad. Yo me siento como «me estás hablando como si fuera parte de mi profesión, como si para mí fuera una obligación para pagarme el alquiler que no tenga arrugas en la frente». Es que es superviolento. Cuando yo empezaba me sugirieron muy honestamente ponerme pechos. O como en una serie de Telecinco, me quitaron porque el propio (Paolo) Vasile dijo: «Está plana, es fea, no es follable». Literalmente. Que, por otro lado, habría que ver lo follable que era ese señor, también te digo.

Es una lucha moral para quien no quiere sentir esa presión y esa agresión. Yo soy creadora, no soy un producto, y además me jacto de que participo en creaciones que a la gente le interesan. Es un problema que nos afecta a todos, pero a las mujeres mucho más. En el teatro me siento un poco más libre de eso, siento que se valoran más otras cosas. Yo no me hago rica, ni era mi pretensión, ni decidí ser actriz por eso. Los viajes que me he pegado y que me estoy pegando con estos personajes en un escenario, no los cambio por nada. Unos personajes que no suele darlos el sector audiovisual en este país.

«Pues claro que hay personajes interesantes de mujeres maduras. Lo que no hay es capacidad mental en este país, con los productores, con estos señoro que no arriesgan. Es muy poco valiente, y en realidad lo viejuno es justamente eso, ¿no?».

En El Dios de la juventud se habla también de la enorme presión del creador por conseguir el éxito, cuanto antes mejor. Hay una frase que dice «El talento se acaba». ¿Qué piensas tú?

Yo me siento mucho más provista de herramientas que antes. Es verdad que Calderón escribió con solo 30 años La vida es sueño. Y que Natalie Portman hizo Léon, el profesional con, ¿qué?, ¿trece años? Y es una interpretación loquísima. Hay algo también innato, una conexión con lo artístico que tienen algunas personas. Pero si luego asumes la conciencia, puedes convertirte en muchísimo mejor. Desde luego, yo creo en el paso del tiempo. Y esto conecta con lo que hablábamos antes. Eso de que las mujeres cada vez tienen menos papeles, cuando en realidad cada vez son más interesantes como actrices, ¿no?

Y en realidad, tanto en Europa como en las ficciones americanas, hay escritos personajes buenísimos para actrices maduras. Tú ves Hacks, y la protagonista es una tía interesantísima de 70 años. Tú ves The Walking Dead, y una de las heroínas tiene 58 años, y es una piba que va matando zombis. Pues claro que hay personajes. Lo que no hay es capacidad mental en este país, con los productores, con estos señoros y a veces señoras que también son señoros por dentro, ¿sabes? Que no arriesgan. Es muy poco valiente, y en realidad realmente lo viejuno es justamente eso, ¿no?

Menos mal que ahora mismo estamos en un momento de historias contadas por mujeres…

Hombre, claro, porque también es una visión que nos interesa a un montón de personas. Y no solo mujeres: a ellos también. Un ser humano con coño tiene —perdón por la palabra— pero tiene un montón de cosas interesantes que decir a nivel universal. No va a ser solo Lope de Vega, o Strindberg, o Alfredo Sanzol, ¿no?

«La monetización de la juventud es tremenda, o sea, es capitalismo puro y duro. Nos están todo el rato vendiendo obsesionarnos con esa belleza. Es lo que hace que la economía funcione».

Hay una frase que dice tu personaje de Alma: «Solo los jóvenes viven, los demás solo sobrevivimos». ¿Qué piensas tú?

Es el juego que hace Alma (Vidal) de la arrogancia del joven, que tiene miedo a dejar de ser joven, porque siente que el privilegio de la frescura le da ventaja. En realidad, esa arrogancia la da la juventud, ¿no? Que también es ignorancia: pensar que una vez que pierdes ese estado de gracia, dejas de ser interesante.

Y claro, a mí me parece todo lo contrario. Es que encima yo he tenido mucha suerte de trabajar con gente mucho más mayor que yo desde el principio. En Las bicicletas son para el verano, trabajé con Gerardo Malla. Y luego trabajé con Gerardo Vera y Mario Gas, mucho mayores que yo. Es increíble lo que tienen que enseñarte. A mí me pasa al revés. Me parece que cuanto más mayor es la persona, más me interesa. ¿Qué crees tú?

A mí me parece que hay una parte de verdad. Estamos en una sociedad en la que se nos vende que la juventud es el estado ideal, ¿no? El edadismo existe. Dejas de ser joven y te conviertes en un desecho de la sociedad.

Bueno, mira la pandemia, ¿no? Era como: que la palmen los ancianos. Sí, pero sobre todo porque además la monetización es tremenda. Es capitalismo puro y duro. Nos están todo el rato vendiendo obsesionarnos con esa belleza. Es lo que hace que la economía funcione.

«Lo que más me duele de esta profesión es que es súper clasista. Cuando intenta generar una imagen de todo lo contrario. Eso todavía me duele más».

En la obra se habla mucho de la ansiedad de este mundo en el que vivimos. ¿A qué ansiedades te enfrentas tú en este mundo tan difícil como es el de la interpretación?

Lo que más me duele de esta profesión es que es súper clasista. Cuando intenta generar una imagen de todo lo contrario. Eso todavía me duele más. El escaparate que proponemos es de igualdad, de progresismo, cuando realmente luego la propia estructura es muy, muy clasista.

Ahí hay muchos techos de cristal. Tiene que ver con mantenerte en un lugar para darle otro lugar a otros, en lugar de que sea una tabla rasa. Y esto me duele mucho. Me duele mucho porque vendemos otra cosa.

Eso hace que haya desunión, que realmente no haya colectividad, que cuando hay que hacer una lucha te quedas solo, que la gente tenga mucho miedo a perder un estatus y no se arriesgue. No todo el mundo, pero es un reflejo de la sociedad. Es que al final cada gremio es un pequeño reflejo de la sociedad, evidentemente, que componemos entre todos. Me gustaría que cambiáramos, y no creo que se consiga a corto plazo ni que haya mucho interés. Y eso me genera muchísima ansiedad, la verdad.

Has dado el salto a la dirección con La francesa Laura, de Lope de Vega. ¿Cómo lo has vivido?

Pues ha sido flipante, la verdad. Yo ya tenía ganas, pero no tenía valor ni pensaba que a nadie le pudiera interesar yo como directora. Y cuando me lo ofreció Rodrigo Arribas, además con una obra inédita de Lope, y además en los Teatros del Canal, y luego en Almagro, pues me dio mucho susto y me responsabilizó mucho.

Todo ese miedo me hizo muy responsable y me parece que la experiencia nos quedó muy bonita. Sé que funcionó y estoy orgullosísima del trabajo del elenco, que confió en mí. Me parece que el listón estaba alto, porque era Siglo de Oro con muy poco dinero. Sabes que no es fácil, porque todo es muy precario, pero estoy con un par de propuestas que ojalá podamos llevar adelante. También estoy desarrollando proyectos para presentarlos, y que ojalá le interesen a alguien.

«Tengo gente que me apoya y que no me dejará caer, recibí muchos mensajes diciendo: ‘Conmigo jamás te faltará trabajo’. Y gente que me ha dicho, ‘Eres el enemigo’».

Nos gusta mucho que haya intérpretes tan valientes como tú, que te atreviste a denunciar las presuntas irregularidades que había en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. ¿Has notado repercusiones en tu trabajo?

Me han pasado las dos cosas. Me he sentido muy valorada, y eso me ha puesto en una posición en la que siento muchísimo respeto, desde un lugar muy honesto y bonito. Y luego, hay gente que me ha puesto en una… Bueno, que estoy en una lista negra. Pero también sabía que esto iba a pasar.

Y era un riesgo que no me importaba asumir, porque necesitaba dormir bien por las noches, y ese tipo de injusticias me generan mucha ansiedad. Estoy muy contenta porque la mayor parte de la gente se siente mejor con lo que ha pasado, y los que no se sienten bien es porque no son muy buena gente.

Sí, estoy viviendo las dos vertientes. Y luego habrá quien me odia y no me lo dice, que eso también sucede, ¿no? Pero tampoco me importa mucho, eh. Y es curioso vivir la experiencia. Tengo gente que me apoya y que no me dejará caer, recibí muchos mensajes diciendo: «Conmigo jamás te faltará trabajo». Y gente que me ha dicho, «Pues eres el enemigo».

Es muy fuerte. Y, de hecho, las medidas que se han tomado al respecto han sido tremendamente tibias. Muy tibias, porque quedan un montón de cosas ahí de las que no soy yo quien se tiene que hacer cargo, y no se han vuelto a tocar, ¿sabes? Entonces, bueno, una tiene que seguir luchando como puede. Y seguro que me meto en otro charco en algún momento, pero qué pena que esté todo tan envenenado, ¿no?

Para terminar, cuéntanos un poco cuáles son tus siguientes proyectos.

Tengo un proyecto firmado para marzo, pero como no está publicado, no lo puedo decir. Y luego hay otro par de cosas más que están ahí, pero de las que por ahora no puedo dar más información.

¿Y en audiovisual te podremos ver también?

Sí. Se rodará en otoño, y hay otra cosa que ojalá que sí, pero que todavía no lo sé.

¿Serie o peli?

Es cine.

Los post-it que vemos detrás tuyo, pegados en la pared, ¿Para qué son? Entiendo que los usas para algún proyecto de creación…

Sí, necesito sacar el croquis mental fuera.

El Dios de la Juventud en el Pavón (Madrid)

Gonzalo, un aspirante a escritor de 25 años, quiere crear la obra perfecta. Sobre sus espaldas, todo el peso vertiginoso del mundo en el que vivimos: lograr el éxito antes de que la juventud se le escape entre los dedos. La ansiedad, la presión y el paso del tiempo se dan cita en esta interesante obra, que firma Alma Vidal, una creadora de también 25 años que ha creado una suerte de metateatro, en la que su alter ego, es interpretado en escena por la esencial Marta Poveda, que a su vez es el alma de los personajes que habitan en escena.

La obra reflexiona sobre la llamada «Generación de cristal», en la que el texto profundiza con tino acerca de sus preocupaciones ante la precariedad, el edadismo y si realmente la vida merece la pena más allá de los 30. Se trata de una obra alejada de lo convencional, que no tiene reparos en arriesgar y experimentar, con las diferentes capas del texto, y con la puesta en escena: original, divertida y a veces sorprendente. Hay momentos verdaderamente brillantes en esta obra. Marta Poveda De todo esto hemos hablado con la versátil Marta Poveda, que lo mismo te recita a Calderón que te hace una obra posmoderna: «Creo que el miedo a la fugacidad de la vida y el miedo a perder la belleza nos tiene bastante asustados. Lo único que yo intento hacer es respirar el paso del tiempo con interés. Necesito interesarme por las cosas, no tener miedo a perderlas». Antonio Hernández-Fimia, Natalia Llorente y Nacho Almeida cierran el resto del elenco de la obra, que podremos ver en el Teatro Pavón hasta el 3 de Agosto.

Marta Poveda en redes:

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