Texto de Mar Marcos
En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas. La más pequeña de ellas, a las que todos llamaban La Sirenita, no sólo era la más bella sino la que poseía la voz más maravillosa jamás nunca escuchada. «Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres…»
Quizá cuando uno no espera nada de una ciudad es cuando más le sorprende. Quizá cuando uno ha leído el cuento de Andersen quiere encontrar allí donde va la ingenuidad de una sirenita que, deseosa de escuchar la voz de los hombres, emergió de las profundidades para enamorarse de un humano y pagar, por amor, el tributo más caro: perder su preciosa voz. Uno imagina los bellos palacios en los que la joven sirena paseó su amor con su príncipe y, como en un cuento, vestirse en su piel, aunque para ello transforme sus piernas en cola de pez… El azar me llevó a Copenhague y por azar descubrí una ciudad en la que nada es azaroso: sus vistas, sus paseos, sus palacios, sus jardines, sus cafés…, ¡¡quién iba a pensar que en tan poco espacio cabría tal inmensidad!! El tiempo se detiene y mira hacia atrás cuando uno aterriza en Copenhague y, sin esperar nada, la ciudad es capaz de ofrecerle todo. El reposo del viajero toma forma de cuento al pisar la tierra de La Sirenita y ni Orfeo ni Ulises podrán evitar que el caminante sucumba al bello canto de sirenas que es la ciudad de Copenhague.
Pequeña y cosmopolita, Copenhague posee una riqueza exquisita. Es sin duda una ciudad que invita al paseo, a la reflexión y a la contemplación, a perderse entre sus calles, a pleno sol o bajo la lluvia a pie o en bicicleta, cortesía de la propia ciudad. En el centro de la villa se sitúa la plaza del Ayuntamiento desde cuya altísima torre se obtiene una espléndida vista de un vivo color rojo propio de los tejados de las casas que rodean la plaza. A pocos metros, por una de las calles principales, la Torre Redonda adosada a la iglesia de la Santísima Trinidad rasga el cielo con sus más de doscientos metros de altura. Lejos de ser su campanario, la enorme torre es centro de observación astronómica y, en las noches de cielo estrellado, uno puede casi tocar todas las estrellas del firmamento una a una.
Lo que más sorprende al viajero en Copenhague es la extraordinaria belleza de sus palacios y los inmensos jardines, de corte renacentista, que los rodean. En este sentido, el pequeño palacio de recreo de Rosenborg pasa por ser una de las más elegantes construcciones danesas. La hermosa decoración hibrida el refinamiento italiano con la delicadeza china. En la actualidad sus salas albergan costosas colecciones de arte que van ampliándose con el paso del tiempo. También como museo permanecen los muros del castillo de Frederiksborg, sin duda el más bello de Dinamarca, ubicado en el centro de un lago. En sus paredes cuelga una galería de retratos única en una colección rescatada de las llamas del incendio ocurrido en 1859. Además de éstas, puede encontrarse obras pictóricas traídas desde todos los puntos del país y un maravilloso mobiliario que acondiciona las salas. El jardín que rodea esta maravillosa vista es de estilo barroco, lo que confiere al conjunto una extraordinaria elegancia y exquisitez. Un tercer palacio, el de Christiansborg, sorprenden por ser uno de los más grandes de la isla y por estar situado muy cerca del centro de la ciudad. Llama la atención el color verde que corona su tejado en una delgada torre que irrumpe cual aguja en el cielo. Se dice que en este lugar comienza la historia de Copenhague… Muy cerca, y de similares características arquitectónicas, se levanta el edificio de La Bolsa cuyo tejado verde se pierde en el cielo gracias a una graciosa decoración de ramitas curvas y ornamentos varios realizados en piedra arenisca que entrelaza cuatro colas de dragón.
Pero Copenhague es una ciudad de contrastes y, frente a la magnificencia palaciega, uno encuentra sin buscarlo casitas de reducidas dimensiones que se amontonan unas contra otras en una improvisada sinfonía de colores instalada a ambos lados del canal de Nyhavn. Un barrio pintoresco de pescadores plagado de barquitos de madera que nos trasladan a doscientos cincuenta años atrás. En las aceras, pequeños restaurantes y delicados hotelitos devuelven a este barrio bohemio todo el encanto de la tradición. Es maravilloso visitarlo de noche, cuando las luces de los barcos tiñen el ambiente de cálidos amarillos y rojos. También del contraste surge la zona de Christiania, una bizarra combinación de edificios «ocupas» decorados con curiosos graffiti, puestos de artesanos, restaurantes con encanto y lugares de copas.
Superado el contraste, uno puede iniciar un recorrido de museos eligiendo visita entre los tres más interesantes de la ciudad. El más cercano al centro es la Nueva Gliptoteca de Carlsberg, fundado por el cervecero Carl Jacobsen a quien su afición por el arte danés y francés, le llevó a reunir una selecta colección de piezas pictóricas del impresionismo y postimpresionismo, al tiempo que su amor por la antigüedad, a recoger una interesante cantidad de esculturas griegas, romanas y egipcias. En el centro del museo se ubica un jardín punto de encuentro y equilibrio de la naturaleza subtropical con el arte clásico. También en el centro de Copenhague se encuentra la Galería Nacional de Arte de Dinamarca que recoge una interesante colección de piezas de arte moderno, como el Hombre de piernas largas en pijama de Peter Land, en un edificio de grandes cristaleras y pasillos blancos. Alejado de la ciudad se encuentra el museo de arte moderno de Louisiana en el que el arte convive con la naturaleza con instalaciones artísticas colocadas en parajes naturales y en el que uno puede contemplar una escultura con el fondo de un lago. Las piezas, de reconocidos artistas, se encuentran dispersas por el parque que se extiende desde el lago de Humlevaek hasta la costa del Oresund. El ambiente es sosegado y tranquilo. Quizá haya músicos tocando en su auditorio al aire libre, quizá su música acompañe el canto de La sirenita, símbolo internacional de Dinamarca, que aparece sentada en el muelle de Langelinie, a la entrada de Copenhague. Y como ella, la ciudad parece volverse invisible a los ojos de los hombres cuando el sol empieza a caer. Una sirenita envuelta en una nube rosa se eleva hasta el cielo. Y como ella, la ciudad llora de eterna felicidad.