La muy noble y muy leal ciudad de Chinchón


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Hay quien nace con estrella y hay quien nace estrellado. Chinchón nació con estrella. En primer lugar, a la madre naturaleza se le fue la mano y dotó a esta comarca de unas tierras fértiles en las que olivos y vides camparon a sus anchas. En segundo lugar, de ella se enamoraron nobles de alta alcurnia, amigos de los reyes de España, que supieron barrer para su portal y hacer de la “muy noble y muy leal ciudad de Chinchón” un territorio en alza. Y en tercer lugar, su apariencia de otro siglo y su rica gastronomía, atrapa a los turistas sedientos de llenar la panza.

Fotografía de Mad-King http://www.flickr.com/photos/mad-king/

La plaza mayor de Chinchón

“Lo que más llama la atención a los que vienen es la Plaza Mayor. Es única en España, ya que todas las demás son cuadradas y rectangulares y la de aquí es redonda” señala Julio César González, técnico de turismo del Ayuntamiento de Chinchón, que agrega “también son originales los balcones, que están superpuestos, unos encima de otros”.

La Plaza Mayor de Chinchón da mucho juego. Nos encontramos con que allí han instalado gradas y la han convertido en una Plaza de Toros, pero además “se utiliza para hacer los antiguos actos sacramentales el Sábado Santo, procesiones en diferentes épocas del año… una plaza así se puede utilizar para muchas cosas”.

Más allá de la plaza

Pero Chinchón es mucho más. Al caminar por las calles nos encontramos con empedrados, con casas bajas engalanadas con balcones de forja, como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para recrear el escenario de una película medieval. No faltan ni los animales —un grupo de burros sirve de tiovivo muy vivo—, los puestos en los que abuelos venden ajos y orujo, y los mesones, en los que por dos euros te ponen dos cañas y una ración de callos.

Sobre la conservación de la localidad, Julio César nos cuenta “al principio surgió de una manera espontánea, luego en 1974, cuando Chinchón es declarado Conjunto Histórico Artístico por Naciones Unidas se elaboran unas normas arquitectónicas que obligan a todos los pobladores que vayan a construir su casa a poner rejas en las ventanas de hierro y no de aluminio o madera, a utilizar un tipo específico de teja, a no sobrepasar una altura, etcétera”.

Mesones y ermitas

En un pueblo de algo más de cuatro mil habitantes llama la atención, por un lado la cantidad de mesones, y por otro, el número de ermitas. Lo primero tiene que ver con la fama gastronómica del lugar “hay entre veinte y treinta restaurantes” y lo segundo se debe a que “los marqueses de Chinchón, muy unidos a la Corona, tienen mucho dinero y comienzan a construir monumentos, porque pensaban que de esta manera subirían al cielo directamente, sin pasar por el purgatorio. Además, cada barrio estaba dedicado a una imagen diferente a la que hacían una ermita”.

Museo Etnológico

Un Museo Etnológico completa la visita a lo que es la ciudad medieval: “tiene una cocina con los utensilios de antes, el cuarto de estar, la maquinaria con la que se hacía el anís, el aceite y el vino, aperos de labranza… En resumen, recoge toda la tradición de una casa de pueblo manchego”.

El castillo

Y como no podía ser de otra forma en un pueblo –o ciudad– medieval no falta el castillo, mutilado, eso sí, pero con unas vistas tremendas. Desde un alto, a las afueras, vemos una panorámica que sirve para que nos hagamos una idea de la sensación de poder de la que debieron gozar los señores de esta tierra. Julio César nos cuenta “tenía dos cuerpos más, pero en la Guerra de la Independencia los franceses lo incendiaron y lo dejaron como está hoy en día, en ruinas. Pertenece también a los condes de Chinchón que todavía existen, y aunque no se puede entrar, desde fuera podemos ver que tiene un pequeño puente levadizo con un foso”.

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