Texto de Reyes Muñoz
Decía Borges, preguntado por el motivo por el cual no escribía novelas «…creo que hay escritores –y aquí pienso en dos nombres, inevitables desde luego, pienso en Rudyard Kipling y pienso en Henry James– que pudieron cargar un cuento con todo lo que una novela puede contener».
En el caso de Ana María Matute, sus cuentos –publicados en las revistas Garbo y Destino por cuestiones alimentarias– incluso los más cortos, cargan más de lo que casi ninguna novela podría soñar. Porque cuentan con la voz rutilante y poética de una de las escritoras más brillantes de la historia y se finiquitan con la imaginación del lector arrastrado por los ecos a llenar los huecos de un argumento efímero. Advertimos la evolución desde 1956 hasta 1998. Casi medio siglo de letras en el que cambian los intereses, pero nada más.
Matute nació con un don, que ejercitó sin parar durante toda su vida. Nos arrastra desde una infancia desvalida que encuentra su felicidad en la fantasía hasta un aturdimiento adulto en el que no hay puertas de escape. La ristra de premios –posiblemente ganó todos– afianzaban esa carrera literaria que tan bien se resume en estos Cuentos de la puerta de la luna. Por fin en 2010 le otorgaron el Premio Cervantes a los 85 años de edad. Mucho tardaron.